La de mañana no será una Navidad feliz para varios millones de argentinos. La pobreza en el país, que sigue sin alcanzar un desarrollo económico sostenible, afecta y condiciona la vida de más del 40% de la población, según las mediciones públicas y privadas.
Cuando el 12 junio disertó en el foro “Abriendo horizontes para un nuevo hoy”, organizado por LA GACETA y la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas (ACDE), el economista tucumano Fernando Marengo puntualizó que para lograr que la pobreza cayera a un dígito, la Argentina debía crecer a un 4% anual durante dos décadas seguidas. Tal cosa, lamentó, nunca ocurrió en nuestra historia.
La consecuencia de ello fue presentada el 1 de octubre por el Instituto Nacional de Estadística y Censo (Indec): el 40,9% de la población de este país, que fue la prometida esperanza de un mundo mejor para millones de inmigrantes, no logra proveerse de la canasta básica de comida, transporte e indumentaria. Ellos viven en uno de cada tres hogares de esta patria (30,4%). De estos compatriotas pobres, 1 de cada 10 (10,5%) no gana siquiera para proveerse del mínimo sustento diario. O lo que es igual: en el 8% de los hogares argentinos no hay, a diario, ni para comer.
Si se mira a la población por edades, los más castigados son los niños. El 56,3% de los argentinos de hasta 14 años viven en la pobreza.
Las mediciones privadas van en la misma dirección, con números ligeramente peores. Este mes, el Observatorio de la Deuda Social Argentina dio a conocer su informe periódico, que registra una pobreza del 44,2% de la población: es decir, 18 millones de argentinos pobres.
La incidencia de la pandemia de coronavirus, y las consecuencias de la cuarentena social (y sobre todo económica) dispuesta por las autoridades nacionales como medida de prevención, han incidido irremediablemente en el agravamiento de la situación social. Más aún: la asistencia social del Estado evitó que la catástrofe social fuese aún peor. Según el observatorio de la UCA, sin el paliativo del Ingreso Familiar de Emergencia, la tarjeta Alimentar y la Asignación Universal por Hijo (AUH), la pobreza no hubiera sido del 44,2%, sino del 53,1%.
El reverso del asistencialismo consiste en que, según el organismo, ya hay una “pobreza de base” del 40% en el país. Y, aún con la ayuda estatal, el observatorio midió una pobreza del 64,1% para los niños argentinos. A los llamamos “el futuro”.
Con la llegada de la Navidad, esta deuda social debe tornarse quemante en las conciencias. No sólo por razones confesionales, sino por la dimensión histórica que la llegada del cristianismo representa: la postulación del amor por el prójimo. Un amor que debiera estar por encima de todas “las cosas”.
La deuda en esta fecha es, además, lacerante respecto de la niñez. Mientras que para los países anglosajones se celebra “Christmas”, cuya etimología remite a “Misa de Cristo”, en los países latinos se celebra “Navidad”, que remite a “nacimiento”. Y el que va a nacer es un niño pobre. Lo canta la “Misa Criolla” de Ariel Ramírez y de Félix Luna: “A la huella, a la huella / los peregrinos. / Prestenmé una tapera / Para mi niño. / (…) Un ranchito de quincha / solo me ampara. / Dos alientos amigos, / la luna clara”.
En la Navidad, antes que brindar, habría que juramentar el compromiso por el nacimiento de una sociedad más justa. Si no, ninguna esperanza de un país mejor podrá ser alumbrada.