Por Raúl Courel
Para LA GACETA - BUENOS AIRES
Trascendió que en algunos círculos epidemiológicos se estuvo discutiendo si el uso del sufijo “ismo” designa enfermedades tanto cuando se dice paludismo, botulismo, reumatismo o astigmatismo como cuando se dice liberalismo, populismo, estatismo, gorilismo, machismo, feminismo, peronismo, anti-peronismo, comunismo, anticomunismo, lacanismo, freudismo, trumpismo, macrismo o kirchnerismo.
Algunos especialistas sostenían que en estos casos se trata de enfermedades no sólo dañinas para la salud sino altamente contagiosas, dando lugar a epidemias e, incluso, a pandemias. Otros no acompañaban la idea, esgrimían argumentos de patología y epistemología y agregaban que, aun si se tratara de enfermedades, poco o nada podría hacerse porque es muy difícil que los contagiados acepten que están enfermos. El revuelo generado hizo que la cuestión llegara a la OMS, que organizó un simposio internacional interdisciplinario sobre la espinosa cuestión, llevado a cabo en la ciudad de Drama, en el noreste de Grecia.
Durante tres días de intensos debates, epidemiólogos, médicos, psicólogos, sociólogos, antropólogos y catedráticos de otras disciplinas se dedicaron primero a elaborar un listado de enfermedades con nombres terminados en “ismo” que pueden convertirse en epidemias y eventualmente en pandemias. Tras un comienzo empeñoso y tranquilo, el propósito encalló en la dificultad para agrupar en una misma categoría la diversidad de cuadros. Surgieron desacuerdos ya en el intento de escribirlos poniendo entre ellos sólo comas y no puntos y aparte. De allí no se pasaba, de modo que, para que todo aquello no concluyera de entrada en una frustración, se optó por cambiar el foco de atención.
Buscando un factor común
Siguiendo un criterio minimalista y pragmático, los expertos acordaron empezar por la otra punta: buscando, o inventando, un elemento, un factor, un ingrediente, que pudiera ser común al conjunto de terapéuticas destinadas a curar, o al menos a contrarrestar, la difusión de cualquiera de las distintas entidades nosográficas. Un lingüista, considerando que contribuiría al éxito de los tratamientos posibles o simplemente imaginables, propuso sustituir el sufijo “ismo” en cada expresión de la enfermedad por “istmo”. Argüía que el diccionario define “istmo” como “la franja estrecha de tierra que une, a través del mar, dos áreas mayores de tierra, en general con orillas a ambos lados”, ofreciendo una feliz metáfora de la función que debería cumplir toda terapéutica: suturar las fístulas (metáfora de los trastornos) que produce cada dolencia o infección. De este modo, por más disparatado que parezca, proponía reemplazar los nombres de las afecciones con términos como “gorilistmo”, “peronistmo”, “comunistmo”, “nazistmo”, “chauvinistmo”, “lacanistmo” and so on.
La tarea de pergeñar una nueva y extensa familia de neologismos estuvo en estudio durante algunas horas, hasta que se produjo una batahola de proporciones cuando alguien empezó a especular sobre los modos de aplicación de una posible vacuna. El foco de la discordia fue si debía o no autorizarse a enfermos de uno de los males a vacunar a los de otros. Unos sostenían enardecidos que ningún enfermo de gorilistmo debía ser vacunado por un enfermo de peronistmo o de comunistmo, otros decían que ningún enfermo de freudistmo, debía ser vacunado por un enfermo de lacanistmo. Ningún enfermo de machistmo, vociferaban algunos, debía ser vacunado por uno de feministmo, mientras otros proponían de maneras no menos inflamadas todo lo contrario. Más pronto que tarde, dando inesperadamente una prueba irrefutable de que la enfermedad de los “ismos” (o de los “istmos”, como se quiera) existe realmente y que merece reconocimiento, el vasto conjunto de participantes del simposio fue atacado virulentamente por ella. Todos contrajeron la infección dando lugar a una colosal batahola.
El clima de trifulca tuvo una tensa y brevísima tregua para el homenaje consensuado, aunque por muchos de mala gana, que se hizo a Lenin por su reconocimiento del carácter patológico del izquierdismo. El ruso consideraba adecuado calificar al izquierdismo de enfermedad llamándolo “enfermedad infantil”, pero en aires tan enrarecidos como los de este simposio, la afección no daba respiro y hasta quienes tenían buena disposición para escuchar argumentos opuestos acababan perdiendo la paciencia.
Debido a que los más encomiables propósitos nosográficos y terapéuticos encallaban en pasiones demasiado encontradas y en contradicciones que parecían insalvables, sólo unos pocos optaron por asistir a la cena de cierre del evento. No es seguro si esto fue por mera gula, porque no tenían otra cosa que hacer o porque todavía abrigaban alguna esperanza en que algún “istmo” fuera transitado de otro modo.
© LA GACETA
Raúl Courel - Psicoanalista tucumano, ex decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.