“El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Juan 20,1-9).

En verdad ha resucitado el Señor, aleluya. A Él la gloria y el poder por toda la eternidad (Lucas 24, 34; Apocalipsis 1, 6). La Resurrección gloriosa del Señor es la clave para interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil y nuestra fe vacía de contenido (1 Corintios 15, 14-17). Además, en la Resurrección de Cristo se apoya nuestra propia resurrección. La Pascua es la fiesta de nuestra redención y, por tanto, fiesta de acción de gracias y de alegría. Los Apóstoles son, ante todo, testigos de la Resurrección de Jesús (Hechos 1, 22; 2, 32; 3, 15). Anuncian que Cristo vive, y éste es el núcleo de toda su predicación. Esto es lo que después de 20 siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive!. Y esto nos colma de alegría en el corazón. En estos tiempos de incertidumbre global, de futuro incierto en la bélico, de inflación no solo económica sino en la inquietud de los corazones, la Pascua viene a ser un clamor de Paz. Dios no nos abandona aunque parece que se oculta; ¡Jesús nos convoca a creer con más fuerza! A seguir batallando la vida de todos los días.

El mundo había quedado a oscuras. La Resurrección es la gran luz para todo el mundo: Yo soy la luz (Juan 8, 12), había dicho Jesús; luz para el mundo, para cada época de la historia, para cada sociedad, para cada hombre. La luz del cirio pascual simboliza a Cristo resucitado. Es la luz que la Iglesia derrama sobre toda la tierra sumida en tinieblas. La Resurrección de Cristo es una fuerte llamada al apostolado: ser luz y llevar luz a otros.

Para eso debemos estar unidos a Cristo. “Instaurare omnia in Christo”, da como lema San Pablo a los Cristianos de Efeso (Efesios 1, 10); informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas: esta es nuestra misión de cristianos, proclamar la Realeza de Cristo en todas las encrucijadas de la tierra. En este 2022 entre pandemia y guerra debemos renovar el camino de ser sembradores de la Paz, en el corazón y en lo social. No se puede vivir extenuado de tensiones informativas que estresan el corazón. La Pascua es el llamado a una vibrante acción apostólica por la paz que trae Dios.

La Virgen Santísima sabe que Cristo resucitará. En un clima de oración, que nosotros no podemos describir, espera a su Hijo glorioso. Una tradición antiquísima de la Iglesia nos transmite que Jesús se apareció en primer lugar y a solas a su Madre. La Virgen, después de tanto dolor, se llenó de una inmensa alegría. Nosotros nos unimos a esta inmensa alegría. Santo Tomás de Aquino aconsejaba que no dejáramos de felicitar a la Virgen por la Resurrección de su Hijo (Vida y misericordia de la Santísima Virgen).

Es lo que hacemos ahora que comenzamos a rezar el Regina Coeli en lugar del Angelus: Alégrate Reina del Cielo, ¡aleluya! Aquel a quien mereciste llevar dentro de tí ha resucitado. Hagamos el propósito de vivir este tiempo pascual muy cerca de Santa María. Un papel importante de las madres es dar Paz en el corazón de los hijos. María nos sostiene y nos calma la existencia. Recurramos a ella, la dulce madre de la Pascua. ¡Felices Pascuas!