Una de las preocupaciones importantes que atravesaban el país que se apresaba al regreso a la democracia en diciembre de 1983 era la distancia del mundo de la cultura de los rumbos que se emprendían en la capital argentina. Aquello de “Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires” patentizaba la complejidad del atraso cultural, que era furgón de cola en una sociedad que salía de la oscura noche de la dictadura. En LA GACETA del 3 de diciembre, de hace 40 años, se daba cuenta del informe del Gobierno militar sobre la derrota en Malvinas, el aumento en tarifas de ómnibus, trenes y otros servicios, las negociaciones para que no se descontara del aguinaldo una suma fija otorgada que ya había sido devorada por la alta inflación y la advertencia de las autoridades que estaban por asumir con respecto a la remarcación de precios. En ese marco, nuestro editorial de ese día, titulado “Polos de atracción cultural”, se hacía cargo de ese “furgón de cola” desatendido que era el mundo de la cultura.
El marco del análisis era la expectativa que generaba la posibilidad de los argentinos de recobrar la libre emisión de sus ideas y de creación literaria y artística “sin la preocupación de sentirse obrando contra los poderes del Estado y, consecuentemente, pasibles de ser arbitrariamente sancionados o perseguidos”. Por ello, se explicaba, eran destacables muchas de las ideas o criterios procedentes de la cúpula del gobierno constitucional a punto de asumir para promover, difundir y alentar el quehacer cultural. El designado secretario del área había expresado la idea de crear tres o cuatro polos de cultura en el interior del país. El editorial apuntaba, en ese sentido, que “el problema de la postergación de los medios culturales del interior del país en relación a la Capital Federal ha sido y es una de las más serias trabas que ha debido afrontar la cultura de los argentinos en sus esfuerzos por lograr la integración de la República y del pensamiento y el arte nacional”. Agregaba que “sin apoyo, sin medios para hacerse oír desde la lejanía de sus ciudades, olvidados por los mecanismos de promoción cultural de la Nación, que por regla general no veían al país -según una trillada frase- más allá de la General Paz, los escritores y artistas residentes en provincia son los eternos postergados y sólo consiguen la revalorización de sus obras mediante los no siempre posibles contactos con la metrópoli”.
A 40 años, el progreso de la tecnología, la globalización, los cambios sociales y culturales han delimitado otras formas de expresión y nuevos desafíos. Hubo avances en la federalización, con fomentos para el audiovisual, con los institutos nacionales de Teatro y de la Música, con la televisión por cable satelital, con producción de contenidos y con el crecimiento de fondos editoriales provinciales. También la tecnología ha cambiado la producción de música: hoy los grupos pueden difundir y subir sus contenidos a Spotify, por ejemplo.
Pero las asimetrías, con las salvedades hechas, se mantienen. Se esperaba entonces que se avanzara hacia resultados que dieran una fisonomía distinta al interior del país y al país mismo en su totalidad, desde el punto de vista de la cultura. Y concluía: “ya es un lugar común que el progreso socioeconómico y los niveles de desarrollo de las naciones dependen, directamente, de la educación y cultura de sus habitantes”.