El pasado miércoles, Netflix estrenó la mini serie documental: “La mente de Aaron Hernández”. En la portada virtual del documental se ve ocupada casi en su totalidad por la cabeza de Hernández, un jugador de fútbol americano que supo ser una estrella en el equipo más exitoso en la historia de la NFL como los New England Patriots. Una estrella que empezó a caerse del cielo cuando en 2013 -según lo determinaría la Justicia años después- asesinó a sangre fría a su amigo y también jugador de fútbol, Odin Lloyd. Una estrella que se apagó definitivamente en 2017 cuando se quitó la vida en su celda, cumpliendo la condena por ese crimen con apenas 27 años.
Las notorias referencias a la cabeza de Hernández (estadounidense de ascendencia puertorriqueña) no son un detalle morboso del director Geno McDermott, sino una mirada retrospectiva a una de las tantas causas que llevaron al ex jugador a terminar como terminó. Todo se puede resumir en tres letras: ETC. Más precisamente encefalopatía traumática crónica.
La encefalopatía traumática crónica es una degeneración progresiva de las neuronas causada por repetidos golpes en la cabeza. Por lo general, la sufren atletas. Quizás no oyó hablar de la patología pero es cada vez más común entre ex jugadores de fútbol americano.
También es cierto que fue descubierta hace menos de 20 años. En 2002, el médico nigeriano Bennett Omalu debió realizar la autopsia a Mike Webster, otra ex estrella del deporte más popular en Estados Unidos, quien había muerto de un día para el otro e inexplicablemente.
Omalu pensó que iba a ser bueno retirar láminas del cerebro de Webster y de esa manera encontró variadas lesiones que derivarían en un descubrimiento mayúsculo como la ETC. El cerebro del jugador tenía numerosas lesiones internas y el motivo era claro: la cantidad de golpes y lesiones que había padecido practicando un deporte de sumo contacto como el fútbol americano. La historia también está reflejada en la película La verdad duele (Peter Landesman, 2016)
La ETC no se presenta repentinamente: son justamente los golpes repetidos y persistentes a lo largo de los años lo que van formando la enfermedad. Es por eso que generalmente es descubierta cuando los atletas ya están retirados. Las consecuencias de la enfermedad son violencia, depresión, deterioro cognitivo y demencia.
No por nada, son varios los jugadores de la NFL que se suicidaron desde 2002 hasta acá. Hernández es uno de ellos, aunque su situación es más que particular. De ninguna manera puede excusárselo ni justificarlo por el homicidio que terminó cometiendo ni por la serie de actitudes violentas que tuvo previamente. Dicho esto, el documental sí es útil para tomar conciencia de los daños cerebrales que puede causar un deporte como el fútbol americano.
Tras el suicidio, entre la familia de Hernández y José Báez, su abogado en el segundo juicio por homicidio (doble en este caso) que enfrentó (y del que resultó inocente), decidieron donar su cerebro para que sea estudiado en la Universidad de Boston. Los resultados fueron escalofriantes: la investigadora y médica forense Ann McKee aseguró que la encefalopatía que padecía el joven de 27 años era similar al de alguien afectado por esa enfermedad cerebral degenerativa de 60 años.
Es importante repetir que liberar de responsabilidades a Hernández por esto no es justo ni correcto (cosa que también tiene en cuenta el documental) pero sí obliga a mirar más allá y pensar en las consecuencias de jugar en el deporte más popular de Estados Unidos o el boxeo, sin ir más lejos.