Después de una sobremesa apurada de domingo, los feriantes cargan las valijas y se van a la plaza. Ahí están ellos con todos sus productos y con la ilusión de sumarle al bolsillo haciendo lo que les gusta. Algunos descubrieron su pasión por necesidad (económica o personal), y otros por casualidad. El primer y el tercer domingo de cada mes los puesteros de La Feria de los Artesanos, que organiza la Municipalidad, están siempre en el parque Avellaneda; los demás domingos recorren otras plazas de la ciudad. Tejidos, porcelana, ropa para mascotas, comidas locales y del mundo, conservas, cervezas artesanales y un pequeño mundo de colores y perfumes conviven en el espacio público, convirtiéndose en un paseo popular y en un fenómeno cultural. Y además de lo que venden, los feriantes están siempre dispuestos a contar sus historias.
Norma mira el reloj y son, otra vez, las 3 de la mañana. Desde el dormitorio se escucha el reclamo del marido, que le pide que ya vaya a la cama, que deje por un rato esas muñecas que parecen obsesionarla. Pero ella sostiene lo contrario: es gracias a esas muñecas que fabrica desde hace cinco años que ella ha podido encontrar algo de equilibrio. “Yo prácticamente no tuve infancia. Trabajé desde los siete años, iba de familia en familia, apenas terminé la primaria. Después me casé, tengo seis hijos que son la locura de mi vida, y mi marido que me mezquinaba no me dejaba salir a trabajar, entonces me la pasaba en mi casa”, cuenta Norma Torres (51) sin ningún rencor y hasta con cierto cariño. Es ese mismo marido que ayer y todos los domingos la carga en la moto y la lleva desde Tafí Viejo, donde viven, hasta la Feria de los Artesanos, que ayer fue en la plaza San Martín, en barrio Sur.
“Ya de grande y con los chicos empecé a estudiar, a hacer cursos, me recibí de agente sanitaria, también de peluquera. Después hice talleres vinculados al arte y las artesanías, que nunca terminaban de atraparme, hasta que un día terminé haciendo una muñeca, por casualidad, de aburrida, y quedó simpática”, resume brevemente Norma, siempre tímida y sonriente. Al poco tiempo de armar esa primera muñeca tuvo que armarse un baúl gigante para guardar todas las muñecas que había hecho para ocupar las manos y la cabeza. Ahí apareció su “hit”: la muñeca negra y ruluda que arranca suspiros en las ferias. “Una amiga me insistió para que me presentara en el Festival del Limón, en Tafí Viejo, y llevé algunas cosas que tenía. A las pocas horas había vendido todo. Yo no quería saber nada, me da muchísima vergüenza vender, no sé ponerle precio a mis cosas... pero había vendido todo en mi primer intento. Me llené de ilusión y volví al otro día, con todo lo que tenía en el baúl. Y acá estoy, amo mis muñecas y sobre todo lo que generan en la gente, las cosas que me dicen, que les recuerdan a la infancia... la plata que hago se me va en el acto, pero el contacto con el público es lo que me queda y me gratifica”, confesó.
Juan, con novia “importada”, volvió a Tucumán sin querer
“A estos no los quiero ver más. Allá se vendían mucho, pero acá el color dorado no funciona”, dispara Juan Sánchez, un joven artesano tucumano de 28 años. “Allá” es Colombia, el país al que viajó por tres meses y se terminó quedando por tres años. Fue a conocer personalmente a una chica con la que había comenzado una relación por Facebook, Stacey Wilches, quien ahora está al lado suyo en la Feria de los Artesanos tejiendo macramé. “Vinimos de visita a Tucumán y apareció la posibilidad de hacernos cargo de un negocio y acá estamos. Nos quedamos”, contó Stacey. En Colombia ella estudiaba publicidad y marketing, pero terminó dedicándose a las artesanías con su novio. También habían incursionado con un bar donde vendían empanadas tucumanas. “La verdad, medio flojas las empanadas... pero a la gente le gustaba. Igual, con el bar no nos fue bien, nos fundimos”, confesó él y ella dio el diagnóstico: “los socios se tomaron todo”.
Sin pensarlo se embarcaron en la alquimia de la cerveza artesanal
Una pareja de estudiantes de Biotecnología van a conocer el primer bar de cervezas tiradas de Tucumán, hace poco más de un año, y al poco tiempo ya están haciendo su propio emprendimiento de cervezas artesanales. Así se puede resumir la historia de Noelia Aride y Franco Díaz, ambos de 23 años, quienes jamás hubiesen pensado que su profesión se iría por el lado de las burbujas y la espuma. “Nos encantó la cerveza de ese lugar y comenzamos a probar. Ahora tenemos una producción de 300 a 500 litros por mes, todavía muy chico, pero estamos muy entusiasmados”, contó Franco. Con el calor de ayer en la plaza, el puesto de ellos era el oasis perfecto para matar la sed.
“Ali” insistió y consiguió un lugar para sus objetos de arte
Alicia Vera es licenciada en artes y desde hace 10 años se dedica a hacer objetos ilustrados, dibujos y collages, con una fuerte impronta de las artes plásticas, de los personajes y los paisajes autóctonos. “Siempre me gustaron las ferias, pero siempre fueron demasiado esporádicas, una vez al año o dos. Y así es muy difícil sostener. Esta me pareció una muy buena opción para estar en contacto con la gente, si bien no fue fácil que me aceptara, porque mis productos se escapan un poco de las artesanías del resto de los puestos”, contó “Ali”. Ayer fue su segundo domingo en la Feria de los Artesanos.