1) Esperemos, con toda la fe, que estas tribunas vacías recortadas como telón de fondo no vuelvan a servir de escenografía. Los Juegos Olímpicos no lo merecían y Tokio lo sufrió en silencio. Preparó la fiesta con la ilusión de movilizar a millones de personas y para eso puso a disposición de la comunidad internacional un conjunto de estadios impactantes. La pandemia los dejó mudos. La historia hablará de Tokio como los Juegos del coronavirus: puestos en duda hasta el último instante, postergados durante un año y llenos de controversias, sobre todo puertas adentro de Japón. Salieron magníficamente bien, pero les faltó el calor popular y el color multicultural que aportan los visitantes. Lo lógico hubiera sido que se cancelen, en este caso primaron las ganas de los japoneses, los intereses del COI y, no es para nada menor, la voluntad de los atletas, que se entrenaron en cuarentena y jamás se les ocurrió renunciar.
2) Fueron, sobre todo, los Juegos de la diversidad, expresión de un mundo maravilloso, libre. Quinn, integrante de la selección femenina canadiense de fútbol, fue la primera persona transgénero no binario que obtuvo una medalla de oro. La levantadora de pesas neocelandesa Laurel Hubbard fue la primera deportista transexual que participó en los Juegos. La diversidad de Tokio se extendió a las edades y entonces tuvimos una campeona olímpica de 13 años en skateboard, la japonesa Momiji Nishiya. En ese sentido, el mensaje ofrecido por Tokio resultó contundente. La lanzadora de bala Rauven Saunders cruzó los brazos sobre la cabeza al subir al podio, un gesto de apoyo a todas las personas oprimidas. Basta de estereotipos, de negación, de rechazo. Bienvenidos los deportistas que tejen al crochet en la tribuna, como el campeón británico Tom Daley. Su imagen dio la vuelta al mundo. Un punto a favor para el olimpismo y su expresión genuina del mundo en el que vivimos.
3) ¿Quién ganará las medallas de plata? La pregunta no era en broma antes de los Juegos. Como a Usain Bolt y a Michael Phelps en citas previas, a Simone Biles se la recibió en Tokio como la megaestrella que es. La cuestión era adivinar cuántos oros ganaría. Y lo que sucedió fue una conmocionante y reveladora historia de neta humanidad. Biles abrió su corazón y nos contó cómo las presiones la tienen contra las cuerdas, cómo su salud mental vive amenazada por un sistema que de ella sólo exige la perfección. Simplemente, no pudo más. De gimnasta 10 a mujer de carne y hueso, Biles expuso lo peor del deporte profesional, que exprime a los atletas sometiéndolos a un régimen deshumanizador. Finalmente, Biles compitió en viga y se llevó una medalla de bronce. Valió por todos esos oros que el imaginario le adjudicó por adelantado.
4) Por supuesto, los Juegos coronaron a sus héroes. En la pileta brillaron el estadounidense Caeleb Dressel (máximo ganador de oros en Tokio, con cinco) y la australiana Emma McKeon (siete medallas, cuatro de oro), mientras que Ariarne Titmus (Australia) y Katie Ledecky (EEUU) protagonizaron un mano a mano infartante que terminó en empate: dos oros para cada una. La reina del atletismo fue Allison Felix, quien a los 35 años alcanzó la undécima medalla olímpica gracias al triunfo estadounidense en la posta 4x400. Superó así las 10 medallas de Carl Lewis. La venezolana Yulimar Rojas (salto triple) y el noruego Carsten Warholm (400 metros con vallas) impusieron récords mundiales y el sueco Armand Duplantis ratificó que no tiene rivales si de garrocha se trata. Y como no hay héroes sin proezas, la neerlandesa Sifan Hassan -la que tropezó, cayó, se levantó y ganó una serie clasificatoria- obtuvo oro en 10.000 y 5.000 metros y bronce en los 1.500. Hablando de actuaciones asombrosas, ¿qué decir de la saltadora china Quan Hongchan, ganadora del oro en la plataforma de 10 metros con tres saltos perfectos de 10 puntos?
