Entre las múltiples causas que dieron origen a la Gran Guerra (1914-1918) en Europa (extendida luego a casi todo el resto del mundo), está el curioso oxímoron de la “Paz Armada”, ostentado por todos los países iniciadores de la contienda. Esta contradicción reside en la creencia de que la paz se logra acumulando armamentos para evitar la guerra, lo cual exige, entre otras medidas, transformar parte del equipamiento industrial de cada país, complementado con el adiestramiento militar y hasta las simulaciones de defensa y ataque contra un supuesto adversario. Se trataba, por entonces, de una demostración de músculos, que se suponía disuadirá mutuamente la intención de agredirse, con lo cual la paz quedaba asegurada. El experimento terminó en un desastre: cerca de 10 millones de soldados muertos, más 20 millones de mutilados o deformados y cerca de 7 millones de civiles inocentes muertos o desaparecidos. Ni qué hablar del resto de las calamidades. ¿A qué viene esto? Dicho sin vueltas: a que facilitar armas a la gente, termina inexorablemente en el enfrentamiento que queremos evitar; lo cual, más allá de la interpretación o magnitud del ejemplo expuesto más arriba, es parte de la condición humana. En sociedad, el individuo medio termina tentado en resolver sus discusiones a los tiros, omitiendo el diálogo, la persuasión pacífica y hasta la propia justicia. ¿Adónde apunta esto? A que según expresión propia, el actual Presidente elegido por una Argentina actualmente con intenciones de paz, propone la libre venta de armas, de lo cual debe inferirse que el regulador de la cantidad y calidad tecnológica será únicamente el mercado. En definitiva, el delincuente acopiará cada vez más y más poderosas armas, y el pleito, con sus actuales y nuevas víctimas, finalizará en un cotejo de habilidades y tecnologías más destructivas. Ello, sin contar con que lo mismo ocurrirá con los desencuentros ocasionales, y el incremento de las balaceras destruirá la vida de terceros inocentes. Hasta los niños dirimirán sus pleitos con sus maestros, compañeros y padres de ser necesario; frecuentemente el poder público será desbordado. Ya no será la Paz Armada, sino la Inseguridad Armada. No voy a caer en la ingenuidad de que en este momento tales peligros no estén latentes. Pero su formalización sin limitaciones los legalizará y las consecuencias serán ilimitadas. Pido a nuestro futuro legítimo Presidente que desista de este propósito y encare con la sabiduría que entrega la historia, el combate contra la inseguridad que también hoy nos está asolando.
Carlos Edmundo Romero Moyano
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