La relación de Emanuel (de 23 años) con las drogas no fue casualidad. Creció viendo a su papá consumiendo sustancias. De hecho, fue él quien le hizo probar la marihuana. Después pasó por las pastillas, la cocaína y la pasta base. Su vida fue empeorando día a día. Ya no encontraba razones para seguir viviendo. “No servía para nada”, dice. Un amigo le ofreció ayuda. “Vamos Manu, así te curan. Ya no podés estar así”, le dijo. Entró a un centro de recuperación de adictos. “Estuve un tiempo y salí. Comencé de nuevo a consumir y cada vez peor”, recuerda. Ahora está sentado en una panadería, esperando para salir a vender alfajores junto a otros adictos en rehabilitación. Esta es la segunda vez que intentará escaparles a los estupefacientes. Las de sus compañeros son historias similares. Todos estuvieron internados una, dos y hasta tres veces. Es lo que les pasa a cientos de jóvenes: siete de cada 10 adictos vuelven a tratarse, de acuerdo a un estudio nacional.
La evaluación de Programas de Tratamientos, realizada por la Sedronar (Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico), muestra que Tucumán es una de las provincias con más pacientes en terapia. Así y todo, en los diferentes barrios los padres de adictos reclaman que los lugares donde asisten a sus hijos no dan abasto. Por eso, el jueves pasado marcharon a la plaza Independencia para pedir que se abran más comunidades terapéuticas y que se amplíen los cupos en el centro Las Moritas, el único centro estatal de internación en la provincia.
Una alternativa
En la puerta de la panadería “Sabores del cielo”, en barrio Sur, está Fabio Osores. A los 33 años y después de varios tratamientos para vencer su adicción, el hombre alto, robusto, de ojos negros penetrantes, puede asegurar que se siente “limpio”. Está casado con Cecilia Pintos y hace nueve meses decidió, junto a su mujer, que quería ayudar a los adictos con lo que más les cuesta conseguir: trabajo.
“Es muy difícil recuperarte si no tenés un proyecto, si no tenés la necesidad de trabajar y ganarte la vida”, exclama Fabio. Hace mucho tiempo, cuando era un adolescente, entró al mundo de las drogas para “probar”. Pero le resultó muy difícil salir. No se avergüenza de su pasado: “los errores que cometí son los que me llevaron a ser quién soy hoy. Este es mi lugar en el mundo”. “En cada internación veía cómo los adictos recaemos una y otra vez. Estuve en total con 325 pacientes. La gran mayoría no se recuperaba. No entendía qué pasaba; por qué no podíamos salir. Así me di cuenta de que no alcanza con la rehabilitación, tiene que haber una transformación en la persona”, resalta.
La panadería funciona en un local prestado por una pequeña comunidad evangélica (comparten los gastos de alquiler). Los hornos fueron donados y todo el trabajo que hacen allí es manual. Mientras viven el día a día, reciben decenas de consultas de chicos que buscan ayuda porque ya han pasado por varios centros de rehabilitación sin éxito y ya en ningún lugar los aceptan.
“Si bien en un principio el emprendimiento tenía por objetivo dar trabajo, al poco tiempo se convirtió también en un hogar para los chicos. Es que muchos no tienen dónde vivir. De noche corremos la mesa y tiramos colchones en el piso”, resalta Fabio, que también trabaja en una empresa privada.
“Sí se puede”, es el lema con el que cada mañana -no importa si es domingo o feriado- 15 chicos se arremangan para producir panes, alfajores, budines y bollos. Luego, salen a la calle a venderlos. Dejar de consumir es una decisión que la toman cada día. A cada rato. Tienen una mesa en la que comparten los almuerzos, las meriendas, rondas de mates y la cena. Leen en voz alta la biblia. Se cuentan lo que sienten, sus historias de vida, sus luchas cotidianas contra la droga.
Quedarse en la panadería es una elección; nadie los obliga. “Lo principal es que trabajamos todos. Esto es en equipo y todos ganan dinero. Cada uno administra sus ingresos y colabora con los gastos que se generan por la convivencia”, resalta Fabio. Cada día amasan unos 40 kilos de productos en total. Los que venden bandejas de alfajores llegan a ganar hasta $ 250 diarios, cuentan.
“Este proyecto que tenemos es mucho más ambicioso. La idea es que cada uno de ellos pueda volver a sus barrios y abrir su propia panadería y desde allí ayudar a otros chicos adictos”, cuenta Luciano (33). Hace dos meses dejó la cárcel y se unió al emprendimiento. Cerró así el peor capítulo de su vida, marcado por la droga y el delito, dice. “Es un trabajo que lo puede hacer cualquiera. Buscamos las recetas por internet. Lo importante es sumar gente. La cosa está muy fea en la calle. Todos los días se suicidan chicos adictos”, explica. A su lado está Nahir, de 14 años. Es el más chico y es el único que no sale a vender panes a la calle. “No queremos que él trabaje, él tiene que hacer la vida de un niño de su edad: ir al club, a la escuela. Ya perdió demasiado”, dice Cecilia, que también ayuda en la panadería. El adolescente la mira y sonríe. Sus ojos marrones con vetas verdes le brillan. “Estuve muy mal; por suerte encontré este lugar, encontré una familia”, relata. Y hace una pausa antes de recordar la pesadilla que fue su vida: “crecí limpiando vidrios en los semáforos, a los 11 ya empecé a drogarme. Tuve una vida que no le deseo a nadie... en mi casa una vez me intentaron violar”. Por la droga abandonó los estudios y sufrió mucho. “No es fácil dejarla”, dice el muchacho. Las ganas de consumir no se van nunca, admite Nahir y todos sus compañeros. Pero al menos ahora, mientras están ocupados, ya no les tiembla el cuerpo de sólo pensar en las sustancias.
