Si bien las relaciones entre Estados Unidos e Irán están consumiendo todo el oxígeno disponible estos días, y ciertamente son muy importantes para el futuro del Medio Oriente, las relaciones China-Estados Unidos son de vital importancia para el mundo entero. Y están sucediendo más cosas de las que se ven a simple vista.
El concepto de “un país, dos sistemas” se inventó para referirse a la relación entre Hong Kong y la China continental. Pero la verdad es ésta: la economía y el futuro de Estados Unidos y de China están tan entrelazados que son el auténtico “un país, dos sistemas” a observar. Después de haber estado recientemente en China para asistir al gran Foro Boao en la isla Hainin, y de haber escuchado al presidente Xi Jinping, lo que es impresionante es lo mucho que cada lado de esta relación parece estar preguntándole al otro: “¿Qué te pasa?”
Los dos países prácticamente dan por sentados los lazos que los unen hoy en día: los 600.000 millones de dólares en comercio bilateral anual; los 275.000 chinos que estudian en Estados Unidos y los 25.000 estadounidenses que estudian en China; el hecho de que ahora China es el mercado agrícola más grande para Estados Unidos y el titular extranjero de más deuda estadounidense; así como el hecho de que el año pasado, la inversión china en Estados Unidos por primera vez superó a la inversión estadounidense en China.
Pero si escarbamos un poco, encontramos que estos dos sistemas cada vez están más desconcertados por el otro. Los funcionarios chinos todavía no se reponen de la profunda impresión de que Estados Unidos -un país al que consideran un modelo económico y el lugar donde aprendieron las bases del capitalismo- haya podido ser tan imprudente para haber desatado la crisis financiera mundial a causa de las subprimas, cosa que en China lanzó el dicho de que Estados Unidos es una potencia en declive.
A los funcionarios chinos también los desconcertaron los esfuerzos del equipo del presidente Barack Obama por oponerse a que China estableciera el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, ejerciendo presiones sobre sus mayores aliados económicos -Corea del Sur, Australia, Francia, Alemania, Italia y Gran Bretaña- para que no ingresaran en esa institución. Mientras el secretario de la Tesorería, Jack Lew, no dejó de señalar en público, de manera muy responsable, que la única preocupación de Estados Unidos era que el banco operara conforme a normas internacionales, otros funcionarios de Obama se esforzaban por presionar a los aliados de Estados Unidos para que se mantuvieran al margen. Salvo Japón, todos los demás desdeñaron a Washington y participaron en el banco encabezado por China. Este episodio lo único que logró fue darles más argumentos a los elementos de línea dura de Pekín, que aseguran que Estados Unidos solo quiere manosear a China y no se hace a la idea de tratarla como parte interesada.
Los estadounidenses, por su parte, le preguntan a Xi: “¿Qué te pasa?” Su campaña contra la corrupción está dirigida claramente a sofocar la mayor amenaza contra el sistema de partido único: perder su legitimidad a causa de la corrupción rampante. Pero también parece que la está emprendiendo contra sus rivales políticos. Xi ha tomado más control de las palancas del poder de las fuerzas armadas, la economía y la política que ningún otro líder desde Mao Zetung. Pero, ¿con qué fin? ¿Reformar o seguir igual?
Xi está “acumulando poder para mantener la supremacía del Partido Comunista”, sostiene Willy Wo-Lap Lam, autor de “Política china en la era de Xi Jinping: ¿Renacimiento, reforma o retroceso?” Xi “piensa que una de las razones del colapso de la Unión Soviética es que el partido perdió el control de las fuerzas armadas y de la economía”. Pero Xi parece estar más interesado en cómo se derrumbó la Unión Soviética que cómo triunfó Estados Unidos, y eso no es bueno. La represión que ha lanzado no solo ha sido contra la corrupción, que está impidiendo que muchos funcionarios tomen decisiones importantes, sino también contra las formas aun más ligeras de la disidencia. Se censuran los libros de texto que se usan en las universidades y nunca habían estado más controlados los blogs y las búsquedas en los sitios Web chinos. Y ya no digamos usar Google o leer periódicos occidentales en línea.
Pero, al mismo tiempo, Xi ha iniciado una enorme cruzada por la “innovación”, para transformar la economía china de la manufactura y el ensamblado a un trabajo que requiera más conocimientos, para que esta generación de hijos únicos pueda darse el lujo de cuidar a dos padres jubilados en un país con una red de protección social inadecuada.
Pero, ¡ay!, la represión no es terreno fértil para empresas emergentes.
Como me dijera Antoine van Agtmael, el inversionistas que acuñó el término “mercados emergentes”: China está dificultando la labor de innovación precisamente cuando el aumento del costo de la mano de obra en China y el aumento de la innovación en Estados Unidos están motivando a las compañías a construir su próxima planta en Estados Unidos, no en China. La combinación de energía barata en Estados Unidos y de innovación más flexible y abierta -donde las universidades y las empresas emergentes comparten conocimientos con compañías para generar descubrimientos; donde los fabricantes usan robots e impresoras 3D, lo que permite que la producción sea más local; y donde los nuevos productos integran sensores conectados de manera inalámbrica para ser más inteligentes y rápidos que nunca- está haciendo de Estados Unidos “el próximo gran mercado emergente”, aseguró Van Agtmael.
“Es un cambio de paradigma”, agregó. “Los últimos 25 años han sido para ver quién hace las cosas más baratas; los próximos 25 será para ver quien las hace más inteligentes.”
Xi parece estar apostando a que China tiene el tamaño y la inteligencia necesarios para controlar Internet y el discurso político en la medida justa para evitar la disidencia, pero no tanto que sofoque la innovación. Ésta es la apuesta más grande en el mundo actual. Y si se equivoca (y llámenme escéptico) todos lo vamos a sentir.