“Un hombre brillante, seductor, un experto en el cortejo, guapo, un morochón tucumano y además un hombre con un bagaje intelectual muy potente. Eso evidentemente lo hacía perturbador para hombres y mujeres. Los hombres un poco de envidia tal vez porque les seducía a sus mujeres y las mujeres… era un profesional de la seducción, un mujeriego bestial, un Casanova empedernido y un hombre que conquistó a todas las mujeres de su tiempo”, introduce en la charla con LA GACETA Literaria Florencia Canale, al momento de referir los motivos de la elección de Bernardo de Monteagudo como protagonista de El Diablo (Planeta), su flamante libro.
Abogado, escritor, periodista y revolucionario, era un viejo conocido para la autora ya que aparece Pasión y traición (2011), novela en la que aparece convertido en amante de Remedios de Escalada. “En ese momento, yo me prometí en silencio, que volvería a su figura, que volvería a ese hombre. Ahí yo conocí un poco superficialmente quién era pero, a medida que fui leyendo e investigando, fui quedando atrapada en su halo. Un tipo con un origen humilde, hijo de una mulata, que puede sobreponerse a eso, que era un obstáculo letal en aquel entonces, para integrar las huestes revolucionarias anticipadamente porque él participa de la revolución de Chuquisaca en 1809, un año antes de la nuestra. Para nosotros la importante es la de 1810, la nuestra, sin embargo la importante es la primera, la que marca el paso. Y no es poco que él hubiera podido sobreponerse a todos estos impedimentos fatales, que hubiera podido salir airoso y que se hubiera convertido con el tiempo en auditor de guerra de Juan José Castelli, de Bernardo de O’Higgins, de Simón de Bolívar, que hubiera sido editor de la Gazeta de Buenos Ayres o que hubiera sido ministro de relaciones exteriores y ministro de guerra de José de San Martín en el protectorado del Perú”.
- En todas tus novelas, de manera paralela a la trama, hay un desarrollo muy preciso del contexto político e histórico.
- Me parece que es el rasgo fundamental de mi escritura. Yo me interno en el momento histórico del que estoy hablando y a pesar de hablar de Bernardo de Monteagudo o de tal y tal, uno hace un viaje a aquellos años. Escribo de Bernardo de Monteagudo, un digno hijo de su tiempo. Un hombre que se nutre de estas ideas revolucionarias, que habían empezado unos años antes en Francia en el siglo XVIII con la revolución francesa y con los intelectuales de su tiempo. No me interesa solamente contar que tuvo a tal o tal de amante sino entender cómo era ese hombre o cómo eran esos hombres dominados por tanta muerte alrededor, con esa pulsión de vida que seguramente tenía que ver en este caso con una pasión desenfrenada. Había que pelearle a la muerte de alguna manera. Hasta que pierde tan joven, a los treinta pocos años, cuando muere asesinado en una calle de Lima, una medianoche. Uno puede pensar que tal vez la buscaba.
- En todos estos personajes, en todos estos protagonistas, hay un rasgo en común que es la desmesura.
- Eso es lo que a mí me habla a los gritos. No me interesa otra cosa que la desmesura. Me parece en general que yo he escrito y escribo sobre la pasión y la desmesura. No estoy hablando de lo amoroso. Estoy hablando de esta gente para la que la vida era un camino de ida, a matar o morir. En este caso es Bernardo de Monteagudo; en mi novela pasada, Bastarda, fue Manuela Sáenz. No concebían otra forma de vida. Pienso en San Martín, un hombre relacionado con Bernardo de Monteagudo en muchos sentidos, un hombre sí más moderado, mesurado, que en un momento decide retirarse; “hasta acá llegó lo mío”, hablo de Guayaquil. A Monteagudo no se le ocurría pensar así. Y retirado San Martín, va en búsqueda de Bolívar con este deseo, que era una suerte de tsunami que lo tenía enloquecido, hasta llegar a la crueldad y a lo sanguinario.
- Un concepto interesante en Monteagudo es el de la libertad, aquello de “que ninguno es libre si es injusto”.
