Dulces, hierbas, vinos y hasta un “café”: con el turismo rural, Talapazo exporta productos propios

Desde hace unos años, el pueblo de alta montaña invita a los turistas a vivir una experiencia completa en el lugar.

VINO CASERO. Florencia Suárez muestra orgullosa los vinos Malbec que elabora de manera casera. la gaceta / fotos de daniela romero VINO CASERO. Florencia Suárez muestra orgullosa los vinos Malbec que elabora de manera casera. la gaceta / fotos de daniela romero

Talapazo es un pueblo de la comunidad Quilmes ubicado a pocos kilómetros de Colalao del Valle. Está escondido, oculto entre los miles de cardones que custodian las raíces de esta cultura milenaria. Entre pircas, nogales y mucha vegetación pasan sus días las 26 familias que allí viven, todas dedicadas a la agricultura y a la ganadería. Y bueno, desde hace algunos años, además, prestan servicios de turismo rural comunitario. Este impulso a su pueblo fue clave para generar puestos de trabajo y para fomentar la economía local: ahora, venden productos artesanales a los turistas.

Debieron estudiar. Fue un largo proceso durante el que recibieron ayuda del Ente Tucumán Turismo (ETT) para aprender a gestionar de manera equitativa y solidaria sus emprendimientos. Es que este tipo de propuestas turísticas busca valorar, concientizar y transmitir el patrimonio cultural. Con este turismo rural, Talapazo abrió las puertas al mundo. Además de hacerlo con la historia y con las costumbres lo hicieron con la gastronomía: ofrecen a los visitantes parte de su producción de mermeladas, quesos, hierbas medicinales y hasta vino.

MOLIENDA. Se pulverizan las vainas. MOLIENDA. Se pulverizan las vainas.

Estas vacaciones recibieron a LA GACETA para contarnos cómo crean dos de sus productos estrellas: el “café” de higo, tusca y algarroba y el malbec.

Una fiesta para el olfato

Viajar a este pequeño pueblo implica vivir la experiencia de ser un talapaceño por unos días. Eso es ordeñar cabras, participar en la producción de quesos, cosechar nueces o aprender de los lugareños. Una de las actividades que se ofrecen es la de una degustación de un café de higo, tusca y algarroba, a cargo de Rubén Soria.

Es él el que cuenta paso a paso cómo produce su producto estrella que, advierte, no es rigurosamente un café. “Decimos que es un café por el tostado que lleva. Son infusiones, muy ricas y muy aromáticas. Son de nuestros ancestros; ellos siempre han buscado la forma de subsistir, de sobrevivir, con lo que se produce. Esto se hace con lo que nos da la naturaleza: tenemos algarrobo, tusca, higos... y esos son los ingredientes del café”.

PRODUCTO FINAL. Listo para consumir. PRODUCTO FINAL. Listo para consumir.

Los tres ingredientes están depositados en sus dos formas: recién cosechados y ya molidos. El proceso no es complejo como parece: “se juntan, los secamos al aire libre y luego se tuestan y se pasan por el horno. Después se muele. Todo lo hago artesanal; ocupo la pecana, que son moliendas de piedra que utilizaron nuestros ancestros”, dice mientras muele un poco de algarrobo.

El “café” -cuenta Soria- lo aprendió de sus ancestros, cuando era pequeño, pero la vida lo llevó por otros caminos. “Yo emigré, pero volví de grande. Hablando con mis mayores pude lograr volver a hacer esto, a que resurgiera algo tan bueno, tan natural.... Esto lo puede tomar un anciano o un niño a cualquier hora; no te agarra acidez ni te hace mal. Tiene muchas propiedades curativas; la tusca, por ejemplo, se la consume mucho para la gastritis. El algarrobo sirve para baños y controla la transpiración del cuerpo, por ejemplo. El higo también tiene sus propiedades”. Una vez envasado, el “café” se hace sólo con una pequeña cucharada del producto, disuelta en agua.

Una copita de vino

A la par de los potes de café están los vinos malbec de Talapazo. Tímidamente nos cuenta Florencia Suárez que es quien los produce. “En el pasado se hacía vino patero, y ahora generalmente mistela, pero jamás se había producido malbec en el pueblo”, dice orgullosa. Recuerda que, hace unos seis años, le propusieron a ella y a otros vecinos hacer vino, pero que ella se entusiasmó mucho. “Todo fue con ayuda de ingenieros. Yo les dije que ponía las viñas en mi finca. Y así empezamos. El segundo año cosechamos e hicimos muy poquito... y ahora se lo podemos ofrecer al turista. Lo fabricamos acá, en el SUM. Ahí tenemos las máquinas”, relata.

PREPARANDO LA ALGARROBA. Rubén Soria hacé un granulado de esta planta así como de higo y de tusca. PREPARANDO LA ALGARROBA. Rubén Soria hacé un granulado de esta planta así como de higo y de tusca.

En la zona se producen otros vinos, fuertes, con gran estructura de aromas y de color. En los Valles Calchaquíes, de hecho, la tradición tiene más de 100 años. Pero en Talapazo nunca se había hecho de manera casi industrializada. Florencia tuvo que aprender de cero. “Y el proceso es bastante largo: hay que cuidar las viñas, sacarle las hojas para que se oxigene”, dice y empieza a contar el paso a paso de la producción. Eso mismo pueden escuchar, de boca de la protagonista, los turistas que se lleguen al pueblo. Ella participa de cada uno de los procesos que lleva la uva. “Tenemos que trasegar el vino tres o cuatro veces y después de un tiempo podemos embotellarlo, así como lo vemos”, dice mientras sostiene una de las botellas de su última cosecha. “El coplero” es el nombre del “vino casero” que ahora felizmente ofrecen a los turistas.

Un poco de Talapazo

Con estos productos, los visitantes (de todo el mundo) se llevan un “pedacito artesanal” del pueblo originario. Es, además, una manera de mostrar las bondades de esta tierra de altura. Florencia, que regresó a Talapazo en su adultez para acompañar a su madre en su vejez, admite estar muy contenta de que su pueblo se convierta de a poquito en un lugar turístico. Y está segura de que su madre estaría también muy feliz. Con la llegada de turistas, más gente conoce la historia y la tradición de este pueblo, de raíces diaguitas.

“Al café lo hago de la misma forma que lo hacían mis abuelos, pero claro, ellos lo hacían y lo guardaban, porque no se vendía. Sí, venía gente de la montaña y se hacía trueque, pero en general se guardaba. No existía la plata; si íbamos a trabajar por ahí, era por un pedazo de carne o por un poco de maíz. Ahora las cosas son distintas”, reflexiona Soria. Además de estos alimentos que nos presentan, los visitantes tienen otra oferta, la de la producción talapaceña: en la villa se venden hierbas medicinales como arcayuyo, muña muña o cedrón, y dulce de “todo lo que se pueda cosechar”.

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