Gracias por hacernos felices. Esa frase sintetizó el sentimiento de millones de argentinos; y fue el título que el corresponsal de LA GACETA en Qatar eligió para su análisis de la tapa de la edición del lunes, luego que la selección argentina de fútbol se coronara campeona del mundo. En medio de la crisis económica, del drama social y de la grieta política, un instante de felicidad es una caricia al alma para el país, por la que no serán suficientes los agradecimientos a Messi y al equipo por un logro mundial que hizo llorar, emocionar y alegrar a la sociedad. Un país feliz. Pero una felicidad no gestionada a la altura de las circunstancias por las autoridades, más preocupadas por sus propios intereses que por enmarcar como correspondía tremendo día de celebración junto a los deportistas, hoy elevados al rango de héroes.
Ellos, los que representaron a la Argentina no tenían ninguna obligación de hacer felices a los ciudadanos, no salieron a la cancha con ese compromiso, no hubo un contrato social previo; pero cumplieron su rol de la mejor manera posible: con responsabilidad, solidaridad, sacrificio y humildad y consiguieron el propósito que persiguieron. Trabajaron como correspondía, cada uno realizando de la mejor forma posible su tarea y se treparon a lo más alto del Mundial, provocando una felicidad inmensa, por la que decirles gracias es lo primero que surge para congraciarse con estos gladiadores. Ellos hicieron lo suyo, lo que tenían que hacer, lo que saben, para lo que viven; su vocación, su pasión. Las gracias son la consecuencia de que lo hicieron exitosamente
. Si ellos lo hicieron, ¿por qué no lo pueden hacer otros? ¿Por qué los que cumplen roles institucionales y políticos no pueden provocar esta felicidad en el pueblo? ¿No saben? ¿No quieren? ¿No pueden? Cabe preguntar si la dirigencia política, agrietada, sólo piensa en sus propias hinchadas, en sus núcleos duros y no en el conjunto. Los jugadores se pusieron la misma camiseta y salieron a hacer lo que más les gusta y lo desarrollaron con responsabilidad y conocimiento del arte que practican. ¿Y los políticos? Acaso no quieren salir de su espacio de confort, que es el de señalar culpas al adversario y, por lo tanto, no dialogar ni acercarse para intentar trabajar en conjunto con el otro para sortear los problemas económicos y atenuar el drama social de la mayoría de los argentinos. Ahí está el ejemplo de 26 jugadores de fútbol que, dejando atrás diferencias, se unieron en una causa nacional, en términos deportivos; claro.
Los otros, los que deberían pensar en una causa nacional como eje central de la política argentina, no dan señales de querer juntarse para llevar esa felicidad a la sociedad. Tantas veces se escuchó que hay que hacer feliz al pueblo; les corresponde a la dirigencia política cumplir esa tarea. Tienen un ejemplo. Tal vez porque no hay leyes que la promuevan es que hay desinterés en conseguir que los argentinos estén mejor; o porque ese concepto no esté específicamente expuesto en la Constitución nacional. A lo sumo, y como sinónimo de felicidad, hay una palabra en el Preámbulo de la Carta Magna que debía ser la guía de toda persona que tenga el honor de representar al pueblo en un cargo público: bienestar. Aparece dos veces en el texto constitucional, una vez cuando señala: “... con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino…”.
En el artículo 18 reaparece: “proveer lo conducente a la prosperidad del país, al adelanto y bienestar de todas las provincias…”. La clase dirigente, en este tiempo de balances, de renovar esperanzas y determinar objetivos, ya tiene un ejemplo mayúsculo; y un concepto en la Constitución por la que deberían preocuparse y ocuparse: asegurar el bienestar general. Como para tratar de que también les den las gracia, alguna vez.