El discreto encanto de estar clasificados al Mundial con (mucha) antelación.
Los afortunados argentinos que ingresaron hoy a La Bombonera lo hicieron en una especie de estado mental zen: tranquilos y felices, bien dispuestos para disfrutar de la última función de la “Scaloneta” antes de Qatar. Y sobre todo de Lionel Messi.
La cancha explotó por primera vez exactamente a las 19.05, cuando los jugadores argentinos salieron a reconocer el muy mejorado césped del estadio de Boca Juniors. El “dale campeón” y el “de la mano, de Leo Messi” fueron los hits.
El mal clima dio una breve tregua en esas horas previas a que La Bombonera abriera sus brazos a los hinchas. Más temprano, el peor clima otoñal posible se abatió sobre Buenos Aires, viento, llovizna, frío. El pronóstico amenazaba de nuevo para la hora de la contienda.
La “segunda casa” de la selección en la capital del país –obras mediante, el Monumental le dijo “no” esta vez al equipo de todos y todas- lució preparada y ofreció lo suyo: la mística tan particular de esta fenomenal caja de resonancia que es La Bombonera.
Con nada en juego en la tabla, la gente concurrió como quien va a una fiesta. Y se predispuso desde temprano a seguir retribuyéndole el amor a este plantel de jugadores y a este cuerpo técnico del que se sienten deudores por la gesta del Maracaná.
En la previa, nadie quería pensar demasiado en lo que podría pasar con Messi después de Qatar. Si todavía habrá para él un futuro extendido de selección. Obviamente, solo depende de su deseo, y de lo que su cuerpo y su mente le permitan a los 35 años que festejará en junio.
Si dijese basta, este partido con Venezuela habrá sido el último oficial con la camiseta albiceleste en tierra propia para el gran Leo Messi.