La masacre de Bataclan según Carrère

El juicio por los atentados y una inmersión en las causas del horror.

CRONISTA CAZADOR. Carrère estudia el impulso asociado a una interpretación absolutista del Corán. CRONISTA CAZADOR. Carrère estudia el impulso asociado a una interpretación absolutista del Corán.
13 Agosto 2023

CRÓNICA

V13, CRÓNICA JUDICIAL

EMMANUEL CARRÈRE  (Anagrama – Barcelona)

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Una mujer se prostituye en las calles de la ciudad de Mashhad, Irán. Antes del acto sexual, el hombre le corta el cuello. En las sucesivas noches, el mismo hombre, un empleado respetado del municipio, mata a múltiples prostitutas y lo hace siguiendo un inveterado mandato religioso. El asesino es aplaudido por los vecinos y por los líderes religiosos. El honrado hombre liquida a las mujeres obedeciendo un mensaje de Dios. El argumento pertenece a la película Holy spider, dirigida por Ali Abbasi, y está basado en hechos reales. La película retrata un asunto no menor: cómo un supuesto religioso justifica el estertor del mal, la atrocidad más terrible. La fundamentación religiosa del crimen es el asunto que comparte la película de Ali Abbasi con V13, el último libro del escritor francés Emmanuel Carrère.

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El libro está dividido en tres apartados: “Las víctimas”, “Los acusados” y “El tribunal”. Si se lee de reojo el índice del libro, se piensa que se trata de una crónica personal y limpia sobre el juicio por los atentados del viernes 13 de noviembre de 2015 en París, cometidos por un grupo ignoto de terroristas islamistas. Pero si uno se detiene en los relatos y en las reflexiones del autor advierte, rápidamente, que la narración inicia una serie de preguntas que van más allá del presente del mundo.

Carrère se interna un año en las instalaciones del juicio a los asesinos de Bataclan, del bar parisino y del Estadio de Francia. Toma nota y escribe una columna semanal para el diario L ‘Obs. Este es el punto de partida del libro. En V13 encontramos muchas historias: la de una víctima falsa, una chica que interviene en los debates, que aparece en la televisión, pero que al final se descubre que ha inventado el pasado; ella no ha estado en ninguno de los tres sitios en los que ocurrieron los atentados. Leemos los pormenores atroces de los momentos en los que las victimas escuchan el audio que reproduce en tiempo real los sonidos del tiroteo, la masacre en el Bataclan. Carrère cuenta lo que narra el video que prepararon los terroristas para difundir sus hazañas. Se ve cómo decapitan y, mientras lo hacen, se ríen y disfrutan. Carrère reflexiona, con acierto: “Normalmente la propaganda oculta el horror. Aquí lo exhibe. El Estado Islámico no dice: es la guerra, tenemos el triste deber de cometer actos horribles para que el bien triunfe. No, reivindicamos el sadismo”. Carrère muestra, entonces, cómo los terroristas se jactan de la violencia, la exhiben, la reivindican e, incluso, la justifican.

El autor narra, con pericia, la historia de la acróbata y del jugador de rugby. Ambos se salvaron pero en sus cuerpos quedaron las secuelas del atentado en las terrazas del bar (uno de los tres sitios de los atentados el viernes 13). Me quedo con un instante: ese en el que el silencio antecede al horror. Hay un segundo en el que aún no hay balas y el bullicio callejero no se ha mezclado con los inmediatos sonidos hirientes. Después, se oyen los estertores de algo que se parece a los petardos de navidad. Pero antes del tiro final hay un silencio de muerte que no es una metáfora y que suena como una música fúnebre, desgraciadamente fúnebre.

