El miedo a la libertad: una sociedad angustiada, entre el chef y la receta

Por Hugo E.Grimaldi

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23 Diciembre 2023

No es fácil administrar la libertad. La ciudadanía, que llega a fin de 2023 colgada de las cuerdas, abrumada por una inflación que le fue inyectada como un virus de la mano del déficit (y detonada en los últimos meses por las necesidades políticas de Sergio Massa) y de la miseria, la inseguridad, el cepo cambiario, la carencia de moneda, la pobreza educativa y la falta de oportunidades, una sociedad que tiene la guardia baja y una visión de futuro que vira como veleta de la esperanza al negro, ha empezado a cavar una nueva grieta filosófica, casi de vida, que va más allá de las figuras de la política.  

¿Se sigue así o se cambia de raíz para crecer y para que aparezcan los recursos que permitan repartir genuinamente?, éste es el gran interrogante de fondo de la nueva y vital cesura que se le presenta a la ciudadanía y que lleva a otras preguntas metodológicas no menos importantes: ¿es ahora o se puede seguir así?; ¿hay tiempo para seguir esperando?; ¿es con un shock o administrando el esfuerzo?; ¿es necesario hacerlo metiendo un elefante en el bazar? 

A todos los “sí” que se puedan recoger, a la hora del diseño del salto hay que oponerle algo que no es un detalle: “El miedo a la libertad”. Así llamó al fenómeno el sicoanalista Erich Fromm, en un libro que es un clásico universal dentro de la sicología social, escrito en referencia a otro contexto  histórico, el que hizo refugiar a la sociedad alemana en el autoritarismo nazi. De modo complementario, habría que recordar también como pertinente el relato de la rana que prefiere mantenerse en la comodidad del agua que se va calentando en una olla, adaptándose a lo dañino de la situación, hasta que muere hervida. 

Éste es el caso argentino de hoy en día. Por diversos motivos, ya sea por miedo, angustia, desesperación o parálisis, hoy todas esas dudas están aflorando ante lo desconocido que plantea el shock que ha propuesto el presidente Javier Milei para revertir la situación. No pasaron aún dos semanas y no parece haber en general voluntad ni estómago del actual  
formateo de la sociedad para aguantar un salto expresado así, de manera tan drástica. Los cacerolazos K parecen ser sólo la punta ideológica del iceberg de una sociedad que, por debajo, teme cambiar.  

El kirchnerismo, perdedor de la segunda vuelta electoral, comenzó a cavar la nueva grieta en la que está metida la sociedad de los argentinos la mismísima noche del 19 de noviembre cuando, 56% a 44%, Milei se convirtió en el nuevo presidente de la Argentina. Fue una reacción refleja que llevó a un primer estado de angustia, derivado de cierto fanatismo ideológico, a tantos hombres y mujeres destruidos por una realidad que no pudieron procesar: cómo puede ser que la odiada derecha se haya apropiado del gobierno del pueblo, si ellos son los fachos y Cristina piensa por nosotros, se decían.

El segundo episodio, una grieta ya mucho más honda, se gestó a partir del discurso del Presidente en las escalinatas del Congreso, dramático por la herencia que detalló y con pistas firmes sobre lo que le espera a los argentinos. Ese discurso se conecta con los diez puntos que recitó luego el ministro de Economía, Luis Caputo cuando habló del plan de
reacomodamiento de precios relativos y dejó trascender detalles de la licuación en la que se ha empeñado el Gobierno a costa del conjunto.  
Entonces, la grieta se hizo zanja y se le empezó a ver un poco más la pata a la baraja. En ese instante, el tema central fue desembarazarse de la responsabilidad del fogonazo casi híperinflacionario que se pronostica.  
Entonces, hubo paladas de tierra de los dos lados a favor del “yo no fui” y del “a mí no me miren”, porque la culpa siempre la tiene el otro.

