Solo aquellos que hayan vivido la experiencia pueden describirla y valorarla en su cabal dimensión: el hecho de salir a caminar por las calles de alguna distante ciudad del mundo y toparse con una estatua o con un busto de José de San Martín se convierte en una experiencia sobrecogedora, que seguramente llena de orgullo y melancolía al argentino viajero, pero que también puede empujarlo a reflexionar sobre el espacio que les damos a nuestros próceres en la vida cotidiana. Esto ocurre en destinos tan disímiles como Nueva York, Londres, Cartagena de Indias, Viena, Guayaquil, Lima, Montreal y Bruselas. En todas estas metrópolis la figura del militar argentino aparece representada en bronce, como un recordatorio de la relevancia que le cabe en la configuración del mundo que conocemos hoy.
Hoy, los argentinos vivimos un feriado nacional que se convierte en un gran impulsor de los viajes y del turismo. La promoción de los fines de semana largos, a costa de modificar las fechas de los feriados, es una medida que suelen celebrar sectores como el gastronómico, el hotelero y en todos aquellos que están vinculados al turismo. De hecho, este fin de semana en Tucumán prácticamente no hubo plazas disponibles ya que los participantes del Trasmontaña de mountain bike coparon hoteles, hosterías, hostels, departamentos y casas que estaban en alquiler temporal.
No se pone en duda las ventajas de este impacto económico, pero tal vez esta sea una buena oportunidad para mirar más allá del plano que nos impone la realidad e intentar concentrarse en lo simbólico: el jueves pasado, 17 de agosto, cuando se conmemoraba la muerte de San Martín, fue un día hábil como cualquier otro, salvo por los tradicionales actos escolares. Cabe preguntarse qué es más importante: ¿promover los fines de semana largos modificando las fechas de los feriados o sostener con ímpetu el mojón de la memoria que representan las fechas conmemorativas? ¿Vale tener feriados “de primera” (aquellos cuya fecha no se modifica, como el 25 de mayo o el 9 de julio), otros “de segunda” (como el 20 de junio o el 17 de agosto) y otros “de tercera” (como el 20 de febrero, el 23 de agosto y el 24 de septiembre, que recuerdan la batalla de Salta, el éxodo jujeño y la batalla de Tucumán, respectivamente, y que sólo se recuerdan en esas tres provincias)? Quizás el camino correcto sea buscar puntos de contacto entre las diversas posturas. Si los fines de semana largos ayudan a mover un sector importante de la economía, ¿por qué reducirlos a aquellas fechas conmemorativas que caigan indefectiblemente un viernes o un lunes? Pero como también estamos convencidos de que es importante la construcción de la memoria nacional ¿por qué no reforzar aquellas acciones que en el día preciso de la efeméride nos recuerden los valores que se busca promover?
La abnegación, el sacrificio y la humildad de hombres como José de San Martín no deberían diluirse en la maraña del calendario. Mucho más en tiempos de crisis como el que atravesamos.