Isabel Argañaraz sintió, desde que era chica, una atracción especial por las grandes edificaciones. Recuerda cuando iba a plaza Independencia y se quedaba por horas maravillada con la arquitectura de la iglesia Catedral, de la Casa de Gobierno y de los edificios que rodean el paseo público. Pasaron los años y, por necesidades económicas y de su familia, se dedicó al cuidado de niños con discapacidad y de personas enfermas. Sin embargo, había algo que a ella le hacía ruido todo el tiempo. Así fue que un día decidió dar un vuelco y dedicarse a eso que tanto le gustaba: la construcción.
Hoy, con 50 años, Argañaraz se siente orgullosa porque hizo realidad su sueño. Fue una de las primeras mujeres albañiles y pionera haciendo trabajo de campo en la obra pública, asegura la morocha de ojos marrones y enorme sonrisa.
Si bien es cierto que la época en la que había profesiones solo de hombres y de mujeres ha quedado atrás, todavía hoy hay terrenos en los que sorprende verlas a ellas trabajando. Y el sector de la construcción es uno de ellos. Existen muchos prejuicios para derrumbar: por ejemplo, que la mujer no puede hacer albañilería porque no sabe, porque no tiene fuerza o porque no se quiere ensuciar, enumera Isabel, feliz de hacer lo que le apasiona y de haberse ganado la confianza de sus pares.
“Ahora se han sumado muchas mujeres a la construcción; se están dictando cursos de albañilería y plomería, y en estos espacios ya no es raro verlas tomando apuntes y presentando sus proyectos o emprendimientos”, comenta.
“Cuando la gente me pregunta a qué me dedico y les digo que soy albañil, se quedan abriendo los ojos”, cuenta. Aunque pasa el día con chalecos de alta visibilidad y mamelucos manchados con polvo, tierra, arena y cemento, a Isabel le gusta prepararse bien, pintarse las uñas y maquillarse cada día para ir a su trabajo. Ahora, por ejemplo, está participando en la obra para desarrollar un parque temático en Lomas de Tafí. Anteriormente, se desempeñó en distintas empresas constructoras, entre ellas Techint, según detalló. Asimismo, participó de las tareas para llevar el tendido eléctrico subterráneo paralelo al canal Sur.
¿Cómo empezó todo?
El sueño del casco, la pala y los ladrillos estuvo latente en la vida de Isabel durante mucho tiempo. “Era una asignatura pendiente. Cuando iba a la secundaria, mi familia no tenía recursos económicos y, entonces, empecé a cuidar niños con capacidades especiales. Eso me llevó a capacitarme como acompañante terapéutico. Pero un buen día me cansé. Decidí anotarme en un curso que dictaba la Uocra (Unión Obreros de la Construcción). Eso fue hace seis años. Eran todos hombres. Cuando me vieron llegar, fue una gran sorpresa. Yo no tenía idea de nada y todo el tiempo paraba la clase para preguntar. Los únicos tacos y perchas que conocía estaban en mi placard; jamás había escuchado esos términos fuera de la moda”, recuerda.
No fue nada fácil ingresar en un mundo tan masculino, admite. En su familia, al principio, tampoco les gustaba mucho la idea. “Soy madre soltera. Mi hijo, que ahora tiene 20 años, iba a la secundaria cuando empecé a trabajar en las obras. Si había reunión de padres, yo iba después de una jornada laboral y llegaba con los tiempos justos, con ropa de trabajo y a veces algo sucia con grasa. “Él me preguntaba: '¿Algún día podrás vestirte de madre?' Ahora ya se acostumbró”, confiesa Argañaraz, dueña de una voz suave.
Habla con calma y con seguridad. Lo que más le gusta es el armado de estructuras y montaje. En su celular, guarda fotos de las obras más importantes en las que participó: ahí está trepada a andamios y cargando baldes con mezcla, soldando hierros, usando la pala y poniendo ladrillos, haciendo contrapisos, cimientos, revoques, paredes, plomería y electricidad. En la mayoría de las imágenes se la ve trabajando hombro a hombro con sus pares, todos varones. Llegó a ser la única mujer entre 500 compañeros, detalla.
Si bien cuando empezó había mujeres en las obras de construcción, ellas se dedicaban más que nada al trabajo de seguridad e higiene, cuenta. “En el campo obrero, estaba sola. Cuando entré por primera vez, todos me miraban raro, especialmente porque voy maquillada. Me gusta estar siempre bien presentable”, confiesa la albañil, y agrega palabras de mucho agradecimiento a sus compañeros ( “aprendo mucho de ellos”) y al gremio de Uocra. “Siempre me tienen en cuenta, me llaman si hay oportunidades laborales, me preguntan cómo estoy, cómo me tratan en las obras y si hay baños para mí”, enumera.
Diferencias
Argañaraz reconoce que, a diferencia de los hombres, las mujeres tienen menos fuerza. “Pero yo me las ingenio para que no se note. Si tengo que llevar algo pesado, busco la carretilla o cargo menos y voy dos veces”, explica. Y destaca que las féminas son más prolijas y detallistas. “Creo que nos complementamos bien. Nos ayudamos y hay mucho respeto; eso es fundamental”, resalta.
“Por más que aparecen más chicas o señoras albañiles, hay prejuicios todavía. Lo primero que tenés que vencer son los miedos, porque nos dijeron siempre que no es un trabajo para la mujer”, añade.
¿Quién arregla las cosas en tu casa cuando se rompen?, le preguntamos. “Yo, obviamente. Y también trato de mejorarla; ahora estoy haciendo la vereda”, cuenta Isabel. Vive junto a su hijo y a sus dos hermanas. Hace poco perdió a su mamá (por covid) y a su papá.
“Igualmente no tengo mucho tiempo libre”, aclara la mujer, que trabaja entre ocho y 10 horas diarias. Además, en su tiempo de ocio, hace otra cosa que ama: el voluntariado. Se saca el mameluco y se pone el traje de payaso. Es payaterapeuta y le gusta participar de intervenciones en hospitales y en el hogar de ancianos.
El mensaje
Hoy, como cada 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer, una jornada que rinde homenaje a la lucha de las mujeres por la igualdad de género, a los derechos alcanzados y a la necesidad permanente de ampliarlos, con el objetivo de lograr una sociedad más justa y equitativa. Como Isabel, son muchas las mujeres que han decidido dedicar su vida a trabajos contrarios a los estereotipos, y a veces tienen que demostrar a diario su valía para romper la brecha de género. “Creo que todavía nos queda bastante en esta lucha; tiene que haber más inclusión e igualdad. No hay que bajar los brazos y pelear por lo que uno ama hacer”, resume.