Por José Claudio Escribano
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
Sabemos que cuando un avión se estrella una industria cobra vida para estudiar por qué y evitar que algo así vuelva a suceder.
El sistema clásico de partidos políticos que funcionó por décadas se estrelló el 13 de agosto, cuando se realizaron las elecciones internas abiertas. Todavía se contabilizan las pérdidas en el lugar del siniestro, el país entero. Fueron tantas y tan diversas esas pérdidas que hay discusiones razonables sobre cómo anotarlas en el inventario de lo ocurrido. Contra lo que indica la naturaleza, en política a veces se resucita, pero por estas horas se observan algunos cuerpos inertes sobre el área del accidente.
La imagen que nos devuelve un espejo retrovisor no es sino la del desastre de un sistema de partidos cuyos integrantes creían competir como en los campeonatos cerrados, solo para asociados. Ganó, sin embargo, un outsider del club, y de allí la perplejidad generalizada. Peor aún, pero para todos, absolutamente para todos, es la imagen hacia adelante, la que observamos a través del parabrisas.
Miguel Ángel Broda, uno de los más prestigiosos economistas argentinos, que está al margen de la competencia electoral, proyecta para diciembre un déficit cuasi fiscal de tal gravedad que la Argentina, famosa en el mundo por crónicas desventuras económicas y financieras, nunca ha experimentado. El déficit cuasi fiscal es el balance negativo del Banco Central por el pago de intereses que devengan sus deudas, y ya se verá, en todo caso, cómo la inflación podría licuar las deudas en pesos.
Reflexiones de ese tenor introducen pronósticos tormentosos quienquiera asuma el poder el 10 de diciembre. Podría, incluso, decirse que la situación se agravaría aún más si continúan a marcha forzada como hasta ahora las ligerezas del presidente de facto y candidato presidencial, más que ministro de Economía, en la conducción de la cartera. La incertidumbre, decía Julio Olivera, tiene consecuencias más perjudiciales y duraderas que los propios errores de la política económica.
Anoche releía un magnífico ensayo periodístico publicado a fines de julio solo para asegurarme de que la memoria funciona todavía. Se trataba de un análisis impecable, con los elementos de juicio a la vista a esa fecha y con el método interpretativo de toda una vida académica, elaborado para evaluar lo que eventualmente significarían los resultados electorales del domingo 13 de agosto. Pero había allí una omisión que la mayoría de los lectores habrá pasado también por alto, al momento de la lectura: en ninguna línea del texto se mencionaba el nombre de Javier Milei. No existía.
Recuerdo una encuesta realizada meses atrás por especialistas relevantes. Revisaron los datos una y otra vez hasta el cansancio. Las proyecciones conferían a Milei y La Libertad Avanza un potencial electoral casi equivalente al del oficialismo y al de Juntos por el Cambio. Como en un sentido somos todos conservadores, nadie estuvo dispuesto a rendirse ante la estimación premonitoria.
Lo que ocurre una vez
Los cambios nos perturban; lo confirman los psicólogos. Desde el divorcio matrimonial a la mudanza de una casa a otra, o realizar en avión un viaje de placer, figuran entre los factores de mayor estrés en la humanidad. La adrenalina fluye aún con ímpetu superior cuando la alteración del statu quo se produce por sorpresa. Es lo que ocurrió con el triunfo de Milei, por más que entre las tres principales fuerzas no haya habido sino una diferencia de 600.000 sufragios. La cifra ha sido, en principio, cuantitativamente nada, pero el impacto emocional, enorme.
Anota el gran historiador Fernand Braudel que a comienzos del siglo XX colegas franceses, como Paul Mantoux, decían que la labor de la historia es conmemorar el pasado, todo el pasado. Otras cavilaciones les demandaba resolver qué debía retenerse en verdad de ese pasado. Mantoux contestó: “Lo que es particular, lo que no ocurre más que una sola vez; eso es lo esencialmente histórico”.
Desde esa perspectiva, Milei ha sido protagonista de un hecho histórico, que como tal está cerrado y nadie podría modificar. Ha dejado a todos congelados. Habría que remitirse, para encontrar otro hecho de connotaciones asombrosas, aunque de entidad bastante más modesta, a las elecciones internas del Partido Justicialista, en 1988. Fueron las primeras de competencia verdaderamente democrática en una fuerza que llevaba por entonces más de 40 años de existencia: Carlos Menem derrotó a Antonio Cafiero, que disponía a su favor del 80 por ciento de los cuadros partidarios. Había en la traza del candidato riojano un poco de lo que atrae las miradas sobre la figura de Milei, como las patillas descomunales con las que personificaba la estampa de un hombre de otro tiempo: Facundo.
Menem triunfó después -eso fue en mayo de 1989- por sobre Eduardo Angeloz, el candidato de la Unión Cívica Radical. Nada garantiza todavía que Milei resulte el más votado en la primera vuelta de los comicios presidenciales del próximo 22 de octubre, y menos aún, que se imponga sin necesidad de afrontar un ballottage el 19 de noviembre con quien salga segundo en la ronda de apertura. Con todo, sería una necedad negar que la potencialidad política de La Libertad Avanza es más fuerte hoy que en la noche del 13 de agosto.
