Por José María Posse
Escritor, abogado, historiador
El 10 de abril se cumplió el 156 aniversario de la batalla de Pozo de Vargas, en la provincia de la Rioja. Inmortalizada por una famosa zamba, tropas tucumanas tuvieron participación fundamental en el desenlace del combate. Su resultado desencadenaría un duro enfrentamiento entre grupos políticos de Tucumán y Santiago del Estero por la preeminencia de la región.
Cuyo en llamas
Corría 1867 cuando el caudillo Felipe Varela se rebeló contra las autoridades de la Nación. El movimiento federal comenzó a hacerse fuerte en la región de Cuyo, en las provincias de Mendoza, San Juan y San Luis. La Rioja y Catamarca fueron tomadas también por los varelistas, quienes amagaban atacar a las provincias del NOA. El presidente Bartolomé Mitre, por entonces enfrascado en la guerra contra el Paraguay, actuó de inmediato a efectos de evitar quedar atrapado entre dos frentes de batalla.
Cuando llegaron las noticias a Tucumán, las tropas de la provincia, que respondían al gobierno liberal, fueron puestas en campaña rápidamente. Las órdenes del Presidente eran tajantes: “aniquilar rápidamente cualquier insurgencia”.
Reacción liberal
El 16 de febrero, el gobernador tucumano Wenceslao Posse partió a la cabeza de las fuerzas provinciales con las que invadió la vecina Catamarca, en manos de los rebeldes. Luego de una serie de combates contra las guerrillas federales, ingresó el 7 de marzo en la ciudad de Catamarca, a la que limpió de insurgentes. De inmediato envió a su ministro y brazo armado, el caudillo José María del Campo con las avanzadas del Ejército a ocupar La Rioja.
Al aproximarse la vanguardia del ejército liberal a la ciudad capital, los montoneros se retiraron precipitadamente rumbo a chilecito, donde el jefe rebelde, Felipe Varela reunía sus tropas.
El 18 de marzo, Campo ingresó a la ciudad y de inmediato reunió a los ciudadanos principales, los que acordaron designar gobernador al depuesto Guillermo San Román, amigo y sostenedor de las ideas sarmientinas de los tucumanos, contrarios a Mitre. Días más tarde llegó el gobernador mitrista santiagueño, Antonino Taboada, con el resto del ejército a La Rioja. Como primera medida desconoció la elección del gobernador San Ramón -no afecto a su ideario- y llamó a nuevas elecciones.
Esto provocó la ira de Campo y su gente, produciéndose un ríspido enfrentamiento entre los jefes liberales, los que estuvieron a punto de irse a las manos. El General en jefe de las fuerzas del Norte, Anselmo Rojo -jaqueado por las presiones de ambos grupos- decidió alejar al cura Campo de La Rioja, enviándolo a Catamarca con el pretexto de resguardar la ciudad de un posible ataque montonero. Luego, aduciendo motivos de salud delegó sus atribuciones en Antonino Taboada. Para equilibrar las cargas designó por decreto del 2 de abril al Teniente Coronel Emidio Posse, Comandante en Jefe de la división tucumana situada en La Rioja.
Campo partió a su destino muy a desgano, al mando de la caballería de su provincia, mientras la totalidad de los cuatro batallones de infantería compuesta por cívicos tucumanos quedaban acantonados en la ciudad de La Rioja.
Quebrar lanzas
Estaba claro que la hasta entonces conveniente alianza entre los grupos dirigentes liberales de Santiago y Tucumán había quedado rota. Ya habrían de dirimir sus diferencias por otras vías. Por lo pronto los montoneros abrían un paréntesis a la disputa.
En la noche del 9 de abril, los cuerpos acantonados en la ciudad de La Rioja recibieron la orden de marchar al Pozo de Vargas. Las patrullas de reconocimiento informaban que las fuerzas del federal Felipe Varela desfilaban con el propósito de tomar posesión de la meseta distante a cuatro leguas de la ciudad.
Varela relató los momentos previos a la batalla: “El 10 de abril á las tres de la mañana llegué a las ‘Mesillas’ a tres leguas y media del enemigo, cuyas avanzadas se batieron ese día, y fue terrible mi sorpresa al no hallar en las represas una gota de agua para mi gente ni para las caballadas, cuando todos venían ya acosados por la sed. Contramarchar al frente del enemigo no me era posible, pues otra columna (la del temible cura Campo), me acecha desde Catamarca, y me exponía a que el enemigo que dejaba me picase la retaguardia y me tomase entre dos fuegos. Tuve indispensablemente que presentar batalla en ese día, so pena de arruinar por completo mi ejército. Así fue que a la una de la tarde desplegué la columna en batalla sobre el enemigo”.
