Las brutales imágenes de un guardia de seguridad de un boliche en Mar del Plata, literalmente estrellando contra el piso a un joven, fueron la peor manera de empezar el 2020. A través de la filmación de un celular puede verse en la madrugada del 1 de enero, en el complejo de Playa Grande, como un hombre muy corpulento abraza por la espalda a un muchacho y lo levanta únicamente para reventarlo con aún más fuerza contra la vereda, dejándolo inconsciente.
La violencia que suele ejercer el personal de seguridad de los boliches es muy conocida y hemos leído noticias sobre tantos casos de este tipo que lamentablemente no sorprende enterarse de uno más. El video estremece. El grado de violencia que ejerce el custodio le quita toda importancia a lo que haya el chico previamente (en ese momento no estaba agrediendo a nadie). No hay justificación alguna para atacar a alguien que no estaba poniendo en peligro la salud de nadie. Y aunque lo haya hecho previamente, los caminos para disuadirlo o reprenderlo, seguramente son otros.
Joaquín, de tan solo 21 años, terminó en el hospital más cercano, asistido por sus amigos. Por suerte para él, recuperó la conciencia horas después y fue dado de alta. “Es algo inentendible. Esa persona es un animal”, declaró el muchacho a los medios, a la salida del hospital.
Quizás Joaquín no sepa exactamente que el término que utilizó para describir a su agresor tiene una extraña historia detrás. Una historia bien contada por el periodista de La Nación Daniel Balmaceda. En su libro “La comida en la historia argentina”, Balmaceda relata como en la Montevideo del Siglo XIX, Jean Baptiste Casterán, recién llegado de los Altos Pirineos, conoció a Marie Ihistarry, de los Bajos Pirineos, se casaron y tuvieron cuatro hijos: Juan Graciano, Juan Dionisio, María Teresa y Víctor. Este último, nacido en 1883, viajó por el mundo y se instaló en Buenos Aires.
“Su mayor logro fue el establecimiento modelo para la cría de patos que levantó en su propiedad, la granja (hoy barrio) ‘Los Ñanduces’ en la localidad de Ingeniero Maschwitz, al norte del Gran Buenos Aires”, cuenta Balmaceda.
Los patos que criaba Víctor Casterán en ese establecimiento pertenecían a una raza norteamericana especial y contaban con una ventaja: eran más corpulentos que los criollos. La marca se impuso. Era los patos Viccas (palabra creada con las tres primeras letras de su nombre -Víctor- y de su apellido -Casterán-).
En algún momento, a partir de allí, alguien hizo la relación de estos patos Viccas y el personal de seguridad de los boliches, también siempre corpulentos.
Está muy claro que utilizar a nuestra especie animal para insultar a alguien no es lo correcto. Ahora, ¿quién puede reprocharle algo a Joaquín cuando habla minutos después de recobrar la conciencia luego de ser golpeado salvajemente? Su declaración nos lleva al origen de la palabra “patovica”. No está aceptada por la RAE pero es el término por antonomasia con el que se conoce a los porteros en las discotecas.
La cultura de la superioridad de unos sobre otros por la cantidad de fuerza, músculos o golpes está lamentablemente arraigada en nuestra sociedad y en un escenario como un boliche, mucho más. Allí donde supuestamente está en juego la “hombría” de varios de los varones que asisten. Lamentablemente, la terrible escena del “patovica” que se viralizó en Mar del Plata, es parte de una mentalidad. Joaquín, su amigo u otro chico, quizás estaban peleando con otros. También haciendo gala de su corpulencia y su fuerza. De su supuesta “hombría”. Ya viene siendo hora de abandonar esos conceptos.