La autora de estas “memorias de una plebeya neoyorquina”, parafraseando a la famosa princesa rusa, fue una activa integrante de los dos movimientos contraculturales más importantes de la segunda mitad del siglo XX de EE.UU: el movimiento beatnik, que en los 50 tuvo a la ciudad de Nueva York como escenario y el hippie, de fines de los 60, cuyo epicentro fue la ciudad de San Francisco.
Hija de una numerosa familia de italianos, rápidamente abandonó la casa familiar y el campus universitario para asistir a los comienzos de una movida que hizo de la liberación sexual una de sus principales banderas, que desplazó a los bares regenteados por la mafia italiana en favor de cafés, ateliers y librerías, y cuyas viejas casas de inquilinato se transformaron en pequeños departamentos para estudiantes de arte sin recursos.
Desde esa base de operaciones, leyó a los primeros poetas de la generación Beat y descubrió en los “Aullidos” de Allen Ginsberg el anuncio de una nueva estética para una nueva era, en la que inscribió su producción poética con un primer libro de poemas, Los pájaros de esta especie vuelan hacia atrás, prologado por Lawrence Ferlinghetti.
En esta nueva cartografía del East Side de Manhattan, esta poeta, escritora y editora, modelo de fotografía erótica, madre soltera, activista y mujer empoderada avant la lettre, escribió en 1969 sus memorias que hoy se reeditan en España, cuya traducción, felizmente, fue adaptada en nuestro país.
Además de las estrategias para alimentarse cuando no se tiene dinero y para conseguir baños limpios, describe los lugares donde por esos años se podía escuchar a las mejores bandas de jazz moderno, demostrando tener un oído muy refinado, mientras relata, con todo detalle, incontables escenas de sexo que la tuvieron como protagonista, abanderada del amor libre y la poligamia, lo que medio siglo después, y bajo la etiqueta del poliamor, pretende aparecer como una novedad. Con una banda de amigos integrada por pintores expresionistas, bailarines, escritores, adictos, borrachos, prostitutos y marginales, compartía departamentos inhabitables e interminables paseos por los museos y las bibliotecas municipales donde se nutrió de un sólido capital cultural.
Los años en una comunidad hippie en San Francisco la llevaron a escribir por dinero los recuerdos de esos años locos, mientras su editor francés le pedía escenas cada vez más encendidas, lo que terminó convirtiéndose en este entretenidísimo relato para voyeurs.
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