Batalla desigual
El ejército liberal tenía extendida su línea de naciente a poniente. El ala izquierda estaba compuesta por dos batallones santiagueños al mando de Manuel Taboada, y la derecha lo componían los batallones de la infantería tucumana “General La Madrid”, “Río Colorado”, “Laureles” y “Libertad” a las ordenes del teniente coronel Emidio Posse. Engrosaban el batallón grupos de cívicos riojanos y catamarqueños y un escuadrón de santiagueños. La caballería en desventaja numérica había sido colocada en la retaguardia.
El total de las fuerzas del ejército a las órdenes de Taboada no sobrepasaba los 1.700 hombres. Las tropas federales, por su parte, estaban muy bien equipadas; tenía un fuerte convoy de carros de municiones y pertrechos de guerra, además de dos cañones. Eran fuerzas varias veces superiores en número a las tropas de Taboada; solamente la caballería -en la que se distinguían dos cuerpos de línea chilenos- tenían más de 4.000 hombres.
A la una de la tarde del día 10, los varelistas se pusieron en movimiento; las fuerzas de línea chilenas, provistas de armas automáticas rompieron el fuego sobre la derecha de las líneas federales parapetados en unos cercos. Los batallones tucumanos contestaron con descargas cerradas, pero la superioridad numérica y de fuego era pasmosa.
La zamba de Vargas
Según la tradición, Taboada ante las cargas enemigas que hacían retroceder a sus tropas, mandó a la banda de música que tocara una popular zamba, la cual, como himno de guerra retempló a sus hombres quienes de inmediato prorrumpieron en vivas a su general y mueras al enemigo. El escuadrón “Río Hondo” de caballería comandado por el bravo Coronel riojano don Nicolás Barros fue desecho por los montoneros quienes intentaron romper las líneas contrarias, pero según el parte de guerra del coronel Pablo Irrasabal: “El ímpetu de su valor y audacia se iba a estrellar en las bayonetas de las valientes compañías de infantería tucumana que protegían el flanco derecho, quienes tuvieron la gloria de arrojar a balazos fuera del campo un grupo de caballería enemiga de más de cien hombres que se internó a nuestro campo”.
El comandante tucumano relató esta acción: “Las compañías del ‘General La Madrid’ tuvieron que rechazar una carga de caballería que por el costado derecho trajo el enemigo, lo que efectuó con el mejor suceso”. “Traído por el enemigo un nuevo ataque y en la misma forma que el anterior, fue igualmente rechazado; aunque en esta vez disputó el terreno con menos encarnizamiento que en la primera. Iniciado un tercer ataque las compañías 1 y 2 del ‘General La Madrid’ defendieron el campo de las repetidas y vigorosas cargas que la caballería del costado izquierdo contrario le traían, y el ‘Libertad’ avanzó a la bayoneta siguiendo el movimiento general de nuestro frente de batalla”. “Actos de arrojo y heroísmo se produjeron en ambos bandos, como el del oficial Felipe Unzaga, quien formaba en las avanzadas liberales, acompañado de unos bravos tomaron un cañón y una bandera del batallón de montoneros”...
Desbande chileno
Según el comandante tucumano: “Fue en esas circunstancias, que aprovechándose el enemigo del ataque general llevado a vanguardia por toda nuestra infantería, atacó por nuestra retaguardia con una columna como de 400 hombres de caballería con algunos infantes en la grupa, internándose hasta el centro mismo de nuestro campo. Entonces mandé al mayor Maturano que, a la cabeza de la 2ª compañía del General La Madrid, atacase de frente a la columna invasora, y colocándome yo a la cabeza de la 1ª del mismo, llevé el ataque por su flanco izquierdo, contramarcharon en apoyo de este movimiento, en momentos que el enemigo huía ya cobardemente”...
