El 21 de junio de 1858, el tucumano Juan Bautista Alberdi, en su carácter de diplomático de la Confederación Argentina, pudo conocer a la famosa reina Victoria de Inglaterra.
Arribado a Buckingham “a las tres en punto”, una numerosa servidumbre le indicó el camino, hasta llegar al gran salón de espera donde aguardaban otros diplomáticos. Conversó allí con Lord Malmesbury, el ministro de Asuntos Exteriores. “Hablé mucho”, dice Alberdi, sobre la necesidad de negar a Buenos Aires el reconocimiento como Estado soberano. Lord Malmesbury lo tranquilizó: la corona no intervendría en la cuestión.
Rato después, lo recibía Victoria, en una sala más pequeña. Sólo gracias a una seña del ministro, se dio cuenta de cuál de las mujeres presentes era la reina. “Esperaba a una señora grande, gruesa, madre de nueve hijos”, y no a la “muy joven” que resultó ser.
“Le hice mis tres cortesías al acercarme: ella se aproximaba a mí al mismo tiempo”, narra Alberdi. Le entregó una carta, y le dijo, en francés, que se le enviaba el presidente de la Confederación Argentina, y que por ella “me acredita cerca de vuestra graciosa Majestad (aquí hizo ella un movimiento de cabeza) en calidad de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario”.
Cuenta Alberdi que ella tomó la carta “con gracia; me hizo no sé qué preguntas amables, con gesto risueño, a las que contesté con cortesía más que con palabras”. En fin, Alberdi daba su impresión: “La reina es graciosa y risueña; de regular estatura, delgada, aire muy honesto y muy amable y bueno. Se retira uno admirado de tanta bondad”.