Vodka, negativo; agua y a la cama. El fan fest de San Petersburgo es una caldera. Explota de gente, de locales, de uruguayos, de argentinos que todavía no han dicho presente en un banderazo a punto de entrar en ebullición en el playón del museo Hermitage. Hay fútbol por las pantallas gigantes. Juega Rusia, la madre patria de fans recién constituidos y de quienes aprovechan una especie de feriado, que no es tal, para perderse en varios litros de cerveza.
Dicen que Rusia es la capital del vodka, pero los rusos toman más cerveza que cualquier alemán. Son barriles sin fondo. Un vaso, un trago, siguiente ronda. El partido está en movimiento. Hay esperanza, sí, pero muere antes de llegar a la orilla. La “Celeste” hace en los Mundiales que a todos les cueste. Gol del pistolero, gol de Luis Suárez. Velorio en puerta en una zona directamente clausurada. Nadie entra, pocos salen. Si fuera la Selección la que estaría perdiendo, no habría un argentino en la zona tirando selfies, buscando la foto retrato con el Iphone. Pero acá, los rusos sufren y las rusas coquetean con sus celulares. Ellas, espléndidas, le sonríen a la cámara delantera. El partido es un detalle, es como si fuera la 25 de Mayo de hace 25 años atrás, cuando todo el centro se juntaba en la intersección con la Corrientes. Hay lamentos, fondos blancos. Insultos.
Uruguay aguanta los primeros embates del anfitrión. Tiene cintura Uruguay, y más cuando el marcador el suyo. Los rusos no entienden por qué su equipo, uno de los más letales de esta Copa del Mundo, no pueden convertir. Un “Charrúa” le tira el chasis encima a un vecino que no despega sus ojos de la primera de las grandes pantallas de TV del predio. Le dice, “somos difíciles”. El vecino no entiende nada, pero cree que su rival le dice que están complicados. Gol en contra de Rusia, 2-0 Uruguay. Partido resuelto.
Falta una eternidad. Algunos confían que el error de Denis Cherushev tiene solución. Otro golpe, la doble amarilla a Igor Smolnikov. Ahora sí, a dormir muchachos, sin vodka y sin cena. Caras largas por doquier. Menos entre las damas, por supuesto. Fotogénicas, de ojos celestes, verdes, marrones, todas modelan para sus cuentas de Instagram. Hasta madre e hija, calcos repetidos, se suman a la fiebre de buscar su mejor retrato. Es un flash este lugar, hay mucho flash, también, y es pleno día. Al entretiempo.
La pausa del cuarto de hora es una excusa para renovar stock de bebidas. La cerveza vuela, es como si este público se hubiera alimentado únicamente de sal y necesitara tomar un líquido sagrado para calmar el fuego interior. El tiempo vuela, ahora sí. Uruguay es Uruguay, el dominante, el que maneja los hilos, con y sin la pelota. El partido es suyo, el grupo también. Los pucheritos aumentan, devalúan las sonrisas. San Petersburgo ya no es una tierra de felicidad dentro del fan fest.
Algo ha cambiado. Sí, que la “Celeste” gana siendo soberbia. Amo y señor en rodeo ajeno. Qué lindo.
El Samara Arena, le hace honor a su nombre, aunque por estos lares creen los rusos que pasaron del oro al barro. “Rasía está herida”, el semblante de los muchachos ya lo dice todo. El partido es un enjambre de dilemas, todos negativos, casi imposibles de resolver. Minuto 90, se acerca la última daga, la de Edison Cavani, la que redondea un partido perfecto del equipo de Oscar “Maestro” Tabárez y que lo catapulta como el candidato silencioso. Que se vengan España o Portugal, da igual.
La resignación. El 3-0 sufrido rompió la burbuja de un sueño que pintaba como el ideal. En mundiales, ni como Unión Soviética o Rusia, este país pudo ganar los tres primeros partidos de la fase de grupos. Siguen acechados por “una maldición”, se resignan los más veteranos, los que tienen fútbol encima y los que no sólo se han hecho fans momentáneos porque el Mundial se juega acá. A los veteranos les duele más que al resto, que encuentra en la cerveza del fan fest un calmante benigno que relaja sus sentidos.
The end. El partido terminó hace rato en Samara, pero en San Petersburgo nadie se ha ido de la zona de fiesta. Ahora, la cosa pasa por otro lado, por conversar, por intentar olvidar lo que pasó y por encontrar fuerzas en un abrazo piadoso. Las chicas que venían tirando selfies durante los 90 minutos apagan sus cámaras y se suman al convite social. Es la pausa hasta que la TV divida su pantalla y presente Irán-Portugal y España-Marruecos y la cerveza vuelva a fluir como tormenta de verano. Así es el Mundial, así se lo vive en Rusia, entre ganadores y perdedores, pero felices al fin.