No puede estar disconforme con su gestión administrativa, menos en medio de la incertidumbre económica en la que vivió el país durante este año. No tanto como para ponerse un optimista ocho como el presidente, Mauricio Macri, pero tiene por qué festejar desde su cargo de gobernador de Tucumán: no tuvo sobresaltos económicos -termina sin déficit fiscal- y pudo pagar los sueldos sin retrasos; los festejos por el Bicentenario le agrandaron su sonrisa y alternó buenas y malas con funcionarios nacionales pero siempre se mantuvo fiel a su declamación: espero que a la Nación le vaya bien, porque a nosotros así nos irá bien.
El gobernador, Juan Manzur, tuvo una preocupación central desde que asumiera el 29 de octubre de 2015: legitimarse ante la ciudadanía desde la tarea institucional. Apostó a esa vía para desembarazarse de las dudas sembradas sobre el triunfo electoral del Frente para la Victoria. Tamaño contrapeso sobre su imagen lo enfrentó desde el cargo; así puede mencionar en esa línea y como logros destacados de este año el incremento del corte de etanol en las naftas -del 10% al 12%-, la apertura para el ingreso del limón a los Estados Unidos, la intención de Avianca de volar desde Tucumán el año que viene, las obras en el aeropuerto que lo convirtió en el segundo centro de cargas aéreas del país, la asunción como presidente de Zicosur; e incluso puede poner en el haber los festejos del Bicentenario que ubicaron a la provincia en centro del escenario nacional con la foto que más buscó: al lado de Macri.
Políticamente, el titular del PE tuvo un gesto simpático con Cambiemos para establecer una relación con mejores vínculos: el kirchnerismo es una etapa que ya pasó; dijo en junio. La Nación, como no puede ser de otra forma, le reconoce su rol institucional -cuando debe negociar en el Congreso, por ejemplo-, pero lo pone en la lista de los distantes cada vez que le recuerda que no acompaña la reforma política. O como cuando el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, afirmó en Tucumán: aquí también se ganó. Cal y arena. Pese a todo, Manzur hace lo imposible por mantener una puerta abierta al poder central. No respondamos injurias; deslizó esta semana; lo que va en esa línea de no chocar desde lo político con el macrismo que gobierna. La síntesis de su aspiración como gobernador es sin rispideces políticas y una buena relación institucional.
Es la fórmula que eligió para gestionar. Manzur no quiere enfrentamientos -ver “Un perfil...”-, le rehuye a los conflictos que puedan perturbar su tarea administrativa, hasta de los más pequeños. En ese marco hay que inscribir, por ejemplo, el arreglo del entredicho con La Bancaria por la Caja Popular de Ahorros o la designación de Gustavo Romagnoli en la Justicia, después de que José Alperovich lo vetara 10 veces. En fin, Manzur cierra un 2016 con motivos para sonreír.
Un perfil que lo aleja del rol de conductor político
El titular del PE elude las peleas y prefiere cultivar las buenas relaciones políticas, situación que puede relegarlo con vistas a 2019
No se quiere pelear con nadie, propios o extraños. Mantener un esquema de relaciones sin conflicto es una marca registrada por el gobernador, Juan Manzur. Este perfil político no confrontativo, que cultiva desde que asumió, adquiere un significado especial en el mundo del peronismo tucumano y puede marcarlo negativamente de manera personal en 2017. Es que en el PJ, por tradición histórica y por una concepción verticalista de ejercicio del poder, no se conciben comandos bicéfalos o trípodes que compartan el mando. No puede haber dos jefes; menos tres.
Al justicialismo le incomodan los triunviratos o mesas de gestión multitudinarias -únicamente los admite en tiempos de reacomodamientos o de renovaciones internas-; no es natural frente al pragmatismo que marca al PJ cuando se habla de los que tienen que mandar. Y esa visión sólo admite la existencia de una lucha por los espacios, especialmente por el honor de conducir al peronismo. Y para lograrlo hay que convencer, dar pelea e imponerse. La tribu lo pide.
En ese marco, la postura personal de Manzur de no querer pelearse con nadie implica jugar en desventaja, porque a la larga al justicialismo siempre lo conduce una persona; no dos, ni tres. Hoy puede haber una sociedad entre el mandatario, el vicegobernador, Osvaldo Jaldo, y el senador José Alperovich; pero no puede subsistir. Es una demanda de compañeros, cual si fuera la verdad 21; y así lo entienden los simpatizantes de Perón.
Estos son los que aguardan que haya una definición política, que de entre ellos emerja el conductor definitivo. Manzur no da muestras de tener interés en conducirlo a nivel partidario; lo que alimenta la idea en algunos de que su antecesor será, posiblemente, su sucesor.
En ese sentido, 2017 será el año una eventual disputa por ver cómo se disuelve la sociedad encaramada en un trípode y quién se queda con el mote de conductor político. Los peronistas están a la espera, aguardando al guía.
Sería novedoso que la amistad supere a la conveniencia y que se mantenga en el tiempo, a no ser que haya un pacto secreto por el que los roles futuros ya hayan sido repartidos. Los candidatos que elija el oficialismo en 2017 dirán en parte cómo aspira a pararse Manzur hacia 2019.