Por lo tanto, mientras el nuevo gobierno responsabilizaba a los terribles números de inflación, pobreza, gasto público y de cuanta llaga se reviente de ahora en más a la “receta” kirchnerista que se aplicó en 16 de los últimos 20 años, del lado de los votantes de UxP se cree a rajatabla que los males vinieron de afuera, de Macri, la pandemia, la guerra y la sequía y dicen que están seguros de que se van a reproducir a mayor escala porque es Milei quien ha desatado a los demonios.  
El tercer round sucedió la noche en que el Presidente, con una estética rígida, casi marcial y bastante antipática, que bien podría haberse matizado televisivamente y con una clara impronta alberdiana (llamó a su Plan “Bases para la reconstrucción de la economía argentina”) presentó el Decreto de Necesidad y Urgencia de la discordia con derogaciones y cientos de regulaciones despedazadas de una vez y para siempre, que apuntan a cambiar de raíz el modelo en el que se basa la economía que trajo al país hasta acá.  
Lo dijo con una imagen que apunta al modelo que se va y no tanto a sus ejecutores, quizás como caricia al kircherismo legislativo. “El problema no  es el chef, sino la receta” explicó el Presidente al comienzo de tan provocativo anuncio que avala la política de shock para meterle velocidad a la recuperación, pero que ha sumido en un ruido extremo y le agregó zozobra al conjunto. Puso sobre la mesa un nuevo paradigma, el de la libertad, en toda su expresión e hizo un viraje que, de ninguna manera, puede ser digerido por una sociedad demasiado dependiente del Estado. 

Sobre las críticas institucionales al DNU algunas de ellas parecen risibles ante el desprecio que el kirchnerismo mostró casi siempre por el Congreso, al que convirtió en una mera escribanía acoplada a los deseos del Ejecutivo: ¿Por qué un Decreto y no leyes? ¿Por qué dejar de lado al Congreso si allí están los representantes del pueblo? fueron las consignas casi pueriles de críticas hacia al decretazo del Gobierno.  
Los reclamos, que en general fueron más hacia las formas que hacia el fondo de la cuestión, estuvieron conveniente apañados por la cabeza formateada de millones de personas (comunicadores incluidos) y fogoneados por los grupos de presión que intentan mantener sus privilegios y que juegan, más o menos a cara descubierta, como la CGT o los empresarios prebendarios, para que nada cambie. Por detrás, hay décadas de sumisión de la sociedad que no se pueden cortan en solo un día, sobre todo si en una parte del recorrido hubo un plan sistemático de acostumbramiento para profundizar las ataduras a favor del Estado-patrón. 

Una de las respuestas a esos interrogantes que brinda la Casa Rosada es que así son los shocks, abruptos y sorpresivos, para que se digiera todo de una vez. Otra, es que el Legislativo podría dilatar todo esto de tal forma que, cuando se llegue al final, habrían pasado años y que la gravedad que tiene la situación no puede esperar, más allá de la necesidad de mostrar coherencia y seguridad de que se quiere ir fondo hacia el nuevo paradigma. 

Sin embargo, el Gobierno se ha quedado con una as en la manga y no se sabe si lo hizo sin querer o como reaseguro, ya que no le puso fecha a la vigencia del DNU, por lo cual aún no está operativo hasta la semana próxima. En primer término, como todavía no se verifica daño alguno, la Justicia no le daría vía libre a los amparos y segundo, la dilación le puede permitir a Milei explorar la posibilidad de hacer leyes de pronto despacho, sobre todo las de las derogaciones que bien podrían incluirse en el temario de Extraordinarias bajo alguna fachada parecida para que el Congreso haga lo que Mauricio Macri logró en su momento cuando amagó con un DNU y terminó mandando cuatro leyes que se aprobaron en tiempo récord. 

Hoy, la historia se ha dado vuelta. Carta Abierta, aquel engendro kirchnerista que inventó la palabra “destituyente” lo hizo para descalificar a la mayoría de los planteos críticos que se le hicieron a muchos aspectos del gobierno de Cristina. No se toleraba el disenso y así se descalificaba a los detractores de los “chefs” de entonces. Hoy, pese a que las urnas dijeron otra cosa, no se aguantan lo sucedido y en una supuesta defensa de la pureza de la “receta” anterior se han convertido ellos mismos en saboteadores de la institucionalidad. Finalmente, así es la libertad, que le permite expresar a cada uno lo que piensa, lo que no significa que nadie se extralimite. Los piqueteros contenidos en la semana dan fe de ello.  

 

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