Martes 22 de enero. Santiago no tiene signos vitales y está frío. Dos chicos acaban de sacarlo del río. Un hombre se arrodilla a su lado. Trata de reanimarlo. Se oye un llanto cerca. “Llamen a una ambulancia”, gritan. Llega una mujer, todos se hacen a un lado y ella toma la posta con las tareas de resucitación. Una y otra compresión sobre el pecho del pequeño de 11 años surten efecto. El niño devuelve agua. Mucha agua. Se queja. Lo suben al vehículo sanitario. Se enciende la sirena. Llega al hospital a punto de un paro respiratorio. Lo entuban. Las puertas de la terapia se cierran. Está vivo. Pero habrá que esperar 72 horas. El futuro es incierto.

¿Se ahogó? “No puede ser”. “Quiero a mi hijo vivo, por favor”.

Cynthia Rodríguez tiembla cuando recuerda ese día. Cuando su teléfono sonó dio comienzo la peor pesadilla que le tocó vivir en 33 años. Mira a su hijo, ahora sentado al lado de ella, y no lo puede creer. Que esté ahí. Que no le haya quedado ninguna secuela física ni neurológica. Tal vez por eso lo toca a cada rato mientras dura la entrevista, en la casa que tienen sus suegros en Tafí Viejo. “Esto fue un milagro; le debo la vida a los cuatro ángeles guardianes que tuvo mi hijo”, dice la joven mamá.

Cynthia se refiere a los dos jóvenes Alexis y Jonhatan Galván quienes se tiraron al río y lograron sacar a Santi, cuando se estaba ahogando. Y a las otras dos personas que le hicieron las maniobras de resucitación y lograron que el corazón del niño no dejara de latir. “El hombre, que se llama Walter Paz, se contactó para saber cómo estaba Santi. Me dijeron que ella se llama Cecilia Ortiz, quisiera agradecerles infinitamente”, enumera.

“Quiero abrazarlos y decirles gracias; son mis héroes”, lanza tímidamente Santi. La mamá asiente con la cabeza. “Vamos a buscarlos pronto”, le promete. Hace poco más de una semana le dieron el alta del hospital, después de varios días internado. “Los médicos me informaron que tuvo una recuperación increíble. Al principio eran muy pesimistas. Nos decían que estaba grave y que podía tener secuelas por el tiempo que estuvo bajo el agua. Hicimos muchas cadenas de oración. Hasta en Brasil rezaron por él”, cuenta Cynthia, y aprovecha para agradecer también a todos los profesionales que lo atendieron al niño y a la gente que rezó por él.

EN FAMILIA. “Santi” con su mamá, sus tías, su abuela y su hermana.

Cada día en la terapia del hospital de Niños la familia de Santi rogaba para que el pequeño se despertara y que todo tuviera un final feliz. El pequeño abrió los ojos al quinto día. Y aunque el oxígeno no lo dejaba comunicarse comúnmente, todas las señales indicaban que lo peor había pasado. “Ha vuelto a nacer”, les dijo el médico.

Santi se ríe cuando escucha esa frase. Está jugando con el celular. Es una de las cosas que más le gusta hacer. También ver El Chavo del 8 y divertirse en la Play. Ha pasado al último año de la primaria en la escuela Próspero Mena y tiene dos pasiones: pescar y el fútbol (juega de defensor en las infantiles de Villa Mitre). Habla muy poco. Pero cuenta que se acuerda todo de aquella tarde en el río Loro. Horas antes, en casa, había escuchado que su tía iba a ir pasar la tarde al Cadillal y enseguida insistió para que lo llevaran.

“Casi no sale a ningún lado. Ama ir a pescar, pero no es de meterse al agua. Igualmente sí sabe nadar. ¡Ese día nos pidió tanto que le diéramos permiso! Accedimos”, aporta la mamá.

Santi recuerda que no había mucha gente en esa parte del río y que recién se había metido cuando el agua comenzó a “chuparlo” a él y al novio de su tía. Luego, se despertó en el hospital. “Es mentira que se había tirado de un puente, que fue una imprudencia o que nadie lo cuidaba. Fue todo muy rápido. Lo que después averiguamos es que en ese sector el río es súper peligroso. Pero no había ninguna señalización ni guardavidas. Además, la ambulancia tardó mucho en llegar: 20 minutos”, explica Rodríguez.

La abuela de Santi, Gladis del Carmen Romero, llora desconsolada. A las tías, Rita y Adriana Luna, se les empañan los ojos. “Cuando vi el video de cómo lo sacaron del río no pensé que iba a sobrevivir”, dice una de las tías. Todavía está shockeada y no puede borrar de su mente la imagen de su sobrino como un muñeco de trapo.

Planes

“No corras Santi”, le dice la mamá cuando lo ve jugando con su hermanita Guadalupe, de cuatro años. “Todavía se agita un poco; hay que cuidarlo”, advierte. Ahora lo tiene como en una caja de cristal. No lo deja salir mucho a jugar con sus amigos y lo mira de noche mientras duerme para asegurarse que respire. Santi escucha atentamente todo. Es menudo y tiene el pelo prolijamente cortado y peinado. Se ha vestido para la nota con una bermuda de jean y camisa azul. En los próximos días, junto a sus padres tendrá que cumplir algunas promesas, como por ejemplo ir a Salta a visitar a la Virgen de los Tres Cerritos y a Catamarca, a la Virgen del Valle. La pesadilla pasó. Es hora de hacer planes. Por lo pronto, Santi no pierde el tiempo y ya está pensando qué le gustaría ser cuando sea grande: “quiero ser policía… ayudar a otros, salvar vidas”.