En 2017, respecto de su novela de Malvinas Puerto Belgrano Juan Terranova comentaba que “las historias de amor y de guerra son las únicas que podemos contar”. En Otra historia de amor (editó Azul Francia), su última publicación, Terranova cuenta un romance entre un joven llamado Terranova y María, una androide (ginoide, dado su género) sexual. Esta trama, a quince minutos en el futuro, no debería asustar a nadie, porque como bien relata Julián Varsavsky en Japón desde una cápsula, las relaciones humano-robóticas ya son parte del presente en nuestro mundo.
Terranova inserta en su nouvelle alusiones directas a textos precursores en esto de amores extraños entre humanos y seres artificiales: Frankenstein y Blade Runner. En la novela de Shelley, la criatura se desboca por el rechazo que recibe de parte de la sociedad; en el film de Scott, los androides buscan procurar su autodeterminación y hallar el sentido de su existencia, más allá de la programación que los limita. Otra historia de amor concluye con un diálogo entre María y Terranova que relativiza nuestra supuesta superioridad como especie:
“¿Viste esa película donde los robots tomamos el control del mundo? preguntó.
Hay muchas así, respondí.
Bueno, es una idea falsa.
¿Por qué?
Porque nadie puede ser peor que ustedes, más crueles, más destructivos”.
Tecnología y barbarie
Tecnología y barbarie. Ocho ensayos sobre monos, virus, bacterias, escritura no humana y ciencia ficción (editó Santiago Arcos), de Michel Nieva, bien puede complementar la lectura de la novela de Terranova. Con una prosa accesible, si consideramos los temas tratados en sus textos -cualidad fundamental cuando se escribe divulgación filosófica o científica-, el libro puede considerarse una guía para comprender nuestro pasado, en relación con algunos antecedentes cyberpunk (historias en donde la tecnología se combina con elementos del crimen y los héroes/antihéroes suelen ser hackers o excluidos de un sistema de control hipertecnologizado) de nuestra cultura. Bien necesitamos de la reflexión sobre estos temas, porque el sueño de la crítica produce monstruos electrónicos.
Recomiendo particularmente la lectura de los ensayos Tecnología y barbarie, que traza un recorrido entre el fusil Remington, la idea civilizatoria sarmientina, el alambrado, Arlt y Borges, “La periferia de lo humano. Monos, antropoides, criminales, parlanchines y melancólicos”, que conecta a Kafka, Poe, Horacio Quiroga y Lugones con los zoológicos humanos que cobraron impulso en el siglo XIX a través del secuestro y la obscena exhibición de indígenas, y “El nacimiento de la vi(r)opolítica”, que se ocupa de nuestros tiempos pandémicos y de la forma en que filósofos como Zizek y Byung-Chul Han los han interpretado.
Los últimos días de Bioy
El último Bioy (editó Leteo), de Lidia Benítez y Javier Fernández Paupy, examina los últimos días de Adolfo Bioy Casares junto a su fiel enfermera, quien recopiló las notas que acabaron volviéndose este excepcional libro. Paupy entrevistó a la asistente a lo largo de sesiones semanales que se registraron en 30 horas de grabaciones, y el resultado es una trama de lealtades, decepciones, revelaciones y pesares indecibles en la vida del ganador del Cervantes.
La intimidad que Benítez/Paupy narra pone al descubierto a un escritor dolido por la pérdida de su compañera de toda la vida, Silvina Ocampo, con quien había desarrollado una suerte de acuerdo poliamoroso, y de su hija Marta Bioy Ocampo, en un accidente de tránsito. También por los achaques propios de su avanzada edad. El tándem autoral revela que Bioy temía a la muerte y a la soledad, pero Benítez llenaba esos vacíos y calmaba sus angustias en base a atenciones y compañías que solo parecen reservadas a una relación romántica. Bioy incluso llegó a pedirle matrimonio a la enfermera, oferta que ella declinó.
Viajes, confidencias y maltratos son parte de aquella relación que excedió el vínculo paciente-cuidador. Benítez viaja por primera vez en avión gracias a Bioy y conoce un mundo nuevo en Londres, a la vez que se codea con intelectuales en Europa, tolerando las reacciones intempestivas de un Bioy enfermo y dolorido, que oscilaba entre el dandy y el carcamán.
Un antroparque
Esta reseña múltiple se completa con La telepatía nacional (editó Eterna Cadencia), de Roque Larraquy. Si Nieva puede complementar la lectura de Terranova, bien se puede conectar a Larraquy con los ensayos de aquel, en tanto prevalece en ambos autores la presencia de un otro oprimido. En este caso, un grupo de indígenas del Amazonas peruano que son llevados por la fuerza al puerto de Buenos Aires y de ahí a un décimo piso en Callao y Santa Fe.
Amado Dam es el director de la Peruvian Rubber Company, encargada de la operación. Junto a un grupo de inversionistas pretende abrir un antropoparque, término que causa cierto disgusto— más por lo cacofónico que por lo inmoral -y es reemplazado por “Parque etnográfico”-. Para los años 30, tiempo en el que transcurre la novela, estas nociones tal vez ya habían perdido su impulso decimonónico, pero, aunque medien eufemismos, lo que tenemos acá son zoológicos humanos, con personas abducidas de su tierra para ser exhibidas en un entorno artificial. En tiempos como los nuestros, de restituciones de restos humanos a las tribus de pertenencia de los difuntos, este punto de la trama puede ser el que genere más indignación.
El zoo atroz debería ser emplazado en Tandil, al sudeste de la provincia de Buenos Aires. La elección de esta ciudad puede significar dos cosas: el hoy destino turístico dilecto para muchos fue concebido como fuerte de avanzada contra el indio y ha sido residencia de latifundistas varios, como Ramón Santamarina y su poderosa estirpe, de enorme influencia en la región. El proyecto se ve interrumpido por la acción de un tótem-artefacto que venía con los indios: un perezoso dentro de un cascarón, cuyo zarpazo otorga habilidades telepáticas a quien hiere. Esta experiencia trastorna a Dam, quien desea poner al servicio de la patria este regalo, convertido en ventaja estratégica. A este fin se funda la Comisión de Telepatía Nacional (con ecos dickianos y de Las islas, de Gamerro), que funciona como secreto de estado, ligada a eventos de la historia argentina. El tiempo dirá si la novela, que tira más de un palo a la SRA y su progenie, será leída como un clásico del fantástico de este período.
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Matías Carnevale – Periodista cultural.