“¡Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón! Mezclaos con Stavisky van don Bosco y la Mignon, don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín”. En el inmortal tango “Cambalache”, creado en 1934, Enrique Discépolo ya hablaba de él. Él es Juan “Chicho El Grande” Galiffi, el capo de la cosa nostra que no sólo se adueñó de Rosario, sino de varias provincias del país, entre ellas Tucumán. Por eso no sorprende que su hija Ágata haya elegido el banco de la Provincia para intentar dar un golpe histórico. El capo di tuti capi nació en Ravanusa, Sicilia (Italia), el 9 de diciembre de 1892 y llegó a la Argentina como un oscuro inmigrante en 1910. En menos de dos décadas logró montar todo un emporio, pero no pudo disfrutarlo. En 1935 fue deportado a Italia, lugar donde falleció ocho años después.
“Galiffi llegó a Gálvez como un humilde peluquero. Enseguida instaló una fonda que daba comida y alojamiento. Sin embargo, las actividades más lucrativas del establecimiento transcurrían lejos de la vista del público”, señaló en un trabajo el periodista e historiador Osvaldo Aguirre.
Según el investigador, en una carta del 7 de julio de 1921, el jefe de Policía del departamento San Jerónimo, Alejandro Aldao, informó al ministro de Gobierno de Santa Fe, Ignacio Costa, que “Chicho Grande” estaba vinculado con asaltos y robos ocurridos en los departamentos San Cristóbal y Castellanos y “relacionado directamente con numerosos delincuentes contra la propiedad, que se sabe operan en las provincias de Córdoba, Tucumán, Salta, etc., los que siempre se hospedan en su fonda y conducen los objetos robados directamente a Rosario, con la mediación de Galiffi”.
Aguirre, con una pluma puntillosa y descriptiva, también reveló otros detalles. “Aldao se quejó también de que Galiffi era intocable por las relaciones con que gozaba. Un año antes había obtenido la ciudadanía argentina con mediación del diputado provincial Héctor López, que precisamente sucedería a Costa como ministro de Gobierno de Santa Fe. Como paso previo, la policía acreditó erróneamente que carecía de antecedentes delictivos”, escribió en un texto que fue publicado en www.rosarioplus.com.
“Chicho Grande” o “Don Chicho”, como cualquier líder de la cosa nostra de los que se cansó de retratar Hollywood, contaba con negocios legales que usaba como pantalla para continuar con sus actividades ilícitas. El historiador rosarino señaló que en Gálvez era un comerciante laborioso; en San Juan, un bodeguero (se quedó con el negocio de un paisano sanjuanino que fue el que explotó su hija cuando se retiró del mundo del hampa); en Buenos Aires, un fabricante muebles dedicado a la compra y venta de muebles; y en Rosario, un misterioso inversor.
“Galiffi siempre tuvo una máscara para ocultar su rostro. Le gustaba el teatro, era aficionado a la literatura y, sobre todo, le apasionaban los caballos de carrera”, publicó Aguirre. Los memoriosos del turf aún lo recuerdan como uno de los propietarios más prestigiosos del país que copó los hipódromos de casi todo el país, aunque fundamentalmente, el exclusivo Palermo.
“Está ante un hombre honrado, ante un caballero, ante un honorable padre de familia”, le advirtió “Don Chicho” a un periodista del diario “Crítica” en una de las pocas entrevistas que concedió antes de ser deportado. Las primeras investigaciones que se hicieron sobre él son coincidentes. Comenzó como un simple ladrón, pero al ir incrementando su poder, se transformó en el jefe de la organización que tenía alcance a nivel nacional. También se lo involucró en secuestros extorsivos, homicidios (se sospechó que, entre otros, pagó para que dos sicarios asesinaran a un periodista y al esposo de su mujer), extorsiones a comerciantes (seguridad a cambio de dinero), juego clandestino y prostitución. “Sin embargo, nunca pudo ser condenado por ningún hecho mafioso. Paradójicamente, terminó preso y deportado como consecuencia de un delito que no cometió, el secuestro y asesinato de Abel Ayerza, ocurrido en 1932, que conmocionó a todo el país”, detalló Aguirre.
Contactos peligrosos
“Los otros inmigrantes italianos saben que a Juan Galiffi, por las buenas, todo: ¿Un enfermo? ¿Uno sin trabajo? ¿Un fracasado que quiere volver a su patria? Bien. Pero… ¿De guapo? No. De guapo, vamo a vere…”, le respondió en cocoliche a un periodista anónimo del diario “Critica” en esa inmortal entrevista donde dejó en claro que tenía un enorme poder entre sus paisanos. Quizás esa sea la razón por la que “Don Chicho” encontró apoyo en diferentes provincias para seguir o ampliar su carrera delictiva.
