“En estos últimos tiempos los frecuentes robos no sólo de automóviles, contra los cuales se ha utilizado y se utilizan toda clase de seguros, sino de algunas de sus partes de mayor valor monetario, como ser las ruedas de auxilio, han sido la preocupación constante de los propietarios de automóviles”. La crónica parece de pura actualidad, sobre los robos que sufren los vehículos y sus partes. ¡Pero, no! El tema se desarrolla allá por junio de 1927 y presenta un invento argentino para evitar el robo del auxilio. Puede causarnos sorpresa que por aquellos años se robaran automóviles o ruedas ya que el mercado “del robado” debía ser acotado.

En Tucumán los coches se contaban en centenares y no en decenas de miles, como actualmente. Por aquellos años las placas identificatorias de los móviles tenían apenas tres cifras, como se puede ver en la foto que acompaña esta nota. Por lo que los dueños de los autos debían conocerse y reconocerse. De tal manera que la reventa de neumáticos o ruedas debía tener un mercado acotado o quizás el producto mal habido fuera llevado a otras provincias donde los posibles compradores no pudieran identificar a los propietarios del bien. Todo es especulación, pero lo único real es que los robos se llevaban a cabo pese a todo y esta nueva idea venía a resolver el problema.

La noticia anunciaba la invención de “una tuerca antirrobo” por parte de los señores Burke y Acosta para proteger la rueda de auxilio de cualquier vehículo. “Esta tuerca cerradura suple con marcada eficacia al candado y se coloca en el mismo lugar en el que se colocaba éste sobre un perno enroscado”, seguía la descripción de la nueva medida de protección que se les ofrecía a los propietarios.

Previamente se relataban las distintas formas para cuidar la propiedad y se decía que “los malhechores se han ingeniado de tal manera, que parecía casi imposible luchar, si cabe el término, contra sus habilidades, muy dignas, por cierto, de mejores causas”. Describe también los métodos que se usaban entonces, tales como la cadena y el candado, que tampoco garantizaba protección duradera cuando los ladrones decidían hacerse del bien para su posterior venta. Como se ve, la atracción por lo ajeno, y en este caso las ruedas de vehículos, no es patrimonio del presente ni del pasado; se podría decir que no tiene tiempo ni lugar exclusivo.

Bondades

A continuación destaca las bondades del invento al indicar que “colocada en el automóvil, esta tuerca cerradura, además de ser un bonito adorno para el coche, ofrece una seguridad a toda prueba. Funciona de acuerdo a lo que en mecánica se denomina con el nombre de sistema cilíndrico, pero, para mayor seguridad en este caso, con doble juego”. La explicación sobre la seguridad que brindaba ese elemento es “la taza que cubre la tuerca cerradura es giratoria, o como se la llama corrientemente, loca, pues gira en todo sentido, impidiendo que al pretender violentarla se tenga algún punto de apoyo”. El cronista destaca que además del uso inicial en automóviles la tuerca podía ser usada en otros lugares, como galpones, vagones de ferrocarril o puertas.

Si el adminículo fue eficaz, no lo sabemos, porque no se mostraron estadísticas. El mercado ofreció una herramienta nueva para la seguridad y la Sociedad Argentina de Inventores, de la que eran socios los creadores, la exhibió en su sede. En la actualidad, quizás los bulones antirrobo para autos que se venden en distintos negocios de Tucumán sean los descendientes de aquel novedoso invento de los años 20 del siglo pasado.

El robo a un niño

“Canalla, miserable, cobarde, rastrero, a quien ha tendido una celada vil a la inocencia dolorida”. De esta forma el periodista criticaba la actitud del hombre que por medio de argucias y engaños, le había robado los billetes de lotería que vendía un pequeño de apenas 8 años en la esquina de Maipú y Mendoza. Así lo identifica la nota que se puede leer en LA GACETA: Estaba vendiendo su billetes de la lotería de la Caja Popular cuando se acercó el hombre y le dijo: “comprame 20 centavos de pastillas en la farmacia. Mientas, elijo el número que voy a comprar”. El niño inocentemente se fue a cumplir el mandado; al volver no encontró ni al malhechor ni los billetes que tenía. Ambos se esfumaron y no pudieron ser encontrados. El hecho debe haber causado mucho enojo en el periodista, que cargó contra el ladrón, y escribió:”¿qué diremos del que es capaz de robar el pan a una criatura que desafía con su debilidad a la vida? ¿Cómo traducir el dolor, la pena, el miedo quizá de ese ángel que se ve despojado de su tesoro material? Sólo un degenerado, cuya actitud sabrá medir la justicia, con toda su severidad, puede haber cometido este hecho. No merece ni el calificativo de bestia, porque hasta en esos seres las fauces agresivas se tornan amorosas para acariciar a los cachorros”.

El título de la nota aparecida el 21 de agosto de 1930 ya cargaba contra el delincuente: “Un robo miserable a un niño de 8 años” y en la bajada se decía: “La hazaña de un degenerado”. Para evitar males mayores en la nota se dice que “los números robados, para evitar su cobro en caso de premio o para que denuncien su adquisición los que hayan sido sorprendidos en su buena fe, son los siguientes: 12.786 (entero), 18.259 (3 quintos) y 18.257 (2 quintos)”.

Pocos días después se produjo otro robo de iguales características a un niño vendedor de lotería en pleno centro de la ciudad. Pero del ladrón nunca se supo más y al parecer los billetes no tenían premio porque no se informó que se hubiera intentado cobrarlos.

Asado cuatrereado

La Policía irrumpió en un domicilio, llegó al comedor y encontró a la familia disfrutando de un asado. A la pregunta: ¿de dónde venía la carne?, los moradores respondieron que “un hermano del dueño de casa le había regalado un pedazo de espalda”. Los agentes fueron a la cocina para descubrir que no sólo había espalda sino también lomo, patas, cuero y el resto del animal. Al investigar un poco, se descubrió que pertenecían a uno de los animales denunciados por su dueño como robado por cuatreros. Los investigadores, informaba LA GACETA allá por julio de 1935, descubrieron en la casa de la localidad de El Bosquerón en La Cocha varios cueros de animales carneados además de algunos otros atados y listos para ser carneados. Allí vivían el jefe y parte de la banda de cuatreros que atacaban a sus vecinos, se llevaban sus animales y eran buscados desde hacía días, para estar tan cerca del lugar donde hacían sus fechorías. El grupo operaba hasta en Santiago del Estero. Fueron encontrados con las “manos en la carne” y se detuvo al dueño de casa, a uno de sus hijos y a un vecino como miembros de la banda.