Hugo Foguet, in memoriam
03 Diciembre 2023

Por Fabián Soberón

Para LA GACETA - TUCUMÁN 

Tu rostro… es como un libro, donde

la gente puede leer cosas extrañas.

Shakespeare, Macbeth

El marinero está sentado y pasa las hojas sepias del gran cuaderno de bitácora. Saca una pipa y lanza la primera bocanada de la tarde. El inmenso azul del mar murmura entre los engranajes precisos de las máquinas. Piensa en los relojes diminutos de la sala. Controla, paciente y solo, las reglas antiguas. Hace días que un pensamiento atraviesa su memoria. Está obsesionado con un capítulo de la novela. En Tucumán, a miles de kilómetros, descansa el poeta de la ficción y de la realidad.

Se levanta de la silla. Se para al lado de la ventana. Mira el azul por enésima vez. Recorre, en su mente, las olas blancas y las calles de todas las ciudades del mundo. Pero hay una que no lo deja dormir. Y no sabe que las páginas de su libro serán las calles de un jardín tropical.

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He releído las piezas literarias de Hugo Foguet. Murmuré en noches blancas sus versos laberinticos, recorrí las páginas afiebradas de Frente al mar de Timor, coloqué sus “Fantasmas” en una memoria de agua, viajé por las ciudades del orbe desde el joven corazón delator de Tucumán. El murmullo y las repeticiones me dieron la ilusión de dialogar secretamente con un escritor al que no conocí.

Pensé en varias oportunidades qué diría si estuviera frente a Hugo Foguet. Diría que la lectura solitaria de Pretérito perfecto implicó la imaginación de una novela ambientada en una ciudad monstruosa y visceral del norte argentino, diría que la literatura no está condicionada por la geografía, pero que puede palpar sus demonios en una urbe existente y acalorada.

Un marinero huye de un jardín y escribe a bordo de un barco apostado al frente de la hierática costa de Islandia, frente a los dormidos acantilados hechos de hielo y soledad. Una larga noche de invierno, en la Casa barco, le conté esta conjetura a la poeta Inés Araoz y ella me habló de Hugo Foguet como si fuera un ser mortal. Sigo pensando que se equivocó. Foguet tuvo algo de demiurgo, de mar verbal, de íntimo viaje espectral.

Cien años después de su nacimiento, las narraciones y los versos hablan a través del aire espeso e incontrolable del tiempo. Foguet no ha muerto el 5 de junio de 1985. Sus libros renacen en cada uno de los lectores. Sus libros son como un rostro en donde la gente puede leer cosas extrañas.

© LA GACETA

Fabián Soberón – Director del documental Hugo Foguet. El latido de una ausencia (2007).

Perfil

Hugo Foguet nació y murió en San Miguel de Tucumán (3 de diciembre de 1923 - 5 de junio de 1985). Fue novelista, cuentista, poeta, periodista y marino mercante. Publicó  los libros de cuentos Hay una isla para usted y Advenimiento de la bomba; las novelas Frente al mar de Timor y Pretérito Perfecto. Póstumamente aparecieron Naufragios que compila textos de poemarios anteriores y Convergencias (1986). Obtuvo, entre otros reconocimientos, el Premio Jaimes Freyre y el Rojas Paz. Su poesía fue recogida en Obra poética (2010). Playas (2015) es una reedición ampliada de Convergencias. Pretérito perfecto fue reeditada también en 2015. Isabel Aráoz, Juan José Hernández, Octavio Corvalán, David Lagmanovich, Fabián Soberón, Máximo Mena y Nilda Flawiá de Fernández, entre otros, escribieron sobre su obra. Hugo Foguet publicó una buena parte de su obra en LA GACETA Literaria. Sus primeros relatos son de 1956; el último texto aparece en 1985, el año de su muerte.


Naufragios*

Por Hugo Foguet

Para LA GACETA - TUCUMÁN


Es un jardín y una casa en medio del jardín.

Una casa de ventanas abiertas a la luz del mundo

-al claroscuro de la música del mundo-

como los ojos amados que la habitan.