Aguirre reveló que en julio de 1932, el jefe de Investigaciones de Salta, el comisario R. Manigot, informó que Galiffi al ser detenido el año anterior había declarado ser “un profesional del delito” y que “trabajaba” en complicidad de un tal Elías Jorge Capaz. “La presencia de ‘Chicho Grande’ había sido frecuente en esa provincia entre 1912 y 1918, bajo varios nombres y el seudónimo de Alonso. El 29 de octubre de 1920, además, lo había detenido la policía de Jujuy, por el asalto a un pagador del ingenio La Mendieta”, detalló el investigador en uno de sus trabajos.
¿Pudo haber actuado “Don Chicho” en Tucumán? Lo más probable es que sí, aunque casi no existen registros de haber quedado involucrado en algún delito. Pero, como no se cansó de repetir el investigador Aguirre, Galiffi siempre fue un bendecido porque, por arte de magia, sus antecedentes terminaban en el cesto de basura en alguna dependencia policial o de alguna oficina judicial.
El docente tucumano Agustín Haro reconoció que en los años 20 hubo una importante afluencia de inmigrantes italianos a la provincia. “En esos años, según las crónicas de la época, muchos de ellos se establecieron en un sector de la ciudad conocida como Chacras del Norte, que hoy vendría a ser Villa 9 de Julio”, comentó.
“Lo poco que pude descubrir en base a lo publicado por el diario ‘El Orden’ es que la policía lo tenía identificado a ese lugar como el centro de la mafia tucumana y señalaba a Cesare Lontano como uno de los líderes del grupo que, básicamente, se dedicaba a cometer secuestros extorsivos”, agregó.
El actual legislador Ricardo Ascárate, nieto de inmigrantes, siempre se interesó en estudiar los orígenes de su familia. “Todo un grupo de italianos oriundos de Sicilia y de Nápoles se instalaron en la provincia a fines de los 20 y a principios de los 30 después de haber estado en Rosario, ciudad a la que llegaron luego de haber sido expulsados de Buenos Aires”, destacó.
“Hubo un importante grupo de emprendedores que se dedicaron a la construcción. Familias como los Sollazo y los Diambra aportaron mucho en la edificación de la ciudad. Nadie debe olvidar que en esos años se construyeron el Palacio de Justicia y el Banco de la Provincia, dos obras monstruosas que siguen siendo un centro de atracción por su belleza”, añadió en una entrevista con LA GACETA.
“Pero también llegó gente que llevó adelante sus emprendimientos delictivos. Eran inmigrantes que tenían sus contactos con la mafia de Rosario, con ‘Chicho Grande’ y que de alguna manera mantuvieron vinculaciones. En los 30 hubo una persecución policial más fuerte en Rosario y varios de ellos se vieron obligados a dejar esa ciudad para no terminar en la cárcel, o mucho peor, deportados. Normalmente estaban vinculados a la prostitución, pero al quedar involucrados en hechos más violentos comenzaron a ser perseguidos con todo el peso de la ley por la policía rosarina y las fuerzas federales”, agregó Ascárate.
Varias fuentes coincidieron en señalar que “Don Chicho” tenía estrechos vínculos con familias que se habían instalado en Tucumán. Entre otras versiones recogidas por LA GACETA, descendientes de inmigrantes confiaron que el dueño de una marmolería de la provincia era compadre de Galiffi. Y, cada vez que visitaba Tucumán, lo recibía con todos los honores. En ese tiempo, en los códigos de la cosa nostra, la ingratitud se pagaba con la vida. No había excusa para no devolver los favores.
Los hechos cometidos aún son mantenidos en secreto por los descendientes de aquellos sicilianos y napolitanos. En un primer momento, por temor a ser deportados o corridos nuevamente a otra provincia. Pero con el correr de los años, las fechorías de los antepasados podrían convertirse en trabas para su desarrollo profesional y la aceptación en los círculos del poder de la sociedad tucumana.
Por ese motivo, las historias de los crímenes, las vendettas por el negocio clandestino de los juegos de azar y, principalmente la prostitución, quedaron escondidas o fueron derrumbadas con la demolición de los viejos conventillos de la avenida Avellaneda, muy cerca de la ex Terminal. Por esa razón, historias como la del intento del robo liderado por Ágata, la hija de “Don Chicho” se transformaron en leyendas.