A principios de mes estaba convencido de que el apoyo permanente de Mauricio Macri a Javier Milei le molestaba a Patricia Bullrich. Aún más, en el último debate, la candidata de Juntos por el Cambio dijo que para ella las ideas del candidato presidencial libertario eran peligrosas. Evidentemente me equivoqué. En Patricia pudo más su idea de no quedar frustrada y, para ello, intentar ser la heroína que ayudó a vencer a Sergio Massa, que darse cuenta de la contradicción entre sus palabras y los hechos.
En el caso de Milei su éxito residía en echarle la culpa de todos los males a la “casta”. Además, proponía hacer un cambio económico radical que golpearía sobre los bolsillos de la política, pero nunca a la de los ciudadanos de a pie. En ese proceso inscribió la dolarización y la desaparición del Banco Central.
Luego del abrazo del León y el Pato -cosa que suele terminar mal porque, como sabemos el león, siempre se come al más indefenso-, hubo más confusión que claridad. Parece que ni Patricia fue montonera ni Milei tenía ideas peligrosas. No es casual entonces la decepción de muchos que apostaron por separado por ambos candidatos. Esa decepción no es solo dirigencial (quizás lo menos importante), sino también de segmentos de votantes de ambos lados.
Siempre dijimos que ganar o perder una segunda vuelta comienza a definirse en la noche de la primer vuelta. Podemos graficarlo perfectamente con lo sucedido en el debate de 2015: Mauricio Macri/Daniel Scioli. Pero no es un caso argentino; es mundial.
En su afán por conquistar al electorado del Pro, Milei trazó el eje kirchnerismo/ antikirchnerismo, acoplándose al lema de Patricia Bullrich. Sin embargo, de esa situación volvió dos días después, para tratar de instalar el eje Cambio o Continuidad. Pero también la noche del domingo, Milei dijo “unámonos los liberales para derrotar a Massa”. Y eso es lo que en verdad está planteando Milei, con la idea de “vamos por el Cambio Liberal”. Pero hay un problema, el 30% de votos que obtuvo muestra que él, como opción de cambio, está estancado y que Juntos por el Cambio, en lugar de ganar votos, los perdió. Parece que se trata de armar un rejunte con el fin de apuntalar a Milei, ya que ellos mismos dicen que no se trata de una coalición de gobierno, y que tampoco hay acuerdos programáticos definidos más allá de grandes líneas. Ni siquiera un acuerdo sobre el principal caballito de batalla del libertario, la dolarización.
Hace poco recordamos que Macri en 2015 fue Presidente gracias a Gustavo Sanz y a la convención de la UCR. Hoy no solo el partido de Alem e Yrigoyen le dicen no a Milei, sino que desde el PRO, Horacio Rodríguez Larreta y otros dirigentes del mismo origen piensan que el libertario es como un salto al vacío y que es alguien que está en los bordes de la democracia. ¿Qué cambio puede plantear alguien que pasó de decir que el problema argentino era la casta de los k y de Juntos por el Cargo, a que el problema es solo la casta K? Es claro que Juntos por el Cambio no existe más y que lo que comenzaron gobernadores, legisladores y dirigentes de esa fuerza política es definir, por un lado, cómo seguir juntos y, por el otro, cómo acordar u oponerse a las leyes que proponga el próximo oficialismo de turno. Ante esto Massa plantea también la necesidad de un Cambio, pero de un cambio que suponga un Estado Activo que promueva el desarrollo económico, la industria y el trabajo. Para ello, hay que terminar con la grieta de kirchnerismo versus antikirchnerismo y construir un gobierno de unidad nacional con los mejores independiente de su origen.
Este discurso convenció al 37% del electorado, pero para que crezca esta idea es necesario convencer a los asustados por Milei, ya que él les plantea un país diferente que incluya a todos. Si quiere alcanzar el objetivo, como mínimo, debe mantener su fortaleza en el conurbano bonaerense, crecer en el interior del país y sobre todo entre los pobres. Pero, además, Massa tendrá que lograr que su discurso llegue a los segmentos medio bajos en donde Milei le da batalla. Pero esta batalla electoral no será solo sobre dos modelos de cambio, sino sobre el nivel de confiabilidad y estabilidad psicológica que se perciba en los candidatos.