5) La batalla por el medallero parecía ganada por China, hasta que la arremetida final de EEUU inclinó la balanza por apenas un oro: 39 a 38. Lo de los japoneses, terceros en esa tabla, fue extraordinario, y también lo de Gran Bretaña, ya que doblegó a los rusos, condenados a competir sin el cobijo de la bandera nacional a causa del doping. En ese top ten sobresale el sexto puesto de Australia -apuntalado por su tremendo equipo de natación- y la enorme paridad entre Países Bajos, Francia, Alemania e Italia (los cuatro con 10 medallas de oro). Cada vez más cerca de ese exclusivo grupo está Brasil (21 medallas, siete de oro), que hace rato se despegó de América Latina para competir en otras ligas. Cuba, también con siete oros, mantiene su vigencia.
6) ¿Dónde queda Argentina en este contexto? Una vez más se ratificó el protagonismo en los deportes de equipo, que fueron los que proporcionaron las tres medallas. Esa fortaleza en lo grupal también explica lo nutrido de la delegación. Ecuador, Venezuela, Colombia y México ganaron más medallas, aunque en un marco de paridad, también en lo referido a diplomas (se entregan del cuarto al octavo puesto), y esa es la referencia que sirve para medir dónde estamos parados. Nuestra realidad nos pone en línea con esos cuatro países, pero con varias alarmas encendidas.
7) El retiro de Paula Pareto dejó huérfano al yudo, uno de los pocos deportes individuales en los que contamos con figuras competitivas. También se separa la dupla Lange-Carranza, oro en Río y diploma en Tokio. Delfina Pignatiello se sacó de encima la mochila que le habían endilgado y ahora podrá encarar su carrera con mayor tranquilidad, pero el caso sirve para recordar que en seis deportes clave del programa olímpico (natación, atletismo, gimnasia, halterofilia, tiro y boxeo) la participación argentina es prácticamente simbólica.
8) El rendimiento de la delegación estuvo por debajo de las expectativas. Cumplió el hockey, sorprendió el voley masculino y Los Pumas concretaron ese golpe de escena del que se sabían capaces. El básquet viajó en banda negativa, luchando con un fixture demoledor y un rendimiento lejano a su verdadero nivel. Aún así se metió entre los ocho mejores y nos regaló ese instante tan emocionante representado por el adiós de Luis Scola. Le fue mal al handball, le fue peor al fútbol -una esperanza de medalla que se diluyó rápido- y para Las Panteras fue la demostración de lo cuesta arriba que es codearse con la elite. Agustín Vernice se metió en una final olímpica y esa es en sí una victoria enorme, tan valiosa como el diploma por equipos en equitación, la calidad de nuestros veleristas y la actuación del taekwondista Lucas Guzmán, que arañó un bronce. No mucho más.
9) No hay Juegos sin lágrimas. Y fueron lágrimas las que derrocharon el italiano Tamberi y el qatarí Barhim cuando decidieron compartir el oro en salto en alto. Ambos habían coincidido en la marca (2,37 metros) y en la ausencia de nulos. El reglamento los habilitaba a acordar el triunfo y el abrazo selló esa decisión. Fue oro para los dos y un mensaje para todos: dos amigos, perseguidos por las lesiones, hicieron cumbre al mismo tiempo y lo que correspondía era plantar ambas banderas al mismo tiempo. Aplausos. Fue, sin dudas, el podio más comentado y elogiado en Tokio.
10) Culminó el ciclo olímpico más largo -cinco años- y se abre el más corto -tres-. Siempre nos quedará París y así lo subrayó el cierre de la ceremonia que Tokio nos regaló esta mañana. París es una meta, una esperanza, un objetivo. Ojalá que con la pesadilla pandémica como parte del pasado. Miles de atletas, alrededor del globo, ya planifican el asalto a la Ciudad Luz. Ahí va entonces el olimpismo, a París. ¿Y Argentina? Hay mucho por analizar y por decidir. Y no sobra el tiempo.