Día de la Mujer: Doña Margarita, una vida “andariega” en Horco Molle

Margarita Julia Cruz tiene 95 años y habita en pleno contacto con la naturaleza. A su edad aún disfruta de cultivar la tierra, cuidar las plantas y cocinar a leña.

SILENCIO Y TRANQUILIDAD. Doña Margarita transita sus días rodeada por la belleza natural y la calma que transmite habitar en Horco Molle.  SILENCIO Y TRANQUILIDAD. Doña Margarita transita sus días rodeada por la belleza natural y la calma que transmite habitar en Horco Molle. La Gaceta / fotos de Analía Jaramillo

Entre pastizales salvajes y enredaderas, un extenso camino de piedra parte al Río Muerto en dos. Cómo si estuviéramos en un cuento fantástico, detrás de tanta espesura -al final- el hogar de Margarita Julia Cruz se asoma por lo alto. El caserío no conoce de fronteras entre lo propio y la natura; a tal punto que apenas los senderistas que ascienden hacia El Tipal logran registrarlo.

¿Quién no desearía vivir en el silencio? ¿despertar con el esplendor de Horco Molle de fondo? Sin embargo, a su propietaria no le van los escenarios idílicos. “Hace más de 30 años que estoy acá. Esta vida no es tan fácil ni para cualquiera”, advierte.

Su historia no posee nada inusual, pero sirve de lienzo para recordar una verdad esencial. Con 95 años Doña Margarita fue testigo de bastantes cambios en la sociedad; sin buscarlo, su figura encarga a una mujer del hoy y del ayer. A pesar de los avances y diferencias entre décadas, lo que aún nos hermana a las mujeres es la capacidad de elegir (exigir) cómo transitar la realidad de una manera activa. Para algunas, eso implicará optar por una carrera profesional o aspirar al éxito individual en una gran urbe, mientras que para otras puede bastar con la alegría de una rutina tranquila y en sintonía con la naturaleza.

“Nací en El Nogalito (próximo a Potrero de las Tablas y el Siambón), pero cuando era adolescente me mudé a la ciudad. También viví en otras zonas rurales, hasta que me casé y terminamos por construir esta casa. Antes la zona era puro campo y había unos 10 pobladores que se dedicaban a cosechar y pelar caña. Pasó mucho tiempo hasta que Horco Molle empezó a poblarse de la mano de esos trabajadores y sus familias”, rememora con ayuda de su hija Dolores.

Por aquel entonces tampoco existía el área protegida de Parque Sierra San Javier, los bikers ni la rotonda fitness de la avenida Juan Domingo Perón.

Legado sostenible

En los primeros años de matrimonio, su marido (Arturo Olima) le enseñó a Margarita a sembrar; tarea que sumó a los quehaceres domésticos. “Se manejar la azada sin problema y aunque ahora me falten las fuerzas para usarla, esas cosas no se borran de la memoria”, afirma orgullosa.

En el fondo de la vivienda, una copiosa huerta con lechugas, acelgas y choclos le aseguró a la familia (con 11 hijos) una alimentación sustentable incluso en los periodos económicos más complicados.

Por sus hazañas y la necesidad de andar en movimiento (de aquí, pa' allá) existen quienes la apodan “La Andariega”. “Para mi siempre hay que estar en movimiento y hacer cosas, trabajar y aprender de todo un poco porque sino uno acaba aplastado y no es feliz. Hay gente que por no actuar termina sentada, esperando y esperando, viendo las cosas pasan...”, sintetiza.

Pese a que aquella huerta de vegetales desapareció, Margarita aún mantiene su filosofía en práctica y valora cada alimento que proviene de la tierra. Para los que somos ajenos a sus pagos, el desafío consiste en identificar qué fruta ofrece cada árbol del terreno. Chiltos, guayabas, papayas, mangos, bananas, paltas, plantas de ají picantes... la lista no para de crecer para el placer de las aves y los perros que juegan con sus restos ya maduros.

“La comida casera, hecha con lo que cosechás sabe mejor. Lo mismo pasa con el agua, acá la tomamos limpita y sin cloro porque viene de la vertiente; se nota la diferencia de gusto”, destaca.

Para abastecerse y obviar los mercados de la urbe, el pan casero también lo prepara de forma artesanal en un horno a leña. “Cuando vienen mis hijos de visita los fines de semana intento hacerlo para que lo disfruten con el mate. En el pasado me dedicaba hasta a armar la levadura que se necesita”, acota.

Oda a lo cotidiano

Por la mañana, “La Andariega” suele levantarse a las 7 para preparar unos mates con hojitas de cedrón y poleo recién cortadas. Sobre una cocina a leña, ella misma enciende el fuego y amansa su potencia cuando el agua de la pava empieza a hervir.

Después le sigue una que otra caminata entre sus recovecos verdes favoritos. Se mire por donde se mire, las plantas lo cubren todo. Las hay dentro de potes de helado, botellas viejas de aceite o en macetas ordenadas sobre estantes improvisados. La colección supera las 30 especies y tampoco se escapan las variedades autóctonas y los bonsáis (elaborados por su nieto Nelson).

Al caer la tarde, la rutina sigue con un merecido descanso a la sombra de unos enormes chirimoyas. “Tengo un buena vista y tacto para las plantas así que con cualquier semilla prenden. Dicen que a las personas con manos frías (cómo las mías) nos va muy bien con eso. En cambio, la gente con manos calientes falla al intentar cuidar los brotes... aunque eso las hace mejores en otros asuntos como el amor”, acota con una sonrisa pícara que marca cada una de sus arrugas; producto del aire puro, pero traicionero de las yungas.

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