Soy un escritor que traslado mi laptop de una frontera a otra para seguir haciendo lo que se hacer, escribir con una palabra libre, que no pierda filo. La rebelión siempre empieza por las palabras. Las dictaduras les temen. Las dictaduras quieren un país inmovilizado por el miedo.
En Nicaragua la historia tiene un mecanismo vicioso que la hace repetirse. Es una anomalía fatal que aún no se corrige. Una dictadura provoca una revolución para derrocar a un dictador y esta revolución crea un nuevo dictador que a la vez inicia un nuevo ciclo de opresión.
Somoza engendra a Ortega y, el dictador ofendido por la palabra libre, cierra y ocupa los medios de comunicación, encarcela a los periodistas y los fuerza al exilio. Es la historia mordiéndose la cola.
Como en la Nicaragua de finales de Anastasio Somoza, los periodistas generaron una forma de comunicar los desmanes de la dictadura. Fue novedosa, se hizo dentro de las iglesias. Desde el altar mayor, a veces sin luz eléctrica y a la luz de una vela, los locutores leían los boletines mientras la gente se agolpaba en la nave para escuchar. A ese periodismo se le llamó periodismo de las catacumbas.
Otra vez tenemos un periodismo de catacumbas, solo que ahora no en las iglesias a la luz de las velas sino a través de las redes sociales, desde la clandestinidad, dentro de Nicaragua o desde el exilio, los periodistas, auxiliados por corresponsales anónimos, lo hacen a través de emisiones en Youtube, en Facebook Live, a través de podcast o en blogspot.
Periodistas se hayan entre los cerca de 150 presos políticos, siete de ellos candidatos presidenciales, dirigentes políticos y de organizaciones cívicas y de derechos humanos, dirigentes campesinos, estudiantes, empresarios y banqueros, sin juicios o con juicios amañados, sin el debido proceso, sin derecho a la defensa, sin abogado, sin asistencia médica y bajo condiciones inhumanas. Les pido que no los olviden. Los medios no deben olvidar el caso de Nicaragua. La comunidad internacional tiene la responsabilidad de no olvidar. Ortega convirtió a Nicaragua en una gran cárcel.
Como nunca el periodismo de las catacumbas es dueño de las palabras que la dictadura no puede quitar de la boca de quienes, entre las penurias del exilio o los riesgos de la clandestinidad, defienden la libertad de expresión y el derecho de informar.
La dictadura quiere un país inmovilizado por el miedo y el silencio, mientras prepara una farsa electoral que no tiene la menor legitimidad.
La lucha en América Latina está planteada muy claramente entre dictadura y democracia.
Es a las palabras con filo a las que temen las dictaduras, sean de izquierda o de derecha.
En uno u otro caso los métodos de represión son los mismos y el discurso represivo es el mismo, lo que cambia es el disfraz ideológico, la retórica.
* Fragmento del discurso pronunciado el pasado martes en la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa.
PERFIL
Sergio Ramírez nació en Masatepe, Nicaragua, en 1942. Fue vicepresidente de su país entre 1985 y 1990. Ganó el premio Alfaguara con su novela Margarita, está linda la mar. Su obra, traducida a más de 20 idiomas, fue reconocida con el premio Carlos Fuentes y el José María Arguedas, entre otros. En 2017 se convirtió en el primer centroamericano en recibir el premio Cervantes. Es colaborador del diario El País, miembro del Foro Iberoamérica y profesor en distintas universidades del mundo. Actualmente se encuentra exiliado en España.