Carrère descubre, con su ojo de cronista cazador, la historia de Nadia, la madre de Lamia, una de las víctimas. Detecta una coincidencia atroz. Nadia es estudiosa de la cultura árabe. En su tesina escribió sobre una revista salafista fundada en El Cairo a principios del siglo XX por el sirio Rachid Rida, uno de los inspiradores de los Hermanos musulmanes. Esta asociación es la que inventó el “islamismo”: la idea de que la aplicación rigurosa de la ley coránica es la solución a los problemas políticos, es el remedio a los conflictos de los países árabes. Dicho de otro modo, la ley del Corán aplicada de forma rigurosa puede llevar al crimen. El islamismo no es otra cosa que el origen del yihadismo. Como si se tratara de personajes de un cuento de Borges, Carrère descubre que el perseguido y el perseguidor tienen un punto en común, solo que en este caso no se trata de una historia ficcional sino de la cruel y horrible situación que vivió la madre de una chica asesinada por azar en una terraza parisina.

El libro también describe el perfil de los tres islamistas que participan del atentado en Bataclan: el rico que muere cuatro días después (Abaaoud), el vasallo fracasado (Albrini) y el ganador que sobrevive (Abdeslam). De Abdeslam cita una idea que da que pensar: “Todo lo que ustedes dicen de nosotros, los yihadistas, es como si leyeran la última página de un libro. Lo que habría que hacer es leer el libro desde el principio”. Es inquietante la frase, pero no por eso desacertada: ¿qué sucede si nos remontamos al pasado en las relaciones entre la religión musulmana y el mundo europeo cristiano?

Pensar que se trata de una lucha del supuesto bien contra el supuesto mal es una apuesta simplificadora y elemental, que no tiene en cuenta los resortes heteróclitos que existen detrás de las meras apariencias. Según Carrère, una de las cuestiones que está de fondo en el origen de los crímenes islamistas (y que yo solo insinúo aquí) es si se trata de un enfrentamiento político o, acaso, principalmente económico, basado en una superioridad europea que se traduce en poderío bélico. Carrère cita a la abogada que habla de los ataques franceses de 2014 en Irak y Siria, bombas que causaron centenares de víctimas civiles. El argumento de la letrada propone una equiparación entre los ataques franceses en Irak y los ataques terroristas en París. La pregunta que sugiere el autor es por qué sería menos atroz matar niños iraquíes con bombas francesas que aniquilar ciudadanos franceses con bombas yihadistas. Este planteo está desarrollado de forma contundente por Michel Onfray en su libro Pensar el Islam. Onfray sostiene que “el innegable retorno de lo religioso ha adoptado en Occidente la forma del islam”. Para el filósofo, decir que el origen del mal son los terroristas es confundir el efecto con la causa: el origen material y simbólico del horror son los primeros ataques franceses en Irak, en 2014.

Encaremos el asunto desde un enfoque o desde otro, se trata de un tema peliagudo. No podemos negar que nos lleva a replantear la cuestión del mal religioso en términos más amplios: ¿no se trata, a fin de cuentas, de Estados y personas que se enfrentan arguyendo tener la razón a priori, antes de que se consideren los rostros y las identidades particulares de los criminales y las víctimas? La pregunta, entonces, es si no existe una relación directa entre el ataque francés a civiles indefensos y los crímenes cometidos en nombre del Islam por un grupo de ciegos terroristas que se creen victoriosos. ¿Por qué habría que perdonar, entonces, a los Estados que matan a los ciudadanos indefensos? En este caso, el mal no es misterioso ni inexplicable. Se trata, más bien, del repetido esquema de poder en el que el más poderoso decide quién mueve las piezas en el tablero de ajedrez del mundo. Si seguimos esta premisa, el lejano origen del mal es más económico y político que religioso.