Estos batallones de chilenos eran el orgullo de Varela, por lo que es de suponer el efecto psicológico que causaría el desbande entre sus tropas. Luego de varias horas de combate bajo un sol abrasador, respirando el asfixiante polvo que se levantaba, las tropas de Varela muertas de sed dirigieron un terrible ataque a la posición que defendía el valiente sargento Mayor José Cueto, para apoderarse del Pozo de Vargas, que era el único donde podían encontrar agua en la región. Allí el combate fue terrible, pero la bravura de Cueto y sus soldados determinó que los atacantes se dispersaran. Varios de ellos extenuados, se rindieron pidiendo a gritos que se le diera de beber.
Según el relato del Capitán Ambrosio Salvatierra: “El enemigo en completa derrota abandonó todo su convoy entre el Pozo de Vargas y La Mesilla. El incansable Unzaga tomó el segundo cañón que había sido abandonado en el monte, así como gran número de prisioneros. Grandes grupos de caballería enemiga, vestida de colorado, cruzaban el campo de Sur a Norte, y poco después se supo que la ciudad de La Rioja estaba llena de montoneros”...
Valor tucumano
Luego de ocho horas de batalla, el general Taboada ordenó al comandante tucumano tomar la ciudad; éste avanzó al frente del batallón “La Madrid”, después de algunas fuertes escaramuzas, los federales abandonaron precipitadamente sus posiciones. Con esto se sellaba la contundente victoria de las fuerzas liberales.
El saldo fue de 700 muertos entre los beligerantes, además de centenares de heridos y prisioneros.
Varela continuó con sus andanzas en el Norte, llegó a invadir Salta, donde fue repelido tras un feroz combate. Finalmente luego de correrías desfavorables, tuvo que exilarse en Chile, donde la tisis terminó con su vida.
En la batalla de Vargas, al decir del doctor Manuel Gorostiaga “se salvó la Unión Nacional”. En efecto, de haber triunfado el levantamiento federal, las fuerzas nacionales -en guerra con el Paraguay- hubieran tenido que dejar libradas a su suerte a las provincias del Norte, ante la imposibilidad de atender dos frentes de batalla, con el consiguiente peligro de disgregación que esto acarrearía.
Revolución taboadista
Por su parte, los liberales tucumanos, divididos como estaban entre sus preferencias entre Mitre y Sarmiento, comenzaron un sordo enfrentamiento; primero en los clubes políticos y luego en los cuarteles. Los Taboada, punta de lanza del porteño, apoyaron a los disidentes tucumanos; ello llevó a la Revolución del 30 de junio, que dio por tierra con el gobernador de Tucumán. En su lugar, pusieron un mandatario títere que debió soportar tres conatos revolucionarios, comandados por el caudillo José María del Campo, que fueron erosionando su autoridad, y cuya legitimidad desconocían los derrocados.
Corría 1868 y Domingo Faustino Sarmiento era el flamante Presidente de la República. Entre los problemas que enfrentaba, algunos se localizaban en el noroeste argentino. Uno era la acción de los hermanos Taboada, desde Santiago del Estero: mitristas de siempre, como vimos, eran francos opositores al nuevo mandatario y extendían sus manejos, para fomentar alzamientos por toda la región. Otro problema estaba en Salta. Allí, el jefe militar de la guarnición, coronel Martín Cornejo, intervenía descaradamente en política, lo que acorralaba al gobernador Sixto Ovejero. Esto ocurría en momentos en que se anunciaba una nueva invasión del caudillo Felipe Varela a esa provincia.
Roca en escena
Esto último dio a Sarmiento pretexto para operar en la zona. Narraría: “Pedí un militar de confianza y de peso para darle una comisión arriesgada...”. El candidato era el teniente coronel Julio Argentino Roca, a quien ordenó pacificar la región. Con su sola presencia, aunque resistida por los santiagueños, el tucumano logró controlar temporalmente la ebullición política entre los grupos enfrentados. También apaciguar Salta. El cura Campo y sus capitanes pudieron volver a la ciudad, donde depusieron las armas y de a poco el líder liberal fue abandonando la escena pública. Fue también el comienzo del fin en el predominio de los Taboada en el Norte, quienes ya no volverían a gravitar políticamente en la región.
Fueron aquellos, tiempos heroicos, donde las diferencias políticas se dirimían por la fuerza de las armas; los caudillos señoreaban celosamente sus territorios y las contiendas fueron moneda corriente.
Durante las presidencias fundacionales de los tucumanos Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca, los jefes locales fueron perdiendo su poderío militar, aunque siguieron influyendo políticamente.