El 70% de los pacientes adictos vuelve a tratarse
La gran mayoría de los adictos vuelve a consumir drogas después de un tratamiento. Por eso, los expertos no dudan cuando sostienen que el consumo problemático de drogas es una de las enfermedades más traicioneras. Según datos de la Evaluación de Programas de Tratamientos, realizada por el Observatorio Argentino de Drogas que depende de la Sedronar, el 70% de las personas que se encuentra en tratamiento en el país ya había hecho uno con anterioridad y había tenido una o más recaídas.
El estudio del Observatorio traza un mapa sobre cuales son las alternativas que los pacientes tienen para enfrentar su adicción: la mayoría de los servicios de rehabilitación son públicos y ambulatorios. Casi el 82% de los pacientes son varones y el 65% tienen entre 14 y 24 años. En promedio, los tratamientos duran siete meses.
De acuerdo al informe del Observatorio, el alcohol y la pasta base mantienen los mayores niveles de reincidencias. En nuestra provincia, al igual que en todo el NOA, los pacientes que llegan a tratamiento lo hacen por consumo de cocaína, pastillas y pasta base (en ese orden).
“El porcentaje de recuperación es muy bajo. Que un paciente logre rehabilitarse depende de muchos factores: el tipo de droga, el nivel de adicción, el tipo de tratamiento que se le ofrece, la compañía familiar, el entorno y el medio social ambiental, entre otros. El peligro de recaída es una consecuencia mas que puede llevar al riesgo de sobredosis”, destaca el toxicólogo Alfredo Córdoba, del Departamento de Toxicología de la Asistencia Pública capitalina.
“¿Por qué cuesta dejar superar una adicción? Por la negación del sujeto y del medio. Por la pérdida de temor a la sustancia. Por la falta de sitios de tratamientos integrales. Por políticas inadecuadas. Por la falta de una mirada integral al problema”, resume. Cuando alguien abandona un tratamiento, según Córdoba, es porque no ve los resultados que esperaba en un tiempo determinado. Detrás de esto hay otras causas: “muchos prefieren hacer terapias grupales y estos no cuentan con especialistas; los terapeutas deben ser formados en adicciones. Además, fracasan por la falta de oportunidades en el futuro, de reinserción”.
Entre lugares públicos y privados, Tucumán cuenta con más de 30 dispositivos para la asistencia de adictos. Matías Tolosa, secretario de Prevención y Asistencia de las Adicciones de la provincia, prefiere no hablar de cifras generales sobre los resultados de los tratamientos. “Creo que cada caso es particular. En Tucumán hay de todo: pacientes que llegan por primera vez, otros que tienen recaídas. Para cada situación, un equipo terapéutico establece cuál es la mejor estrategia. En esto no hay recetas mágicas. Son terapias largas que requieren la implicancia de la persona y de la familia. Se busca que el paciente pierda el vínculo con la sustancia y que aparezcan vínculos más saludables con el entorno, con el trabajo, con la educación”, sostiene.
“Al ser la adicción una enfermedad crónica, las recaídas son partes del proceso y sirven para replantear el tratamiento. Lo que tenemos que buscar es que sean menos frecuentes y menos intensas”, resaltó el especialista.
“Que Tucumán sea una de las provincia con más pacientes refleja que hay un fortalecimiento de los dispositivos de atención. Somos conscientes de que estamos ante un problema que aumenta día a día y estamos dando respuestas desde el Estado, tanto en la asistencia como en la prevención. La mejor manera de dar respuestas al tema es desde todos los sectores: desde el tratamiento, trabajando en cada barrio con mesas de gestión, dando participación a las organizaciones civiles”, resumió.
PUNTO DE VISTA I
Mal crónico
Ramiro Hernández / Director de PUNA
“La adicción fue considerada durante mucho tiempo como una debilidad moral o una falta de fuerza de voluntad. Por el contrario, actualmente es reconocida como una enfermedad crónica con cambios cerebrales específicos. En este largo proceso terapéutico las recaídas son una realidad, y la mejor forma de prevenirlas, es aceptando el riesgo y conociendo mejor el proceso de la recaída. El tratamiento implica cambiar comportamientos profundamente arraigados, y la recaída no significa que el tratamiento haya fracasado. La reinserción social es quizá el paso más importante, ya que implica la elaboración de un proyecto de vida saludable, la reinserción educativa o laboral del paciente y la prevención de recaídas, es decir, la adquisición de nuevas habilidades para socializar, para recomponer vínculos familiares, para interactuar con amigos y aprender a manejar la ansiedad y el estrés. Hoy los tratamientos deben adaptarse al paciente y su entorno y no como se creía, que un programa terapéutico podría albergar todo tipo de pacientes.
PUNTO DE VISTA II
Procesos
Gustavo Maranngoni / Experto en adicciones
Es bajo el porcentaje de pacientes recuperados y las recaídas son parte natural del tratamiento. Vemos que el 70% de los pacientes en terapia ambulatoria o ya en externación tienen recaídas. Más de la mitad de las recaídas se dan en los tres primeros meses. En el semestre ya la cifra llega al 90%, y antes del año el 10 % ciento restante. Algunos de nuestros pacientes llegan a tener años en esta situación.
Los casos en que no hay reincidencia son escasos y casi siempre se relacionan con crisis existenciales profundas donde el paciente en verdad está en una situación particular que siente que está en un punto de inflexión.
El proceso de recuperación es mucho más complejo que insertarse en un trabajo o el fenómeno de la marginalidad (que no deja de ser cierto). El proceso de rehabilitación es de un año como mínimo, pero en verdad dura toda la vida y los pacientes saben que ese aprendizaje es fundamental para mantener su sobriedad y ser cada día más competentes en todos los aspectos de su vida de interrelación.