Los 40 años de democracia subrayan un momento clave: antes y después de Francisco

Con el regreso de la institucionalidad hubo reacomodamientos en todos los planos. El del mundo espiritual fue uno de ellos Convertido en Papa, Jorge Bergoglio pasó a ser el argentino más trascendente en el plano internacional, aunque no pudo escapar a la grieta.

13 DE MARZO DE 2013. Hubo humo blanco en El Vaticano. Ese día el mundo descubría al Papa argentino. 13 DE MARZO DE 2013. Hubo humo blanco en El Vaticano. Ese día el mundo descubría al Papa argentino.
03 Diciembre 2023

En pocos días, el 17 de diciembre, Jorge Bergoglio cumplirá 87 años. A fines de 2022 reveló que tiene la renuncia firmada, por si un impedimento médico le impide seguir liderando a los 1.200 millones de católicos repartidos por el mundo. Y su condición física dista de ser la mejor, al punto de que debió suspender varias actividades en los últimos tiempos. Es el costo de una década al frente de la Iglesia, Pontificado que se recordará por la irrenunciable voluntad que ha mostrado Francisco por expiar los pecados de la institución. Una Iglesia de la que se hizo cargo en medio de la crisis -inédita- que había generado la dimisión de su antecesor Benedicto XVI, el Papa atormentado.

Si Francisco se convertirá en Papa Emérito, siguiendo el camino de Joseph Ratzinger, es una pregunta reiterada, no sólo en las entrañas vaticanas. Lo cierto es que allá por 2013, cuando el humo blanco le anunció al planeta la elección de un Papa “encontrado en el fin del mundo”, Bergoglio se había propuesto un plan de acción de cinco años, atento a lo que el Señor y la biología dispusieran. Pero ya lleva 10.

Distinta habría sido la historia si Bergoglio hubiera presentado batalla en el cónclave de 2005. Se sabe que prefirió retirar su candidatura, que era muy fuerte, en armonía con la propuesta de Ratzinger. Esto retrasó su acceso al Papado: asumió con 76 años, cuando pudo haberlo conseguido con 68. La diferencia, a esa altura de la vida, es sustancial.

El compás de espera, concretada la renuncia de Benedicto XVI, se prolongó hasta el 13 de marzo de 2013. Ese día la noticia cayó como un misil: el primer Papa americano, el primero jesuita, salió al balcón y enfrentó a la Plaza de San Pedro despojado de los oropeles reales. Habló entonces como Francisco -el pastor-, y como Francisco actuó de allí en más: cambió los suntuosos aposentos vaticanos por una habitación común y silvestre en el convento de Santa Marta, calzó los zapatos de siempre y mantuvo su estilo campechano y cercano a los fieles.

El estilo del Papa quedó claro. Mientras, se empeñó en una labor renovadora, atenta a los cambios en la sociedad, que se traduce en mensajes -el de la Iglesia de los pobres como estandarte- y en acciones que le granjearon numerosos enemigos, en especial de la poderosa ala conservadora del catolicismo. A ese escenario complejísimo Bergoglio lo recorre con movimientos ajedrecísticos, orientados a consolidar su legado. Básicamente, se trata de la designación de obispos definidos por un perfil netamente pastoral. Cuando Francisco ya no esté el mundo católico estará sembrado de líderes emergidos de ese molde. ¿Un ejemplo muy cercano? La elección como arzobispo de Buenos Aires -y cardenal primado de la Argentina- de Jorge García Cuerva.

La popularidad de Francisco, consolidado como uno de los líderes más queridos y respetados del mundo, no fue capaz de horadar la grieta argentina. Y con una particularidad que expone la pobreza intelectual de ese enfrentamiento.

Mientras fue arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio resultó objeto de permanentes denostaciones de parte del kirchnerismo, que incluyeron una campaña para hacerlo responsable del padecimiento sufrido por los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics durante la dictadura. Su elección papal fue saludada entonces con euforia por el antikirchnerismo. Pero una vez convertido en Francisco se dio vuelta el relato: comenzó a hablarse del “Papa peronista” y quienes antes lo celebraban lo pasaron al bando enemigo. Así se entiende por qué, en 10 años, Bergoglio no visitó su país.

No importó que se trate del argentino más trascendente de todos los tiempos, a quien 1.200 millones de católicos siguen como indiscutido líder y jefe espiritual, pilar del diálogo interreligioso y prenda de paz en una aldea global en llamas. Como sujeto histórico, Francisco encontró el tono justo para desempeñar su decisivo papel.

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