La punta de un iceberg de acoso y violencia

El beso que Rubiales le dio a una jugadora involucra tanto lo deportivo como lo laboral, y obliga a desafiar la cultura de la posesión y la sumisión.

03 Septiembre 2023

A tres semanas del beso en los labios que Luis Rubiales -presidente de la Real Federación Española de Fútbol- le dio a la jugadora Jennifer Hermoso durante la celebración del título logrado por el equipo peninsular en el Mundial Femenino, lo sucedido sigue viéndose como la punta del iceberg de una problemática de acoso y agresión que enfrentan miles de personas, fundamentalmente mujeres, en todo el mundo.

El hecho fue denostado por funcionarios de gobierno, futbolistas, dirigentes deportivos y gran parte de la sociedad, e hizo fuertemente visible un contexto: no se dio sólo en un ámbito deportivo, sino también en el laboral.

Lo sucedido, en pleno festejo por la histórica conquista, no ha parado de generar consecuencias. En España, la más relevante es un profundo debate político y social sobre consentimiento sexual, sexismo y abuso de poder. En el resto del mundo, repudio, solidaridad y ojos bien abiertos sobre una realidad que asoma latente.

No resulta casual la comparación con la gran ola de denuncias de abuso y acoso que se produjo en Hollywood en 2017, que ayudó a visibilizar la violencia de género. Que las víctimas del productor de cine y ejecutivo estadounidense Harvey Weinstein hayan sido famosas e hicieran público su repudio formó una ola de concientización mundial.

Por estos días están pendientes las “diligencias de investigación” de la Fiscalía de la Audiencia Nacional española, que podría llevar a abrir un proceso contra Rubiales, incluso su inhabilitación. Y hay otras cuestiones que le ponen mucho trasfondo a los hechos. Una de ellas es que Rubiales dice que el beso fue consensuado, algo que Hermoso negó.

También está el “linchamiento político y mediático sin precedentes” que denunció el dirigente, así como la suspensión por 90 días que le impuso la FIFA o la renuncia de 81 jugadoras españolas a su selección mientras el dirigente siga en su puesto.

Lo que aquí debe plantearse es una denostable dinámica de poder que llevó a que este acto ocurra. Se trata de una cuestión tan delicada que nadie puede dejar pasar por alto, en ninguna actividad humana.

Ese abuso de poder se ejerce desde distintos lugares. Y no sólo en casos como el que nos ocupa, entre un hombre de alto rango -que le confiere una sensación de impunidad al interactuar con sus “subordinadas”- y una mujer.

La violencia laboral está tipificada mediante el Convenio 190 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Esta, condena las conductas de acoso y violencia, incluso si no son repetitivas. Argentina está dentro de los países que suscribieron ese convenio.

A lo largo de la historia, queda claro que los hechos de violencia laboral han perdurado en la sociedad en general. Hay mucho por hacer al respecto.

Ante situaciones como la planteada, no se debe desestimar la voz de ninguna de las víctimas, ni tomar lo sucedido como un hecho aislado, ni aceptar argumentos de dispersión que no dejan de ser una táctica para evitar la culpabilidad. Que las víctimas tarden en procesar experiencias de acoso y violencia laboral no disminuye la gravedad de la situación.

En definitiva, es importante desafiar la cultura de la posesión y la sumisión, en el ámbito laboral. También lo es dar respuestas inmediatas. En suma, todo debe tender a generar un entorno de trabajo seguro y respetuoso.

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