Jaldo, el verticalista

Con el tranqueño en el poder, en el peronismo puede retornar el tradicional estilo de conducción política: unipersonal..

No es una fórmula de gestión, más bien es una costumbre arraigada que se aplica en tiempos de crisis económica y social: la de rodearse de colaboradores de alto perfil político antes que de técnicos. Es que frente a las necesidades de coyuntura se supone que los primeros reaccionan con respuestas políticas de calculada mayor sensibilidad social que los segundos, a los que la impronta de supuestas personas frías y calculadoras los inhabilitaría para atender las urgencias sociales que plantea la crisis. Ajustar sin pensar en los efectos políticos negativos no es aconsejable e implica una pecaminosa ingenuidad entre los que deben ejercer funciones de conducción, especialmente desde los poderes ejecutivos, cuando la realidad adquiere ribetes dramáticos, como en la actualidad.

Porque resulta tremendamente complicado mantener un equilibrio entre las respuestas que se deben brindar a las demandas sociales que afloran por doquier en tiempos de crisis y, a la vez, evitar que la gestión se debilite por malas decisiones o por una parálisis en la administración del Estado. La inestabilidad manda, por lo que la hora exige de gestores con rasgos de equilibristas, virtudes que, popularmente, se considera que se encuentran más desarrolladas en los políticos de raza, experimentados y de cuero curtido que en aquellos de perfil técnico.

Si se observan los nombres de la mayoría de los colaboradores que eligió Osvaldo Jaldo, se observa que hay cierta preeminencia de políticos, señal inequívoca de que el tranqueño vislumbra un panorama sombrío en materia económica y social para su gobierno y de que intentará sortear lo que se le viene explotando las habilidades de estos funcionarios. Sin embargo, hay aspectos colaterales a tener en cuenta en la selección que hizo el desde hoy nuevo gobernador de Tucumán. Se trata de dos decisiones de contenido político, institucional y partidario, cuya ejecución deberá desarrollar mientras sus colaboradores hacen malabares para atender las urgencias económicas y sociales (pobreza e inseguridad). La primera es impedir que surja y se fortalezca una opción de poder interno en el oficialismo que complique sus intereses políticos y, por ende, su gestión.

En ese sentido, buscará convertir al manzurismo en una expresión con más pasado que presente. No lo querrá revoloteando alrededor suyo, amenazando con horadar su poder. El Senado es un buen destino para Manzur, y cuanto más lejos mejor para el próximo titular del Poder Ejecutivo. Recordemos que ni Alperovich, tras ocupar una banca en la Cámara Alta, pudo regresar con éxito a reinstalarse políticamente en la provincia.

Con Jaldo cabe esperarse que el peronismo vuelva a abrevar en sus fuentes naturales en materia de concepción de cómo debe ejercerse la conducción política del espacio: unipersonal y verticalista, como en los tiempos prealpervichistas. Nada de trípodes de poder ni de conducciones bicéfalas: sólo poder concentrado en una única persona. Es decir, sobrevendrá la imposición del jaldismo como única expresión interna en el PJ, sin socios con quienes compartir el poder, sólo con compañeros de ruta. Sin embargo, es difícil pensar que vaya a destratar a Manzur o a intentar borrarlo del escenario político local; lo que sí, seguro, no va a compartir el poder. Eso, lo sabe, debilita.

Desde hoy, cuando formalmente Manzur le ponga los atributos del mando -bastón y banda-, Jaldo ya no compartirá el poder como accionista en una sociedad de a dos. Es lo que vale esperar que ocurra, especialmente a partir de lo que repite desde hace tiempo: que se vino preparando para ser gobernador de la Provincia. Gobernar y compartir el poder no puedan ir de la mano, máxime en dirigentes como el tranqueño, con una extensa carrera política: fue intendente, legislador, diputado nacional, ministro de Economía y ministro del Interior, y vicegobernador. Y hoy coronó su máxima aspiración como político. No querrá que nada ni nadie le arruine su gestión.