Hay una mano lograda con un toque único de pincel

-pequeña lechuza cenicienta contra la sombra de fondo-

saludando en la ventana


Una sonrisa se insinúa en los ojos

y en los labios la mirada se humedece y abrillanta.


Como la imagen del espejo

todo está cerca y a la vez distante.


Los dedos ensayan una caricia que el cristal rechaza

con otros dedos fríos y simétricos.


De este lado del cuadro hay un hombre y una verja

que no fueron pintados.


Permanecen suspendidos en la zona imprecisa de

lo dubitable.


© LA GACETA

*Publicado en LA GACETA Literaria el 2 de junio de 1985.

Fantasmas*

Por Hugo Foguet

Para LA GACETA - TUCUMÁN

Con un pretexto cualquiera nos reunimos a beber unas copas, Julián Parma, Raúl Lazcano, Edmundo Graham y yo. Los cuatros somos oficiales de un buque mercante, el lugar de la reunión: el camarote de Parma. Lazcano trajo la botella de cognac, colocada sobre la mesa-escritorio.

Graham, que es un oficial joven, con los ojos azules y el pelo crespo, dice: La manteca del desayuno estaba rancia.

La botella de cognac tiene pegada una etiqueta amarilla. Conozco bien estas botellas. Con letras marrones está escrito OSBORNE  y más abajo, Puerto de Santa María. Estoy sentado en la litera y mis rodillas chocan con la mesa-escritorio.

La mano de Parma camina hacia la botella y la voz de Lazcano, tercero de cubierta dice: La manteca rancia se tiró al mar.

Todos tenemos en el hueco de la mano una copa.

Sin proponérmelo, digo: Eso fue el viaje anterior. Seguramente pienso: fue mucho antes; quizás el año pasado.

Graham y Lazcano son nuevos en el buque.

El camarote se ha llenado de humo. Todos con excepción de Graham fumamos. Parma dice: Tal vez se pueda abrir el ojo de buey.

El camarote de Parma se encuentra en la cubierta “C” y sobre la banda de babor. El ojo de buey se halla a dos metros, aproximadamente, del agua, pero cuando hay mal tiempo, las olas rompen contra el ojo de buey, y más arriba; llegan a barrer la cubierta de botes.

Me arrodillo sobre la litera y les doy la espalda. Las mariposas, que sujetan el ojo de buey al marco, están muy apretadas. Escucho la voz de Graham que dice: A Schweider le molesta el humo.

Entonces me vuelvo rápidamente. Sí -digo- Schweider descubrió que las medias lunas estaban hechas con manteca rancia.

Otra vez, con las copas en el hueco de la mano, nos miramos. Parma, mientras vuelca un poco de cognac en las copas, dice: Schweider ha muerto.

Lazcano agacha la cabeza y relata el caso: Ocurrió hace dos años. Fue un día de mal tiempo y la cubierta estaba resbaladiza. El capitán quiso inspeccionar las trincas de los botes. Schweider lo acompañó. El buque rolaba mucho. El capitán estuvo a punto de caer al agua. Schweider lo salvó, pero el mismo no pudo impedir golpearse la cabeza contra el pescante de un bote. El golpe lo mató seis meses después, en otro buque.

Se abre la puerta del camarote y aparece Schweider. La gorra, la camisa y el pantalón, chorrean agua.

La aparición resulta por demás natural y ninguno se siente perturbado.

Le digo, mirando la botella de cognac: … ¿una copa?

Entonces, Parma disgustado le dice: Hiciste mal en venir porque estás muerto.

Schweider continúa parado junto a la puerta. Se ha quitado la gorra. Tiene el linoleum. Todos estamos muertos - dice- el buque se hundió.

Vagamente recordamos el temporal. Pero ninguno de nosotros quiere creerle. Entonces Schweider hace un gesto con los hombros. Dice: Prueben pensarse muertos.

Los cuatro adoptamos una actitud concentrada. Pasan unos minutos y declaramos: No podemos…

Y aceptamos, con Schweider, que estamos muertos.

© LA GACETA

*Publicado en LA GACETA Literaria el 27 de mayo de 1956. Integró el libro El puente (2020).

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