- Era un seguidor a ultranza de Rousseau y pareciera que su vida es una cita constante de Rousseau. Y esto además era un concepto que se discutía en aquel entonces: cómo era ser libre, qué era ser libre. Pienso qué interesante haber sido mosca y estar presente en aquellas discusiones de estos tipos, de Castelli, Monteagudo, San Martín, Moreno, O’Higgins o Bolívar cuando discutían en honor a qué se enarbolaba la libertad. Algunos un poco más conservadores, otros más desatados, algunos más estrategas, otros más imprudentes, pero siempre este era el concepto que se discutía, que venía de la mano de Francia con la revolución francesa. Pienso en el presente y la confusión acerca de la libertad, el qué es ser libre. Por eso recomiendo leer a estos muchachos.
- Hablabas de 1809, de Chuquisaca, y pienso en la Proclama de la Junta Tuitiva de La Paz redactada por Monteagudo y la frase: “Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez”.
- A mí me sigue conmoviendo Monteagudo. Esta puesta en acto y este recordatorio constante sobre esta complicidad del pasado cuando hablaba de que casi hemos sido cómplices, pero ya es hora de romper cadenas y romperlas a cualquier precio, porque para él el enemigo acérrimo, el enemigo a matar era el español. Por supuesto que también se lo discute a él por el hecho de ser monárquico -San Martín también lo era-, pienso en Belgrano también. Eran discusiones que se daban y pensemos el momento. Fernando VII y la ida y la vuelta, Napoleón. Eran tiempos muy turbulentos y había matices y era plausible de expresar y de discutir acaloradamente. Pienso en Monteagudo como un hombre incendiado. Había discusiones, pero estaban todos intentando armar países, armar naciones. Lo que rescato de estos tipos y de Bernardo de Monteagudo es una pulsión constructiva. Eran hombres que querían armar, construir, forjar. El afán no era el desmoronamiento o la destrucción.
- Si algo tiene El Diablo es que el clima revolucionario va in crescendo a lo largo de la novela.
- Intento que uno a la hora de la lectura se sienta casi parte de ese estadio, de esa efervescencia, de esa adrenalina. Empezaba a gestarse un descontento con la autoridad y empezaban incluso a cuestionarse hasta las armas revelándose contra el status quo. Empieza en Chuquisaca en 1809 y se contagia al resto como una especie de efecto dominó y tienen que pasar bastantes años para terminar con la batalla final y con las declaraciones de las independencias de los distintos países del continente. Eran tipos muy iluminados. La figura de Monteagudo, hombre prohibido por el asunto con las mujeres y héroe imposible, ha sido siempre opaca. A mí me gustó quitar ese velo para que todos podamos pensar un poco lo que era este hombre que pudo haber sido víctima de tantos obstáculos y acosos, y que jamás se victimizó. No se quedó agazapado esperando que pasara el temblor… él era el temblor.
- En la novela queda flotando la seducción hacia Remedios de Escalada, primero como aliado de Alvear para obtener información de San Martín, y después valiéndose de la soledad de la joven.
- Notable el destino. Él se acerca a Remedios para acompañarla en un momento de soledad y abandono y para averiguar alguna cosilla que podía traer desde Mendoza y la cosa terminó siendo pura pasión. A mí algunos me han discutido cómo me atrevía yo a deshonrar a la figura del general y a humillar la figura de Remedios y además enfocar al villano de todos los villanos, Monteagudo, que traiciona a su jefe. No quiero pensar a Monteagudo solamente como un colaborador desleal mefistofélico. Esto fue al principio cuando ambos eran enemigos íntimos, contrincantes de facción en la Logia Lautaro. Para Remedios fue una pasión pero el amor de su vida fue San Martín y después, cuando Monteagudo asume funciones ministeriales, él ya respeta enormemente a San Martin. Monteagudo era un tipo difícil de asir, difícil de encasillar. Era una brasa caliente. Será que me engatusó a mí también, pero no quiero pensar que se hacía el amigo, queriendo hacer trapisondas contra el protector del Perú.
PERFIL
Florencia Canale nació en Mar del Plata. Estudió Letras en la UBA y trabajó como periodista en Noticias, Gente, Veintitrés e Infobae, entre otros medios. Pasión y traición, su primera novela publicada en 2011, se transformó en bestseller, con más de diez ediciones. Autora de otros nueve éxitos editoriales, Canale se ha convertido en una referente de la novela histórica.
Por Flavio Mogetta - Para LA GACETA - Buenos Aires