El dinero ha perdido importancia en relación con otras campañas. Lo sabe en carne propia Horacio Rodríguez Larreta, que financió su proselitismo tanto como Massa, y ha de estar preguntándose con qué efectividad lo hizo.
El circo de P. T. Barnum
El exitismo ennovia con los triunfadores y la derrota es, según las expectativas que hubiera abiertas, el mazazo que aturde sentidos y consume tiempo valioso, tanto en la recuperación de ánimos alicaídos como en la corrección de tácticas y papel de los elencos. Ahora bien: ¿es este Milei igual al Milei que desde 2018, e incluso antes, interesaba a conductores de programas de televisión con parecido desparpajo al que había cimentado la celebridad de P. T. Barnum, en aquellos espectáculos de leyenda circense del siglo XIX, en los Estados Unidos?
Barnum contrataba, no por caridad, desde luego, en su avidez sin resuello por el dinero, a gente tan peculiar como la mujer barbuda; a Chiang y Eng, los hermanos siameses que aun así lograron la incómoda proeza de procrear una decena de hijos, o a un notorio bufón, como el enano Tom Thumb. Barnum lo hacía por las razones que en los circos entonan la actividad de taquillas ávidas por vender entradas y en la televisión o en las radios asegura la indulgencia de los indicadores de rating, de los que dependen los avisos comerciales y la pervivencia de las programaciones.
Cinco años atrás, Milei era un don nadie en la política nacional y, sin embargo, suscitaba un interés notable en los medios en que el periodismo constituye una de las formas posibles del espectáculo. Fenómeno que se alimenta de la curiosidad pública, algo bien distinto del interés público, según señala alguna doctrina jurídica. El Papa lo ha bautizado con una rara palabra que fue a buscar a lo más recóndito del diccionario: coprofilia.
¿Cómo no iba a interesar, a los efectos del rating, un personaje dispuesto a desmandarse en descontroles emotivos, en iras y gritos, a tomar al Banco Central por una piñata a la que conviene hacer añicos, o pintar a Bergoglio en colores tan inusuales como atrevidos en dos mil años de cristiandad, y que hablaba de libertad hasta para portar armas? ¿No era una demasía fascinante, ante la sociedad saturada por otras demasías, calificar al Estado de organización criminal? Milei conformó, desde su primera aparición, un personaje dispuesto a decir lo que otros no decían y, sobre todo, a decirlo en el estilo único que define su identidad.
En 2018, según mediciones de la consultora Ejes de Comunicación, Milei, más conocido en la década pasada como ex arquero de las divisiones inferiores funebreras de Chacarita Juniors que como economista relevante, fue entrevistado 235 veces por la televisión y radios argentinas. Un logro fenomenal: más de una vez por cada dos días.
Presencia constante
Su imagen y voz ocuparon así 193.547 segundos en pantallas y micrófonos. Casi cuatro veces más que Carlos Melconian, que será ministro de Economía en la hipótesis de que Patricia Bullrich obtenga la presidencia, y a quien no se le pueden desconocer dotes histriónicas. Daniel Artana, 46.203, y Juan Carlos de Pablo, otro economista de probada eficiencia escénica, 64.922 segundos.
En 2018 habían pasado dos años de la primera entrevista de que haya memoria de Milei en televisión. Fue el 7 de julio de 2016, en un programa de Animales sueltos, con Alejandro Fantino. Las mismas gentes que se preguntan por el desalmado creativo que corta y tiñe el pelo a los astros del fútbol mundial se habrán preguntado esa noche por quién se encargaba de peinar al economista que apostaba en favor de Federico Sturzenegger, presidente del Banco Central, en un duelo no oficialmente declarado, pero perceptible, con el ministro de Hacienda y Finanzas Públicas, Alfonso Prat-Gay.
La televisión y la radio volvieron a privilegiar a Milei en 2022. Datos comparativos indican que disfrutó de 311.971 segundos y, por comparación, Bullrich de 218.558 segundos para difundir sus propuestas. Ha sido por igual en lo que va de 2023 el principal beneficiario de esos medios: 176.295 segundos contra 166.835 de Bullrich.
Espíritu de una época
Al examinar con Mariano Primo, el lúcido ejecutivo de 30 años de Ejes de la Comunicación, concluimos que la consolidación en tiempo fulminante de la imagen pública de Milei es consecuencia, entre otras razones, de haber invertido las tácticas empleadas en muchos años por las restantes fuerzas políticas. No es que Milei haya olvidado el lugar que las redes sociales ocupan por la revolución de las comunicaciones que lo transformó todo desde fines del siglo XX, sino que estuvo dispuesto a trastocar como nadie el orden del producto.
Habiendo aceptado ser hijo de la televisión y de la radio, se encargó de viralizar lo que había dicho por los medios tradicionales, diarios incluidos, segmentar lo más relevante y titularlo de manera atractiva para su consumo ulterior por las redes. O sea, prescindió de lo que han hecho otros: crear mensajes para las redes, muchas veces fríos, distantes y a veces inverosímiles, de modo que después del consumo por las plataformas digitales accedan, como producto recocido, a los medios tradicionales de comunicación.
