Una pandemia es un hecho extraordinario que no tiene parangón y que tira por tierra todas las previsiones. Eso está más que claro y los ejemplos huelgan. Pero la pandemia no es motivo para justificar cuestiones que ya deberían estar resueltas o, al menos, en vías de solución. Tal es el caso de la situación de los edificios escolares de Tucumán.
Distintos gremios docentes, incluidas las agrupaciones opositoras a estos, coinciden en la falta de mantenimiento y reparación de los establecimientos educativos durante 2020, más aún cuando se debería haber aprovechado el hecho de que estuvieron vacías tanto tiempo para poder realizar los trabajos estructurales que hacían falta. En muchos casos, ni siquiera se cortó el pasto de los jardines en forma periódica. Cualquier transeúnte puede comprobarlo con solo pasar por el frente de alguno y mirar desde la vereda. No es un detalle menor el desmalezamiento. Hay vecinos que viven en las inmediaciones y que se perjudican con la proliferación de mosquitos y alimañas de toda clase que crecen en los altos pastizales. Por suerte Tucumán se beneficiará con un auxilio de $ 2.700 millones que envía la Nación en el marco de un plan de inversión en obras de infraestructura escolar para todo el país. Hasta ahora no se sabe públicamente cuáles son las escuelas que podrán contar con esos fondos para las reparaciones. Todo se hace sobre la marcha: el arreglo de los edificios, la vacunación de los docentes y la paritaria salarial que condiciona el inicio de las clases por parte de los docentes. Hoy se dará el justificativo de la pandemia pero ¿hasta cuándo vamos a vivir en la imprevisión en Tucumán?
Los maestros y profesores, cada uno en forma individual, dieron muestras de una agilidad increíble para saltar a la virtualidad, literalmente, de un día para el otro. Cada uno en sus casas, con los recursos que tenía, algunos con un celular viejo y otros que debieron correr a comprarse una computadora, pero todos los docentes dieron una respuesta inmediata a la contingencia para que los chicos no perdieran días de clase. No pasó lo mismo del lado del Estado. No se preparó con la misma agilidad y premura el regreso a la presencialidad. Los edificios quedaron a la buena de Dios, de los directores y, con mucha suerte, de los delegados comunales o intendentes.
Toda propiedad cerrada, que no se abre y se mantiene, se deteriora y se hace presa de robos y vandalismo. Es justamente lo que ocurrió en Tucumán. Podría decirse que esas escuelas están peor que cuando se cerraron hace 11 meses. A algunas les sacaron bancos, sillas, computadoras, impresoras y hasta las bombas de agua. Los sanitarios fueron la gran tentación de los ladrones, desmantelaron los baños. ¿Es justo que dinero que viene de la Nación para reparación de escuela tenga que usarse en reponer equipamiento comprado con tanto sacrificio por las cooperadoras? ¿Por qué no se reforzó la seguridad de las escuelas en la medida necesaria?
Cuando uno recuerda los $100 millones destinados al lucimiento de los sencillos actos de colación de grado de diciembre del 2020, y observa el estado en que se encuentran hoy algunas escuelas, comprende la objeción de docentes que sugerían que con ese dinero se podría arreglar algunas escuelas. Hoy, hasta el calendario escolar 2020 está dado de baja. A menos de tres semanas del inicio de clases no se sabe las fechas de regreso del personal ni de los exámenes. La imprevisión es la única métrica que conoce el gobierno escolar, sin distinción de banderías políticas.