Veamos: para empezar creemos que el primer tema a considerar en este sentido es que, en nuestro país es escandalosa la desigualdad existente entre ricos y pobres con la extraña paradoja de que, en un país tan rico potencialmente, haya tanta indigencia (con la triste añadidura de una masiva fuga impositiva: más de 500 millones de dólares están actualmente depositados en los llamados “paraísos fiscales”). Es calamitoso, pues, que en la Argentina, como en otros países latinoamericanos, la población más rica tenga el 50% del ingreso nacional y la más humilde sólo el 1,6%. Todo esto genera formidables trabas a la posibilidad de un desarrollo justo y sostenido. Ahora bien, es notable que, a pesar de todo, aún existan en nuestra sociedad personas que tienen una mirada desvalorizante hacia los pobres, a los que ven como seres inferiores y han construido sobre ellos una cultura de la discriminación. Creemos que ya es hora de terminar con aquello de que “siempre hubo pobres” y “dejemos las cosas como están”, o que son pobres porque no les gusta trabajar. Pero esto no es real. Están allí porque no tuvieron oportunidades. “¿Y yo qué tengo que ver con todo esto?”, dicen otros. En la actualidad existe una falsa discusión en nuestra sociedad. Hay quienes dicen: “iBasta de asistencialismo!”, y llaman así a ciertos subsidios que se entrega a la población más necesitada, afirmando que lo que hay que hacer es “crear trabajo”. Pero esta falaz opción es inadmisible. Los más desposeídos necesitan ayuda ya mismo. Según un informe de Unicef, en Argentina y en América Latina mueren diariamente miles de niños menores de un año por pobreza, enfermedades gastrointestinales, respiratorias o por desnutrición; o les dejan secuelas irreparables. No hay, pues, ninguna oposición en ayudar ya e implementar programas que al mismo tiempo capaciten y traten de ayudar a la gente a ingresar en el campo laboral. Existe, además, un problema fundamental llamado “delincuencia juvenil”: Según estudios comparados, las dos terceras partes de los delincuentes jóvenes vienen de familias destruidas por la pobreza Pero cuando el Estado les paga un sueldo a los que no tienen trabajo se produce un doble beneficio: para el que no tiene trabajo y también para los empresarios que de esta manera no se quedan sin mercado. Ahora bien, y a modo comparativo, es necesario decir aquí que la señalada “falta de pobreza” en muchos países europeos no es, como algunos creen, una cuestión “individual”, sino de Estado: la mecanización de las tareas del campo y la robotización de la industria trajo aparejado una elevada tasa de desocupación. Pero en los países nórdicos el sueldo que el Estado les paga a sus desempleados a cambio de tareas comunitarias es uno de los más altos del viejo continente. Pues bien, para que el Estado pueda hacer eso, es necesario que cobre impuestos a los que más tienen, que incluyen, en toda Escandinavia, un fuerte impuesto a la riqueza individual. En Copenhague, p.ej. el Estado está presente en todo. y cada corona que se paga en impuestos se ve reflejada en la ciudad, en los espacios públicos y en programas sociales de todo tipo: La mayor igualdad existente entre las personas es lo que más impresionó al viajero colombiano David Millián Pinzón, de 24 años, que relata sus andanzas en el blog “Vivir, Viajar, Amar”. El Estado -dice- cubre los gastos de salud, educación y seguro de desempleo debido, en gran parte, al altísimo nivel de tributación a las grandes fortunas. ¡Entre el 47,5% y hasta el 50%! La buena noticia es que el sistema funciona: Dinamarca lidera actualmente la lista de los países más felices del mundo... El día que nos pongamos de acuerdo en que el fin de la economía es el bienestar general, sin excluidos, todo será más simple. Los gobiernos podrán decir entonces: Nosotros no tenemos amigos ni enemigos, ni ideologías ni antiideologías. Nosotros tenemos intereses: Nos interesa todo lo que contribuya a la felicidad de la gente. Cuando lleguemos a esa meta, y sólo entonces, podríamos afirmar que existe, realmente, la justicia en la tierra.
Arturo Garvich
Las Heras 632 - S. M. de Tucumán