Sólo le restaría convertirse en presidente del PJ provincial, lo que puede ocurrir en febrero o marzo del año próximo, cuando deban renovarse los cuerpos partidarios del justicialismo. Hoy es vicepresidente y, según quedó reflejado en la áspera interna entre manzuristas y jaldistas, el manzurismo retiene 11 consejeros y el jaldismo nueve en el órgano ejecutivo del PJ. Habrá que prestar atención a ese proceso interno que sobrevendrá entre los compañeros porque, en materia de conducción, Jaldo no querrá que el partido quede fuera de su órbita de influencia. ¡Qué clase de conductor peronista sería!

Además, la presidencia del PJ tucumano le abre la puerta a la conducción nacional del justicialismo, donde hoy una de las vicepresidencias está en manos de Manzur, justamente a quien Jaldo querrá acotar a una mínima expresión de maniobra. Si Massa consigue la presidencia de la Nación sobrevendrán reacomodamientos en el esquema de distribución de poder interno en Unión por la Patria, donde el PJ es el eje de la coalición gobernante. En ese posible nuevo marco institucional y político es improbable que Alberto Fernandez siga ejerciendo la presidencia del justicialismo. Es decir, si Massa repite el milagro del domingo pasado, la realidad obligará a rediseñar el tablero de influencias nacionales en el peronismo.

Se le puede abrir la puerta a la mesa política chica del poder. Pero, para jugar en esa liga mayor, Jaldo debería cumplir con una misión política y electoral clave en su condición de nuevo gobernador de Tucumán: sacar el 19 de noviembre más de los 472.000 sufragios que el Gobierno, bajo la conducción de Manzur, le aportó hace siete días a la fórmula Massa-Rossi. Difícil, complicado y cuesta arriba en medio de los ajustes y la merma de recursos.

En función de las consideraciones respecto de la puja por el poder propio, ¿cómo jugará en esa elección de noviembre el manzurismo? Muchos intereses se entrecruzan y chocan, porque lo que se juega en el fondo es la supervivencia política. Y, como suele repetirse -hasta el cansancio-, el peronismo aprovecha toda elección para resolver sus diferencias internas; lo que sucede siempre bajo la concurrencia de dos conceptos tradicionales: lealtades y traiciones. El diálogo y los acuerdos del tranqueño con el PJS de Germán Alfaro se inscriben en este marco, lo que cobra más relevancia a partir del quiebre de Juntos por el Cambio.

Hoy Massa verá cómo Manzur le cede su lugar a Jaldo, será testigo de cómo el médico sanitarista vuelve al llano, por lo menos por algunos días hasta que se instale en el Senado en lugar de Pablo Yedlin. El tigrense, seguramente, no querrá que la disputa subterránea en el peronismo provincial afecte sus posibilidades electorales; que después del 19 hagan lo que quieran. Mientras tanto, capaz que los abrace en el escenario del teatro San Martín para dejar una postal de unidad que a él le sería muy conveniente.

Arriba se mencionó que detrás de las designaciones de Jaldo había dos cuestiones colaterales a considerar, una referida a esta disputa de poder interno y otra vinculada a la composición del equipo de colaboradores. Una primera impresión es que conformó un plantel para enfrentar un partido duro, crítico y de coyuntura, para ver de qué están hechos sus funcionarios, pero sólo para una etapa de prueba. ¿Hasta cuándo se extenderá esa etapa?: ¿dependerá de la crisis?, ¿de lealtades?, ¿de cómo los funcionarios responden a las necesidades de gestión y a su mandato? Con 30 años de carrera política, debe tener una amplia agenda de dirigentes para convocar cuando tenga en claro quiénes son sus socios y sus adversarios, tanto fuera como dentro del PJ. Con Jaldo en el poder, hoy se inicia un nuevo período en cuanto al modelo de conducción política.

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