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En la historia de la humanidad hemos asistido a múltiples formar del horror: masacres, guerras, mutilaciones, ensañamientos, persecuciones. Algunos de esos sucesos han ocurrido en nombre de la religión. La iglesia católica ha prodigado hogueras para eliminar a los descarriados. Los nazis, amparados en las míticas y místicas ideas de un germanismo primigenio, han eliminado a millones de judíos. Los grupos islamistas que perpetraron los atentados del V13 cometieron sus actos en nombre de Alá. Como dice Carrère, ellos están seguros de tener la verdad. Para los terroristas, los ataques no son una forma del mal sino todo lo contrario: buscan llevar el bien del paraíso de Mahoma a los equivocados occidentales que no entienden las bondades de la verdad, que no es otra que la revelación de un libro sagrado. En un sentido, los crímenes del V13 forman parte de la serie de crímenes de la historia y constituyen la última figura del terror, ese que las personas cometemos cegados por una idea que se ubica por encima del respeto al otro o de la tolerancia.

Carrère cita a Simone Weil: “El mal imaginario es romántico, novelesco… el bien imaginario es aburrido…”. A continuación, sostiene el autor: “Se habla demasiado… del misterio del mal. Estar dispuesto a morir para matar, estar dispuesto a morir para salvar, ¿cuál de estos misterios es el más grande?”. Se podría decir que, aunque las acciones de los terroristas contengan un resorte misterioso, el móvil no es baladí ni enigmático: de fondo existe un impulso asociado a una interpretación absolutista de la letra considerada sagrada, el Corán.

Más allá de la dimensión narrativa del libro, V13 vuelve sobre planteos que son de índole filosófica o metafísica, acaso teológica: ¿por qué existe el mal? ¿Qué efectos tiene el mal en la vida de las personas? Para la primera pregunta podríamos ensayar algunas respuestas, pero serían provisorias (¿qué respuesta no lo es?). En cambio, para la segunda (y sin apelar a supuestos metafísicos) tenemos respuestas que tienen relación con lo tangible, lo atroz y lo deleznable. En este marco, la cuestión se relaciona con la interpretación sesgada que hacen las personas de la fuente considerada sagrada: el libro autoriza a eliminar al que no tiene la verdad, como aniquilar a aquellos que no siguen mis creencias.

En este sentido, cobran otras resonancias las palabras del experto arabista Hugo Micheron, citado por Carrère: los islamistas no se consideran víctimas de una guerra entre Occidente y Oriente. Invierten la fórmula: se sienten poseedores de la verdad y matan con un orgullo yihadista, con la certeza del héroe que libra una batalla contra el mal, los kuffar. Para los terroristas, los kuffar son los occidentales engañados que, como los ciegos habitantes de la caverna platónica, no pueden ver la luz que existe fuera de la oscuridad infiel. Según este principio, los equivocados son los franceses iluminados y los terroristas son los defensores de un orden sagrado. Pero en la penumbra de la caverna o en el iluminado patio exterior, ¿quién dice cuál es la fe que tiene la verdad? Es decir, si estamos asentados en el inmóvil y seguro terreno de la creencia ciega, ¿cómo decidimos quién tiene la razón?

© LA GACETA

FABIÁN SOBERÓN

Perfil

Emmanuel Carrère (París, 1957) es autor de 12 novelas y tres ensayos. Desde la publicación de El adversario (1999), todos sus títulos fueron éxitos de venta. Con Limónov, galardonado con el Prix des Prix como la mejor novela francesa, el Premio Renaudot y el Premio de la Lengua Francesa, llegó la consagración internacional. En 2021 recibió el premio Princesa de Asturias.

El primer día

Por Emmanuel Carrère

Cuando se trata de Dios, ¿dónde empieza la locu¬ra? ¿Qué tiene en la cabeza esta gente? Pero el motivo princi¬pal no es ese. El motivo principal es que centenares de seres hu-manos que tienen en común haber vivido la noche del 13 de noviembre de 2015, haber sobrevivido a ella o haber sobre¬vivido a sus seres queridos, van a comparecer ante nosotros y a tomar la palabra. Día tras día vamos a escuchar experien¬cias extremas de muerte y de vida, y pienso que, entre el mo¬mento en que entremos en esta sala de audiencia y el momen¬to en que salgamos, algo habrá cambiado en todos nosotros. No sabemos lo que nos espera, no sabemos lo que ocurrirá. Allá vamos.

*Fragmento de V13.

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