Los oficialistas tucumanos están a la deriva. Deambulan por los pasillos de la Casa de Gobierno como extraños bajo su propio techo. Aún no saben qué puertas deben golpear ni tampoco qué números de teléfono deben marcar. A poco de cumplirse dos meses de gestión manzurista, se sienten como esas visitas que incomodan al dueño de casa con su sola presencia.
Acostumbrados a una docena de años del paternalismo de José Alperovich, los peronistas de entrecasa corren despavoridos hacia cualquier dirección refunfuñando. En estos últimos años, el ahora senador abrió su casa de par en par para los dirigentes y aunque las decisiones siempre fueron exclusivamente suyas, al menos la pose le sirvió para mantener a funcionarios, intendentes, legisladores y concejales contentos. Iban y venían por los pasillos de la Casa de Gobierno a su antojo, tomaban mates en el living de su hogar y hasta jugaban con su perra. De repente, su partida y la llegada de Juan Manzur cambiaron radicalmente la dinámica del poder en Tucumán. Y nadie se preparó para eso. El nuevo gobernador esconde las comodidades de su casona en Yerba Buena cuanto más puede y, al menos hasta ahora, no pudo cimentar una relación de confianza ni siquiera con sus funcionarios. Mucho menos, entonces, con el resto de los referentes oficialistas. El ritmo impuesto por Manzur parece hecho a propósito para escabullirse de la dirigencia que reclama respuestas.
Comienza muy temprano por la mañana con alguna reunión de trabajo en su despacho y, salvo escasísimas excepciones, no recibe a nadie en la Gobernación que llegue de improviso o que solicite una audiencia sobre la marcha del día y hasta de la semana. Muy estricto, el mandatario esquiva las charlas políticas comarcanas y aprovecha el celoso filtro que impone su histórica secretaria privada, Vanesa Demarziani. Nadie conoce aún si tiene algún grupo de funcionarios de confianza o cómo se integra su mesa de análisis político, si es que la tiene. Con Alperovich, por ejemplo, cualquier dirigente -oficialista u opositor- sabía que si hablaba con Jorge Gassenbauer el mensaje inmediatamente llegaba a oídos del ex gobernador. Hoy, nadie en el gabinete alcanzó ese nivel de intimidad con Manzur. Hasta hay funcionarios que bromean con la orden de restricción de la que dicen padecer para acercarse al entorno del titular del Poder Ejecutivo. Ni siquiera los hermanos Pablo y Gabriel Yedlin, hombres con los que se crió el nuevo jefe, pueden romper ese cerco. El secretario General de la Gobernación, de hecho, siente cómo Silvia Pérez recibe los recados que llegan de parte de Manzur a su oficina. Así, aunque aún lo toman con sorna, ya hay ministros que hablan mal del gobernador en charlas informales con una queja recurrente: Manzur parece inalcanzable.
En este mes y medio de gestión, el ex ministro de Salud viajó con asiduidad a la Capital Federal, donde parece sentirse más cómodo. En esta última semana, por caso, voló en dos ocasiones. Sólo se hizo tiempo para recibir en su quincho a los legisladores oficialistas y a su compañero de fórmula, Osvaldo Jaldo. Varios de los presentes se fueron con la sensación de que para el gobernador la realidad es otra. Manzur les trazó un balance del almuerzo de hace una semana en la Quinta de Olivos, que duró exactamente una hora y que, según sus palabras, no habría servido para nada. Salvo, claro está, para que el presidente Mauricio Macri lograra la foto con todos los líderes provinciales. Ante cada planteo de algún cacique local, relató el gobernador, el nuevo jefe de Estado los derivó a hablar con el ministro del Interior, Rogelio Frigerio. Más allá de eso, el anfitrión siempre se mostró ajeno a los reclamos locales. En rigor, durante el asado -largo, a diferencia de los que organizaba Alperovich- muy pocos pudieron exponer algún reparo a la conducción manzurista porque el pedido expreso de Jaldo fue que evitaran los berrinches. “Manzur hace de policía malo y Jaldo de policía bueno”, sintetizó uno de los comensales. A decir verdad, el presidente de la Cámara trata de contener las quejas de los parlamentarios que no hallan respuestas en la Casa de Gobierno: contratos caídos y designaciones poco simpáticas son los reclamos que lideran el ranking. ¿Cuánto tiempo aguantará el tranqueño en ese papel?, se preguntan quienes conocen al peronismo desde adentro.
Sí aprovechó Manzur la velada para transmitirles que su intención es que el justicialismo tucumano sea parte de la discusión por la nueva conducción del partido a nivel nacional. Un dato no menor es que lo hizo sin la presencia de la presidenta del PJ local, Beatriz Rojkés, ni de su marido. Hay quienes interpretan que, como la sede peronista local tiene inquilino, el gobernador apuesta a ocupar un cargo de relevancia en la mesa nacional y, así, rodear al matrimonio Alperovich. La ventaja del mandatario con respecto a otros referentes del interior, como el salteño Juan Manuel Urtubey, es que tiene buena llegada a los barones de la provincia de Buenos Aires: durante su etapa como ministro de Salud de Cristina Fernández, Manzur puso su oficina a disposición de los peronistas del populoso conurbano y del ex candidato presidencial Daniel Scioli. Quizá en esta intentona se justifiquen tantos viajes al corazón del país.
Manzur cierra el año con el mismo estigma con el que asumió el 29 de octubre: la dirigencia no lo reconoce aún como un líder. Le reclaman mayor presencia en los barrios, más diálogo territorial y menos protocolo. Así, advierten, no volverá a pasar por el papelón de haber sido escrachado en plena plaza Independencia durante un acto oficial. Es que los oficialistas ponen como ejemplo del autismo gubernamental a la inauguración de un árbol de Navidad: el evento se hizo el martes 8, a la misma hora en que desde hace nueve años el incansable Alberto Lebbos ocupa ese paseo público para hacerle recordar a las autoridades y a la sociedad que el crimen de su hija aún permanece impune. Sólo un equipo político amateur puede pasar por alto ese dato al organizar un acto público del gobernador y hacer de cuenta que nada ha pasado.