WASHINGTON – Primero oí hablar del coronel Yosef Alon, un elegante diplomático israelí, cuando trabajaba como reportero en Nueva York hace ya casi una década. A Alon le dispararon mortalmente en julio de 1973, cuando se bajaba del coche en su casa de Chevy Chase, Maryland, después de regresar de una fiesta con su esposa. El FBI nunca resolvió el caso.
En ese entonces, me daba curiosidad saber por qué el FBI no había encontrado a los asesinos de Alon. El caso sin resolver era extraordinario: nunca antes habían asesinado a ningún funcionario israelí en Estados Unidos. En ese momento, era la mayor investigación que hubiese llevado a cabo la Oficina alguna vez.
Al final, en el 2007, publiqué un extenso artículo sobre la investigación que el FBI hizo de la muerte de Alon, un agregado militar, asignado a la embajada israelí en Washington. Dicha investigación reveló detalles nuevos en cuanto a que la CIA creía que habían sido terroristas palestinos los encargados del operativo.
Debido a una corazonada, le mandé una copia a un hombre que podría haber sabido algo sobre el asesinato: no fue difícil encontrar a Ilich Ramírez Sánchez, el terrorista venezolano y musulmán converso, mejor conocido como Carlos, el Chacal. Estaba en una prisión francesa, cumpliendo una sentencia de por vida por matar a dos agentes de seguridad franceses en 1975.
Para mi sorpresa, Ramírez me contestó al año siguiente. Dijo tener información sobre el asesinato. “El contacto con los voluntarios que ejecutaron la operación en Washington se perdió hace mucho tiempo”, escribió. Dada esa distancia, añadió, podría “revelar la forma insólita en la que ‘Operación Alon’ se llevó a cabo”.
Había una condición: Ramírez quería dinero a cambio de la información. Yo decliné pagarle y seguí otras historias. El FBI tenía otros planes.
El mes pasado, el organismo reveló que había reabierto su investigación sobre el asesinato de Alon. ¿Por qué? Eugene Casey, un agente del FBI basado en París, se había enterado de la carta que me mandó Ramírez.
En la revista “The Journal of Counterterrorism and Homeland Security International”, Casey reveló que había interrogado a Ramírez. El artículo, titulado “Fumar con el Chacal”, era un estudio de caso sobre cómo interrogar a un detenido. Se detalla cómo Casey llevó a cabo entrevistas de cinco horas durante 18 meses. La última fue en julio de 2015.
Ramírez, dijo el agente del FBI, le dijo todo lo que sabía sobre el asesinato del israelí.
Alon era un piloto condecorado que había volado docenas de misiones en la guerra de independencia de Israel en 1948 y ayudó a fundar la formidable fuerza aérea del país. Lo habían mandado a Washington en 1970 por un período de tres años para ayudar a asegurar que su país tuviera el armamento militar más actualizado, como los Phantoms F-4, que necesitaba Israel.
A Alon, de 43 años de edad, con tres hijas, lo mataron un mes antes de que concluyera su encargo.
El día en que murió, en una transmisión por radio de la Organización para la Liberación de Palestina desde El Cairo, se anunció que le habían disparado a Alon en venganza porque Israel asesinó a un dirigente de Septiembre Negro, la organización terrorista palestina.
Septiembre Negro había matado a 11 israelíes en los Juegos Olímpicos de 1972 en Munich, lo cual desencadenó una ola de ataques entre la inteligencia israelí y los palestinos. Eventualmente, esa violencia llegó hasta Estados Unidos. En marzo de 1973, un agente de Septiembre Negro colocó dos coches bomba a lo largo de la Quinta Avenida en Nueva York y otro cerca del aeropuerto internacional Kennedy con la esperanza de matar a la primera ministra israelí, Golda Meir. Nunca estallaron las bombas.
En 1978, el FBI cerró la investigación de la muerte de Alon, llamada “Murda” o “Asesinato del asistente del agregado aéreo, coronel Joseph Alon”. Había evidencia escasa, parte de la cual se perdió para siempre, y no hubo testigos. Yo entrevisté a agentes que habían investigado el asesinato y contacté a quienes fueron funcionarios de la CIA que pudieran saber algo.
Me enteré de que la CIA pensaba que un equipo de dos gatilleros de Septiembre Negro había ingresado a Estados Unidos y se habían ido después del asesinato. Sin embargo, el FBI nunca pudo confirmar eso.
Aun cuando hacía mucho tiempo que se habían olvidado del crimen, el Departamento de Policía del condado de Montgomery, en Maryland, todavía tenía interés en el caso. No había ninguna disposición legislativa en materia de limitaciones relativa al asesinato. Me acerqué a Ed Golian, un detective de la brigada de casos sin resolver, quien estaba indagando sobre lo que le pasó a Alon.
