Borges aprendió el francés a los 14 años en ocasión de un viaje de su familia a Ginebra, ciudad en la que su padre procuraba una cura para sus ojos. La Gran Guerra los había obligado a una estadía que se prolongaría en Suiza hasta 1918. Tan escasos eran sus conocimientos del francés que en el Colegio Calvino el joven argentino hubiera sido reprobado en su primer año de secundario de no mediar la intercesión de sus compañeros de aula que obtuvieron para él una derogación. Pronto dominaría esa lengua y descubriría autores clásicos y modernos. Curiosamente, no amó nunca París, demasiado elocuente y segura de sí misma, el exacto contrario de la reservada y calvinista Ginebra. Con el tiempo elaboraría una crítica de la literatura francesa que por 1946 con su típica ironía se enunciaba así:

El inglés escribe con inocencia, el francés lo hace a favor de a, contra b, en función de c, hacia d… Se pregunta (digamos): ¿Qué tipo de sonetos debe emitir un joven ateo, de tradición católica, nacido y criado en el Nivernais pero de ascendencia bretona, afiliado al partido comunista desde 1944?

Este carácter artificial de una literatura destinada a la historia de la literatura podía sin embargo reservar buenas sorpresas como él mismo lo reconocía. Por otra parte, nunca olvidó que su fama la debía a un francés , Roger Caillois, quien lo había publicado en Francia en 1951 en la prestigiosa editorial Gallimard, inicio de una fama mundial que se consolidaría en los diez años siguientes.

Entre los autores de esa literatura se puede establecer un canon borgeano que incluye algunos grandes nombres y otros que no lo son tanto, ni siquiera en Francia. Dejando de lado por un momento los filósofos, ensayistas e historiadores, podemos establecer una lista corta de novelistas, cuentistas y críticos literarios que, si no siempre influyeron en su propia obra literaria, Borges recomendaba leer y releer.

- Michel de Montaigne - Los ensayos (el elogio de la tolerancia y de la amistad, en el tono sincero de una conversación con amigos).

- Voltaire – Cuentos (la fina ironía de una escritura hecha de pocas y justas palabras).

- La Chanson de Rolland (el gran relato épico francés del mundo de los caballeros cristianos de Carlomagno en guerra contra el Islam).

- Víctor Hugo (el poeta que cantó el declinar de los propios días, la muerte de su hija o la memoria de su padre, general de Napoleón en España).

- Pierre de Ronsard (el francés del siglo XVI que renovó la lírica, celebrando sus amores y el paso inenarrable del tiempo).

- Gustave Flaubert (artífice de una escritura retrabajada hasta la obsesión, creador del dúo de Bouvard y Pécuchet, amigos que cómicamente procuran una sabiduría inalcanzable para sus limitadas capacidades).

- Paul Verlaine (“el” gran poeta para Borges, que elogiaba una delicada poesía que poseía el tono de la conversación).

- Jean Cocteau (espíritu genial, inteligente y mordaz, cuyas novelas y crítica literaria rescataba Borges).

- Rémy de Gourmont (editor y crítico literario de inicio del siglo XX, en quien perduraba la punzante ironía de Voltaire).

- Léon Bloy (cuyos extraños relatos ponen en escena una Divina Providencia, inexplicable y a menudo cruel).

- Henri Michaux (quien podía recrear relatos etnográficos en clave cuentística como Voyage en Grande Garabagne, sin olvidar su Bárbaro en Asia, que tradujo su amigo Borges).

- Villiers de l’Isle Adam (en cuyos cuentos a menudo se manifiesta un “más allá” en un mundo positivista sin fe alguna).

- Marcel Schwob (un Borges francés con medio siglo de anticipación, cuyos relatos breves y fantásticos tienen muchas afinidades con los del argentino).

- Paul-Jean Toulet (mucho mejor poeta de lo que se cree, sus Contrerimes valen la pena de ser descubiertas).

- André Gide (renovador del género novelesco y valiente denunciador del colonialismo europeo en África así como del comunismo soviético, alabado unánimemente por tantos intelectuales).

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Paulo Cavaleri - Doctor en Historia de la Universidad París I – Sorbona. Acaba de presentar en Tucumán su libro Entre dos mundos.