Clubes: cuatro décadas de claroscuros

Claves para la composición del tejido social, las instituciones vienen sufriendo diversos problemas, en especial económicos.

Clubes: cuatro décadas de claroscuros
01 Diciembre 2023

Con la restauración democrática, en especial a partir de los años 90, un fenómeno con efecto contagio se produjo en la vida de los clubes tucumanos. Figuras de la política -algunas consagradas, otras en ascenso, como si de futbolistas se tratara- fueron insertándose en las comisiones directivas hasta hacerse con el control de las instituciones. Intendentes, legisladores, concejales, funcionarios y, por supuesto, gobernadores, se proyectaron desde y hacia las asociaciones civiles sin fines de lucro y las subsumieron en sus estructuras de poder. Es una postal del Tucumán de los últimos 40 años.

En diciembre de 1983 se inició la reconstrucción de un tejido social desmadejado por la dictadura. Como el resto de las organizaciones intermedias, barriales y ciudadanas, los clubes habían emergido golpeadísimos de esa etapa. Y a la vez con la responsabilidad de recuperar su condición de aglutinadores de la vida comunitaria. Intentaron ponerse de pie, pero cruzados por dos realidades acuciantes: el vaciamiento de sus cuadros directivos y la crisis económica. Para la mayoría estos obstáculos fueron insalvables.

Este paulatino declive de los clubes, con la consiguiente pérdida de protagonismo en la estructura social, obedeció a un conjunto de causas. Por un lado, las masas societarias se fueron licuando, por razones propias y ajenas: cambios en los consumos culturales y en las dinámicas familiares -un tema nada menor-, el consiguiente déficit en la calidad de la oferta que el club generaba, imposibilidad de pagar las cuotas por quienes iban desmoronándose en la pirámide social.

Por otra parte, fue retirándose el apoyo que las instituciones históricamente recibían, tanto de la rama empresaria en la capital como de los ingenios en los pueblos azucareros, donde el ecosistema de clubes floreció y decayó al compás de los vaivenes de la industria.

Salvo un puñado de excepciones que se diluyen en la totalidad del cuadro, la figura del dirigente clásico y vocacional, ese que en cada club se recuerda con cariño y con respeto, terminó por extinguirse. A la vez, las políticas públicas en materia deportiva no fueron al rescate de los clubes con la decisión y los recursos necesarios. Mantenerlos se convirtió en una carga para las comisiones directivas, ahogadas por los gastos y por las obligaciones. Mientras, infinidad de chicos dejaron de percibir al club como una segunda casa y tomaron otros rumbos.

La mirada no es lineal ni abarcadora al cien por ciento. Sigue habiendo en Tucumán clubes que son un modelo de buena administración, en especial los dedicados al rugby y al hockey. Otros mantienen la tradición de puertas abiertas en el barrio y el hábito de “tirar al aro” magnetiza a los chicos como en los viejos tiempos. El tema pasa por las numerosas instituciones que, en muchos casos, quedaron reducidas a lo que el fútbol puede generar. Y es justamente ese terreno, el del fútbol, cuya popularidad todo lo supera, donde los “salvadores” se multiplicaron por la geografía provincial.

En la lógica del parcelamiento de las ciudades tucumanas en territorios, con sus consiguientes caciques de la política al mando, los clubes quedaron atrapados en esas fronteras. En muchísimos casos se difuminó el límite entre su condición de institución social y el de una unidad básica. Así fue que figuras del quehacer político sacaron provecho, ya sea desde la presidencia o un puesto directivo; ya sea como “mecenas” con el nombre impreso en las camisetas. El análisis se tornó ambivalente: hay quienes ven a los políticos como garantes de la supervivencia del club, hay quienes los responsabilizan por el vaciamiento y la banalización de las instituciones. De uno u otro modo, lo que mandan son los hechos.

En el caso de los clubes más populares esta historia de 40 años tiene infinidad de aristas, aunque no escapan a la norma. Tanto Atlético como San Martín recibieron el retorno de la democracia comandados por históricos dirigentes: Julio César Ramos y Natalio Mirkin, modelos de aquel dirigente clásico propio de los mejores tiempo del devenir institucional. Luego, los caminos que tomaron “decanos” y “santos” proponen claroscuros.

En el caso de Atlético, la política se metió fuerte a mediados de los 90 con la presidencia de Julio Miranda -luego sería gobernador-, sucedida por la poderosa influencia de José Alperovich y por la larguísima gestión de Mario Leito al frente.

San Martín vivió otra clase de proceso, más complejo. De una dirigencia de perfil empresario (Mirkin-”Palito” Fernández-Luis Garretón) se cayó en el acceso al poder de la “barra brava”, personificada en la familia Ale. El experimento concluyó con la dirigencia tras las rejas. Hoy los vientos de la política también soplan fuerte en el club y la presencia del diputado nacional Carlos Cisneros en la vicepresidencia lo ratifica.


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