Milei ha sido quien con más énfasis, más osadas confrontaciones y más riesgos asumidos ha captado, aparte de Patricia Bullrich, el espíritu de una época en demanda de reformas radicales. Ha reivindicado en esa faena el valor comunicativo de los medios tradicionales. Con su aura de rockstar ha comprendido el Zéitgeíst de la hora sin que sepamos cómo haría posible la gobernabilidad de un país fuera de quicio, desprovisto de tropa propia suficiente en el Congreso y las provincias, a menos que aparte de los militantes peronistas colgados de sus listas, trance con fracciones del actual oficialismo y, sobre todo, con Mauricio Macri y sus epígonos. Claro que a costa de una fractura inevitable en Juntos por el Cambio: divisiones en Pro y fuga del radicalismo hacia la oposición.
La forma en que Milei y sus voceros han morigerado posiciones en algunos de los temas más urticantes de su discurso después del 13 de agosto ha abierto interrogantes sobre la estabilidad de sus convicciones. Nada, en cambio, ha objetado del acto de la candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel, en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires a fin de honrar a las víctimas del terrorismo de los años setenta.
Fue, como bien dijo Ricardo López Murphy, un mal día para Juntos por el Cambio, pues la coalición se lavó las manos en el cruce por momentos violento entre los libertarios y la izquierda desenfrenada que echó hasta nafta sobre el cuerpo de Lilia Lemoine, candidata a diputada de LLA, en lugar de defender la libertad de todos a honrar sus propios muertos. Ese acto ha sido una señal inequívoca de que, más allá de las extravagancias de Milei, hay en La Libertad Avanza una línea doctrinaria que no teme entrar en cuestiones que “la casta” ha sido renuente a abordar.
Llama la atención que haya debido esperarse la emergencia de una fuerza como la que lidera Milei para que se hable de forma clara y honrada de asuntos que la intelectualidad y la política han rehuido sin otro objetivo conjeturable que evitar la extorsión permanente de quienes han llevado veinte años apoderándose sin contradictores mayores de los derechos humanos. La novedad es que a esa narrativa se opone ahora otra narrativa, dispuesta a proclamar, como se decía en tiempos de Alfonsín, que hubo efectivamente dos demonios en la colisión entre las bandas terroristas y la represión del Estado, bien que el último, si cabe, fue más demonio que el otro, pues se descuenta que a él se ha confiado la protección de la vida y los bienes de todos en función de la aplicación estricta de la ley. Es esa, además, la principal razón de ser del Estado.
No se puede hablar de una caricatura que Milei haga de sí mismo con el propósito de lograr por procedimientos estrafalarios la repercusión más eficaz de su persona y propósitos. Todo indica que es como es. Lo objetiva ese grito que instintivamente emite como fiera acorralada cuando alguien toma en gesto amistoso uno de sus brazos.
Con tan curiosas facetas ha penetrado en vastos sectores de la opinión pública, sin distinción de edades ni condición social, confiadas en la autenticidad de sus dicterios contra la política, contra los abusos del Estado y de las corporaciones, contra una realidad que imposibilita a los jóvenes comprar o alquilar viviendas, contra quienes violentan nuestra seguridad física o impiden nuestro libre tránsito por calles, avenidas y rutas, o pretenden cercenar la soberanía nacional sobre extensiones del territorio argentino. Contra todo eso que ha llevado al hartazgo de una sociedad Milei ha sido alentado por sus seguidores a continuar la marcha hasta llegar al poder, mientras Patricia Bullrich ha sido demorada por parte de aliados preocupados por preservar reglas del statu quo maldecido por la sociedad.
Reminiscencias
Milei habla en nombre de un anarquismo libertario que recuerda las posiciones doctrinarias de algunos colaboradores del diario La Prensa, en términos históricos el más liberal de la prensa argentina, después de haber sido devuelto por el gobierno de Aramburu a sus legítimos propietarios. Eran liberales sin fisuras después de haber sido anarquistas.
El de mayor enjundia intelectual entre ellos fue Diego Abad de Santillán, seudónimo de Sinesio Baudilio Garçía Fernández, antiguo admirador de Bakunin y autor de una copiosa historia de la Argentina. Volvió al país, en el que había habitado en la niñez y temprana adolescencia, al cabo de la Guerra Civil Española, años en que fue consejero económico, por la Federación Anarquista Ibérica, en el gobierno de la Generalitat catalana. Julio Sanguinetti, que siempre acierta, se ha equivocado al decir que el liberalismo extremo de LLA es más bien una modalidad del conservadurismo, en lugar de una vieja y renovada versión libertaria. Emilio Hardoy y cualquier conservador ortodoxo del Reino Unido habrían contestado que el conservadurismo no reivindica para sí ninguna ideología, sino la plasticidad propia de hombres eminentemente prácticos, con sentido de las circunstancias en que actúan.
Nada es enteramente nuevo en las viñas del Señor.
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