Todavía en tarea de deconstrucción, el lenguaje inclusivo, debo aceptarlo, aun me resulta difícil. Pero cuando pensé el título para esta columna no tuve siquiera chance de duda. Se trata de un intento de reconocimiento a deportistas que, por una u otra razón, abrieron camino. Ejemplo número 1: abrieron camino los All Blacks, la selección más poderosa en la historia del deporte mundial, cuando semanas atrás decidieron visitar el Sitio de Memoria en la exESMA. Días después, visitaron el Museo las divisiones inferiores de River Plate. El gran Huracán de Ángel Cappa de 2009 es el único equipo de Primera que fue al Museo. No hubo más. Tampoco fueron selecciones nacionales. Por eso tiene tanto valor la decisión de los All Blacks que quisieron conocer el horror de la represión estatal en tiempos de dictadura.
Tan fuerte fue la visita que reabrió una iniciativa para que la Unión Argentina de Rugby (UAR) haga un reconocimiento “institucional” a los 152 jugadores de rugby desaparecidos. La iniciativa es impulsada por miembros de Organismos de Derechos Humanos y familiares de Rugby Detenidos-Desaparecidos. El reclamo destaca el gesto de los All Blacks y dice que vería “con agrado” que la UAR impulse visitas de clubes y de Los Pumas a la exESMA. El pedido, que tiene entre sus impulsores a Julián Axat, abogado, rugbier e hijo de uno de los veinte jugadores desaparecidos del La Plata Rugby Club, incluye la publicación reciente de la tercera edición del libro “Deporte, Desaparecidos y Dictadura”, del periodista Gustavo Veiga. Es el libro que, como ya contamos en este espacio, cuenta que entre los 220 deportistas federados desaparecidos, hay 152 rugbiers. Ciudades universitarias y compromiso social influyeron para que el rugby tuviera tantos desaparecidos. Y, seguramente, el mismo rugby. Su esencia. Su característica de juego solidario como pocos. De juego que privilegia históricamente lo colectivo por sobre lo individual. Se puede cuestionar, claro, a quienes creyeron que la violencia debía ser respondida con violencia. Pero el pedido del reconocimiento busca repudiar ante todo la tortura por parte del Estado. Y jamás olvidar a sus víctimas. En este caso, rugbiers. Muchos de ellos, es cierto, ya recordados por sus clubes y también por la notable tarea investigadora de Carola Ochoa. Pero no todavía por la UAR.
Cada historia y cada país y cada deporte tiene sus pioneros. Esta semana profundicé mucho el caso del ciclista colombiano Egan Bernal, primer campeón latinoamericano del Tour de Francia. Podría equipararse a nombres argentinos como los de Juan Manuel Fangio, Guillermo Vilas o Emanuel Ginóbili, pioneros en la conquista latinoamericana de títulos inéditos en la Fórmula 1, el tenis y la NBA. Los primeros astronautas latinoamericanos que pisaban la Luna. Y así como los deportistas desaparecidos tienen el libro de Veiga, el de los pioneros del gran ciclismo colombiano cuenta con “Los reyes de las montañas”, un trabajo formidable escrito en 2016 por el periodista británico Matt Rendell. En pleno Tour, Rendell se enojó con un informe de L’Equipe que recordó la infiltración narco en el ciclismo de Colombia. El propio Rendell tocó el tema en su libro. Pero cree que ahora son tiempos de recordar otras historias notables de los célebres “escarabajos” colombianos que, por fin, pusieron al ciclismo latinoamericano en la Luna. La historia de deportistas surgidos casi todos ellos de pueblos humildes y que decidieron que las montañas que rodean a su país no fueran obstáculos, sino aliados.
El último jueves fue presentado en Buenos Aires el libro sobre otros pioneros. Los primeros campeones mundiales juveniles del fútbol argentino, la selección que se coronó en Japón en 1979 comandada por Diego Maradona y con César Menotti DT. El libro del colega Guillermo Blanco (“El fútbol del sol naciente”) destaca el valor de un proceso, de un trabajo a largo plazo. De que se puede ganar y jugar bien. Nostalgia pura, por un lado, recordar a esa Selección que nos obligaba a levantarnos de madrugada para deleitarnos con su fútbol ofensivo y vistoso. Y dolor, por otro, por ver cómo luego, tras el gran paso de José Pekerman, continuador de la obra, se deterioró todo.
Un día antes del libro de Blanco se presentó también en Buenos Aires “¡Qué jugadora!”, la gran obra de Ayelén Pujol sobre la historia del fútbol femenino en la Argentina. Fue tal vez la presentación de libro más hermosa en la que alguna vez estuve. Porque fue bueno escuchar a “Maca” Sánchez, impulsora del profesionalismo con su demanda a la AFA. Pero fue más emotivo aún escuchar a las jugadoras de la selección que asombraron en México 1971, un Mundial no reconocido oficialmente por la FIFA. Escucharlas agradecer que se las recuerde. Que, como dijo una de ellas, se las haya “sacado del closet”. Reírse hoy de los tiempos difíciles, como salir a cazar ranas en pleno campo porque ni siquiera había qué comer. Preguntarse, más profundas, por qué sigue habiendo tantos hombres en vestuarios de futbolistas adolescentes. Y cantar todas juntas al final: “¡Ya vas a ver, el fútbol va a ser de todes o no va a ser!”. Por eso, sepa comprender lector, el título de esta nota. Porque la historia y los tiempos, afortunadamente, se mueven. Y porque esas pioneras no pueden seguir siendo excluídas.