Carlos Duguech
Una excelente película con Kirk Douglas y Eleanor Parker (1951) me sugiere utilizar su título para esta columna, aunque el infierno del que se trata aquí es otro. Es el que previeron los representantes de 122 países miembros de Naciones Unidas que el 7 de junio de 2017 suscribieron en Nueva York el “Tratado Internacional para la Prohibición de Las Armas Nucleares”. La ONG ICA fué distinguida con el Nobel de la Paz ese año, por la iniciativa de proponer ese tratado. ¿Se sorprenderá el lector si digo que Argentina no lo firmó? Pues, no lo firmó, acompañando la no firma de EEUU, principalmente, que junto con Rusia, China, Francia y Gran Bretaña, además, boicotearon en tratado. Tampoco lo firmó Pakistán, India, Israel y Corea del Norte, entre otros.
Lo que nos sucede aquí y en el mundo entero – como una ratificación de la tan llevada y traída “globalización”- pone en alerta (tardía) a gobernantes, científicos, analistas especializados. A todos. Miedo, ansiedad, terror, cuidados equivocados, descuidos irresponsables, desafíos “a lo macho”, etc. Y todo en una retahíla de diagnósticos, alarmas, presunciones, advertencias, consejos, etc.
Se habla, no sin razón, desde el punto de vista de cuánto abarca el cometido al que parece, inexorablemente, está destinado el invisible virus del Siglo XXI. La tierra toda. Todos los países. Los muy desarrollados y hasta los que van a la saga, en el otro extremo. Y aquí no hay insectos vectores, como los llaman técnicamente. No hay mosquitos para el “delivery” del COVID 19. Sí hay personas que contagiadas tosen, estornudan, tocan, abrazan, y en cada caso- sin saberlo porque el virus no se deja ver- transmiten el germen de una grave afección que dañará los pulmones del afectado. Y muchas veces, lo llevará a la muerte.
Nada es nuevo de lo que se ha escrito aquí sobre el virus cuasi monárquico. De estirpe gripal. Como sus antecesores. El que en 2009/2010 generara la “gripe porcina”. La gripe A (H1N1).
En una rápida mirada sobre los efectos y lo que se tenía para minimizarlos, resolverlos, hallamos que lo virulento del veneno esparcido desde China sorprendió a todos. Y “con la guardia baja”. Enumero: en general (otros países y el nuestro) no hay ni podía haber suficientes camas en terapia intensiva, que es donde necesariamente son destinados los afectados por el virus. Tampoco suficientes respiradores. Y, como una dato que de todos modos no es referido claramente, tampoco hay suficientes personal médico y paramédico entrenado para la atención en la complejidad de una terapia intensiva (TI). Podrán habilitarse mil camas más, mil respiradores más, pero será imposible incorporar en debido tiempo profesionales altamente especializados en TI. Las emergencias podrán ser tratadas con enorme voluntad y sacrificio de profesionales de la salud no especializados en TI y eso complica el panorama.
La gripe nuclear
No hay ninguna garantía- mientras existan los ominosos planes gubernamentales de las potencias nucleares del planeta en mantener y acrecentar sus arsenales- de que no haya una guerra nuclear. Están las armas listas, cada vez más destructivas. Y están rondando entre las cabezas de los líderes de los países enfrentados por el dominio de la mayor tajada del mercado, en todo sentido, la idea de la superioridad sobre el otro. Sobre los otros. Quien quiera imaginar a los presidentes Xi Jinping, Donald Trump o Vladimir Putin, en este esquema, está habilitado por lo que se conoce de ellos, hasta ahora. La ''gripe nuclear'' alcanzaría un grado 6 de pandemia escalofriante si estallase una guerra atómica que pusiera en marcha --irrevocablemente-- un proceso de destrucción de toda vida en el planeta. Y sabemos que una guerra nuclear, aun las que se quieran definir como ''localizadas'', se expandirá tanto como se hallen instalados y prestos al despegue y con destino a miles de kilómetros los misiles portadores de cargas nucleares esparcidos en la geografía mundial.
Siguen palabras de Carl Sagan, el científico estadounidense fallecido en 1996, del libro compartido con otros científicos (El frío y las tinieblas. El mundo después de una guerra nuclear, Alianza Editorial, 1984): ``Ya no es cierto que una guerra nuclear sólo deja secuelas en los países beligerantes. En los trópicos, por ejemplo, los ecosistemas son más vulnerables a las oscilaciones de temperatura que otras latitudes. La agricultura, al menos en el hemisferio norte, que produce la mayor cantidad de grano que se exporta en el planeta, podría ser destruida incluso por una guerra nuclear ``pequeña''... Parece mucho más probable que para la guerra nuclear no existan santuarios sobre la Tierra''.
Más adelante Sagan precisa con datos escalofriantes: ``Los sobrevivientes (de una guerra nuclear) además de ser mucho más vulnerables a las enfermedades carecerán de servicios médicos. La mayoría de las aves y otros depredadores de insectos habrán sucumbido por el frío, la oscuridad y la radiación; debido a esto y a su mayor resistencia a los ataques ambientales, los insectos proliferarán enormemente y podrán transportar microorganismos a los que la radiación habrá hecho en algunos casos más virulentos; finalmente, cientos o miles de millones de cadáveres empezarán a corromperse después de la glaciación''.
Semejante apreciación nos alerta sobre esta amenaza de pandemia nuclear, en la que todos somos víctimas potenciales de los arsenales nucleares. La OMS, que se ha ocupado prontamente de la gripe porcina, se pronunció en 1983: ''El número de víctimas inmediatas por explosiones, radiación e incendios subsiguientes en un conflicto a gran escala con ataques a ciudades va desde cientos de millones a 1,100 millones de personas. Un número comparable, tal vez otros 1,100 millones, sufriría lesiones graves que necesitarían de asistencia médica inmediata (que normalmente sería inexistente)'', según Sagan en el libro mencionado.
Y ahora qué
¿Estamos preparados para una guerra nuclear?
¿Podremos invertir en la construcción de refugios antinucleares?
¿Tendremos todos los bomberos para apagar los incendios; grúas y excavadoras para remover los escombros; ambulancias; personal médico y paramédicos; combustibles, alimentos, agua, electricidad, etc, etc,?
NO, no estamos preparados para nada en ese perfil apocalíptico. ¿Entonces?
Se deberá, por todos los medios, proponer que se alcancen los necesarios cincuenta países ratificantes del Tratado de Prohibición de Armas Nucleares. De ese modo resultará imposible definitivamente (hoy lo es) el panorama dantesco (el tramo del Averno) que los científicos afirman.
Nota: Algún sector del texto formó parte de un análisis realizado por este columnista en 2009 en El Nuevo Herald (EE.UU.)