Jorge Luis Borges le dedicó dos sendos poemas a su memoria: “...bruma de oro, el Occidente alumbra la ventana...” recitaba en una de sus estrofas. Albert Einstein llegó a decir de él: “Creo en el Dios de Spinoza”, dándole su aprobación. Pero, y ¿quién fue realmente Spinoza para que estos dos genios de la humanidad hablaran de él con tanto respeto y admiración? Pues bien, primero diremos de él que solo vivió 44 años (del 1632 al 1677) y en vida solo publicó dos obras: una acerca de la filosofía de Descartes y la otra “El tratado teológico-político”. Se llamaba Benedictus de Spinoza (o Baruch Spinoza) y era descendiente de judíos sefardíes portugueses nacido en Amsterdam (Países Bajos) huyendo su familia de la persecución religiosa. Llegó a ser uno de los filósofos más famosos de la historia de la humanidad. Pensador racionalista, cartesiano y de la Ilustración desarrolló ideas controvertidas con respecto a la autenticidad de la Biblia Hebrea y también de la naturaleza única de la divinidad. Conforme a la costumbre judía de tener un oficio para mantenerse, había aprendido a trabajar como pulidor de lentes. Al fallecer hubo que vender su mobiliario para superar los gastos de su entierro, y pronto un grupo de colaboradores preparó su obra póstuma entre ellos su libro “Ética”. Él mismo y otros fueron prohibidos por blasfemos o profanos. En “El Tratado teológico-político” analizó la religiosidad judeo-cristiana y defendió la libertad para filosofar. Por ello fue atacado: por su manera de pensar en política y en religión (panteísta). Tildado de ateo a pesar de que no negó a Dios en ninguno de sus trabajos. Su obra circuló clandestinamente hasta que fue reivindicado por los grandes filósofos alemanes. Hoy se conserva en Amsterdam su casa, en la que fue su ciudad, ahora museo. En lo político reivindicó la naciente democracia y que la misma fuera lo más amplia posible. Su pensamiento era: que la finalidad del Estado fuera hacer a todos los hombres libres y que el hombre no debía ser un autómata. En realidad, Baruch equiparaba a Dios con el mundo natural y como consecuencia el filósofo fue considerado entre los mayores exponentes del panteísmo. El holandés fue repudiado por su forma de pensar, pero sus obras perduraron y su racionalismo emergente se asoció con el parlamentarismo y con los valores democráticos liberales. En Amsterdam, la misma ciudad que amaba Ana Frank, se erigió una estatua en homenaje a su persona y ella es un símbolo cultural de la ciudad en los Países Bajos. Un verdadero monumento histórico en reconocimiento a la libertad de expresión, religión y tolerancia universal. Esto ocurrió hace tan solo 400 años: ¿Hemos aprendido?
Juan L. Marcotullio
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