Le mandé una copia de la carta de Ramírez. Yo quería conocer su opinión. Golian pensó que valía la pena chequear lo que se decía en ella. Sin embargo, ¿quién sabía si el Chacal estaba diciendo la verdad?
Entonces, Golian contactó al FBI sobre la carta, aunque yo no sabía nada al respecto. En el 2011, la policía del condado que trabajaba con los fiscales estatales, el Departamento de Justicia y la FBI, iniciaron el proceso para conseguir el permiso de las autoridades francesas para hablar con Ramírez. Agentes del FBI en París llevarían a cabo la entrevista. Sin embargo, debido a los retiros y la burocracia, los trámites pasaron inadvertidos y no se presentó la solicitud.
Luego, en el verano del 2011, Casey aterrizó en París como el agregado asistente jurídico de la Oficina. A Casey, quien nació en Brooklyn y se unió a la FBI en 1996, le gustaban los casos difíciles de resolver. Forjó su carrera investigando casos de alto perfil en sobornos y lavado de dinero, así como de pandillas y drogas. También pasó tiempo en Arabia Saudita investigando el financiamiento al terrorismo.
Meses después de que llegara a París, otro agente de la FBI le habló de un intento de entrevistar a Ramírez. Entonces, Casey reabrió la investigación y presentó la solicitud ante las autoridades francesas para entrevistar al terrorista en el 2013.
Frente a frente
En febrero del 2014, Casey, junto con su traductor, entraron en la prisión donde tenían a Ramírez, a la sazón con 64 años. Este, vestido con una chaqueta de piel y sin esposas, sacó, después, un puro cubano, un Cohiba, y se lo ofreció al agente. Luego, ambos hombres se pusieron manos a la obra.
A principios de los 1970, dijo Ramírez, varios estadounidenses que vivían en París frecuentaban una librería, propiedad de un palestino. Los estadounidenses, veteranos de la guerra de Vietnam, simpatizaban con la dura situación de los palestinos y querían hacer una declaración en su nombre.
El dueño de la librería puso a los estadounidenses en contacto con Kamal Jeir Beik, un presunto miembro de Septiembre Negro. Beik se reunió con ellos en un café del Barrio Latino de París, en algún momento después de 1970, contó Ramírez.
Los estadounidenses le preguntaron a Beik, un sirio, qué podían hacer para promover la causa palestina. El les dijo que mataran a Alon.
Ramírez dijo que Beik le había dicho después lo que había pasado, y que éste nunca había creído que los estadounidenses montarían un operativo.
“Cuando mataron a Alon, todos nos preguntamos quién podría haberlo hecho”, Ramírez le dijo al agente del FBI. “Obviamente, todos estábamos muy contentos”.
Casey estaba escéptico, pero llegó a creer que lo que había dicho Ramírez era cierto. Beik había ayudado a planear un ataque contra una reunión en Viena de la Organización de Países Exportadores de Petróleo en 1975, una operación que lo hizo famoso. A Beik lo mataron después en Beirut.
Otros detalles también resultaron ser ciertos. La librería existió alguna vez y su dueño era un activista palestino a quien abalearon fatalmente en 1977. Los franceses le dieron a Casey los nombres de tres estadounidenses que habían frecuentado la librería. En una entrevista, Casey dijo que había interrogado a uno de ellos, quien fuera un destacado militante de los Panteras Negras. El hombre había estado en París, pero dijo que no sabía nada de Alon. Un segundo estadounidense, un neoyorquino, estaba muerto. Un tercero, en Chicago, tampoco tenía información sobre Alon.
Además, los franceses han realizado varias entrevistas a personas que tienen vínculos con la librería, y funcionarios de seguridad en Suiza y Australia han proporcionado asistencia al FBI, pero todo en vano.
Los israelíes también han guardado silencio sobre el asesinato. En un libro del 2011, “Chasing Shadows” (“En persecución de las sombras”), un ex funcionario de seguridad en el Departamento de Estado especuló que los israelíes habían identificado y matado a quien haya sido el que le disparó a Alon. Casey dijo que nunca se había verificado esa historia de espías.
Casey, quien hoy es instructor en interrogatorios en la academia de la FBI en Quantico, en Virginia, está determinado a tratar de resolver el caso antes de retirarse este año. Piensa que al menos hay una pista prometedora más que seguir. Los agentes que trabajaron en la investigación original redujeron el arma asesina a un revólver calibre 38, específicamente, uno de dos modelos de fabricación extranjera. El FBI rastreó entonces cada una de esas armas que se vendieron al este del río Mississippi.
La lista de compradores era larga y variaba la información de identificación. Sin embargo, entre ellos, comentó Casey, había personas que habían servido en el ejército o tenían vínculos con extremistas negros o con crímenes violentos. Nunca los entrevistaron.
Es una posibilidad muy remota, seguro. Si no sale la cosa, yo seguiré por aquí. Quizá alguien me mande otra carta.