En una pila de la mesa de luz como si custodiaran nuestro sueño, acumulados en un estante reservado de la biblioteca a la espera de su turno o camuflados entre los demás, los libros que no leímos nos acompañan entre la expectativa, la ansiedad o la seguridad y definen, también desde la falta de concreción, la impronta de un lector. Los japoneses fueron los primeros en ponerlo en palabras: llaman “tsundoku” a quien compra libros y, por falta de tiempo, por fetiche por el objeto o por simple postergación, los apila, destaca un artículo que la agencia Télam publica en su portal on line.
¿Es otro de los mecanismos de acumulación típicos del capitalismo? ¿Funcionan como un resguardo? ¿El kindle trajo un acopio distinto? ¿Qué dice “lo no leído” de un lector? Las escritoras Paula Vázquez y Paula Puebla, el director de la Fundación Huésped Leandro Cahn, la creadora de Pez Banana Florencia Ure, el politólogo Mario Riorda y la editora de Siglo XXI Raquel San Martín comparten la pasión por la lectura, pero confiesan caprichos y estrategias variadas ante los textos que los esperan.
Vázquez reconoce que tiene pendientes de lectura libros físicos y en el kindle. “El kindle lo uso solo a la noche, en la cama, porque me evita prender una luz. En papel es distinto. No me da ansiedad la pila y de hecho suelo leer varios libros a la vez. Ellos esperan su momento. A veces, compro algo y lo tengo mucho tiempo en la pila de pendientes y otras, lo empiezo en el café de la librería. No sigo el orden de los últimos que compré. Es absolutamente antojadizo”.
“Soy de lectura promiscua. Leo de a cuatro a la vez. Algunos me esperan en la mesa de luz y, cuando la situación se descontrola, los paso a un rincón provisorio en la biblioteca”, cuenta Puebla. Dice que se considera poco acumuladora y advierte que en su biblioteca hay volúmenes sin terminar pero pocos que no haya abierto nunca. “El kindle es el lugar en el que más junto. Creo que, a diferencia de las pilas que se arman en el escritorio o al costado de la cama, no delatan esa urgencia”.
A Cahn le gusta leer novelas en kindle y reconoce que se sirve de la acumulación de su mujer, una gran lectora que junta pendientes. Acepta que compartir estas pilas tiene riesgos.
“Tengo más libros de los que soy capaz de leer”, confiesa Ure. Sabe, sin embargo, que el método puede ganarle a la resignación: “Tengo desde siempre un estante destinado a los pendientes y nunca lo aniquilo del todo. En vacaciones, avanzo. Y cada vez que termino con las lecturas laborales, sé que en ese estante me espera algo bueno”, subraya.
La biblioteca de Riorda es imponente: los libros tapizan las paredes del estudio que armó en su casa, en Córdoba. “Más que una pila de sin leer, tengo cientos, miles. Me acompañan, representan un acopio para alguna lectura potencial. Están mezclados porque la organización es más o menos temática y se mueven cuando reacomodo la biblioteca. De golpe, cuando escribo algún libro llega a haber más de un centenar sobre la mesa rodeando mi computadora o 30 al lado de la cama”, cuenta.
Tal vez porque conoce de cerca cómo nace un libro y está expuesta constantemente a la potencialidad del objeto, San Martín ubica aquellos que no leyó en un lugar específico de la biblioteca y los acomoda acostados y no parados. “Se forma una pila que cada tanto miro, recorro, desarmo y vuelvo a armar, poniendo arriba al que en ese momento creo que será el próximo. No lo siento como una lista de pendientes, sino más bien como una promesa; no me generan ansiedad, sino expectativa y, confieso, cierta tranquilidad. Me están esperando. Tengo por dónde seguir”, describe.
Sobre los tsundokus, Vázquez cree que comprar libros que luego no se leen puede estar vinculado a cierto mandato de lecturas canónicas, lecturas-cimiento o por la urgencia de las novedades. También rescata la posibilidad de que se juegue cierto fetiche: “El libro es un objeto perfecto, insuperable, como la rueda. Y tenerlo en la cartera, pasar los dedos por la tapa, olerlo, genera cierto vínculo, de intimidad, incluso de amor. Antes o después de la lectura”.