Salsa, trabajo y migración: la herencia siciliana de Lules

Los ítalo-luleños cantan y bailan alrededor del fuego. Los ítalo-luleños cantan y bailan alrededor del fuego. LA GACETA / FOTO DE ÁLVARO MEDINA

Los “tanos” luleños conservan la célebre tradición italiana de la salsa casera. Una manera de fortalecer su identidad y honrar los valores de sus abuelos.

Álvaro Medina
Por Álvaro Medina 08 Enero 2024

Claudia Veneziano recuerda su niñez en la localidad de Lules: el sol de verano cayendo sobre las fincas rodeadas por verdes montañas; la familia reunida para preparar la conserva de tomates, la salsa casera que usarían durante todo el año; las voces de sus abuelos, inmigrantes italianos, entonando canciones en dialecto siciliano.

En aquella escena, ella y otros niños corrían por el patio, entre las faldas de las mujeres que se encargaban de los tomates mientras los hombres preparaban las botellas donde irían los espesos jugos de la fruta, y que luego colocarían en un caldero de agua hirviendo.

Los niños jugaban felices lanzándose las cáscaras rojas desechadas. Los abuelos contaban las historias de su llegada al país: viajar desde Sicilia al puerto de Génova, navegar por el Atlántico a bordo del barco Ravenna, llegar a la que sería la tierra de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos.

Los años han pasado y el ritual de la preparación de la salsa casera se repite hasta hoy entre la comunidad ítalo argentina de Lules, una pequeña Sicilia que conserva esta tradición del sur de Italia junto con otros valores heredados como el amor por la tierra y la familia.

“Todos los fines de año, cuando el tomate ‘ya no tiene precio’, los hijos, nietos y bisnietos de italianos nos juntamos a hacer la salsa como lo hacían nuestros abuelos y nuestros padres para dar gracias y compartir propósitos para el año siguiente”, cuenta Claudia.

Las mujeres trituran el tomate mientras preparan las botellas con albahaca y laurel. Las mujeres trituran el tomate mientras preparan las botellas con albahaca y laurel. LA GACETA / FOTO DE ÁLVARO MEDINA

“A finales del siglo XIX y principios del XX, llegaron los primeros italianos a la zona de Lules, la mayoría proveniente de la localidad de Floridia, en Siracusa, provincia de la  Sicilia oriental. Pero también de otros lugares como Cerdeña y Nápoles. Todos agricultores que llegaron a trabajar en los campos huyendo de la hambruna”.

Los valores

De esta manera, se conformó una importante comunidad de descendientes de italianos agrupados en la Asociación Civil Ítalo-Argentina de Lules. A finales de 2023, como todos los años, los integrantes de la asociación se reunieron para recoger el sobrante de la producción tomatera y mantener vivo el rito de sus abuelos.

“Muchos de los inmigrantes venían siendo niños y no volvían a saber nada de su lugar ni sus familias. Hoy es posible comunicarse con quienes están lejos pero en aquella época no era así. Y aquí tenían que empezar desde cero a puro trabajo”, dice Ana Zappulla, mientras pasa el tomate por una máquina manual que separa la pulpa de la cáscara.

“Eso es lo que rescatamos de nuestra cultura italiana: el culto al trabajo, la perseverancia, el sentir familiar, el amor a Dios, el respeto por las tradiciones, el gran apego a la tierra y el agradecimiento a las oportunidades que les brindó Argentina”.

Tierra y trabajo

A principios del siglo XX, impulsada por la contundente laboriosidad de los inmigrantes Italianos, la actividad frutihortícola de Lules adquirió gran importancia. Sus tomates se convirtieron en uno de los productos más codiciados del país por su tamaño y calidad, e incluso se exportaron a Inglaterra.

El sector conservó este empuje hasta cerca de los años 60. Con el tiempo, los hijos y nietos fueron diversificando sus actividades y abandonando la tradición agrícola. Sin embargo, el afecto por la tierra y la cultura de trabajo quedaron impresos en sus memorias.

“A todos nos atrae la finca”, dice Claudia. “Muchos vendieron, pero siempre alguna parcela se quedaron para arrendar o cultivar su huerta; nunca olvidamos el amor y el esfuerzo que nuestros abuelos pusieron en sus quintas”.

Los hombres ajustan con alambre el corcho de una botella para que no se abra durante la cocción Los hombres ajustan con alambre el corcho de una botella para que no se abra durante la cocción LA GACETA / FOTO DE ÁLVARO MEDINA

Beatriz Pira y Juan Puzitanelli recuerdan los relatos de sus antepasados y declaran casi en simultáneo: “En 1920 el trabajo en el campo era mucho más duro que ahora”. Luego detallan cómo eran esas jornadas que iniciaban antes del amanecer y terminaban en la noche, con las mujeres llevando las viandas al campo, sin la posibilidad de contar con tractores ni las tecnologías actuales: puro el golpe de la azada en el surco.

Pussitanelli elogia los bríos de sus antepasados y cuenta una práctica que remite a una escena que impacta: en ocasiones, cuando amenazaba la helada, la emergencia arrancaba a los agricultores del sueño y debían salir apresurados a encender fogatas alrededor de la finca para dar calor a los sembrados e impedir que se pierda la cosecha.

El rito de la salsa

La casa de don José “Chichí” Latina se encuentra frente a su finca. En el ancho patio, los integrantes de la colectividad se reúnen para preparar la salsa tal como lo hacían los abuelos de Claudia y las familias de casi todos ellos. En grupo y entre risas, evocan las historias migrantes de la lejana Italia.

Cristina López Basile cuenta la historia de su “abuelito” Cayetano, que llegó Argentina huyendo de la Primera Guerra cuando era niño, mientras que sus dos hermanos tuvieron que partir en otro barco que los llevó a Estados Unidos y no volvieron a reunirse hasta 50 años después.

Un grupo de personas quita las semillas de los tomates bajo la sombra de un galpón de los tractores. Otro grupo los pasa por la trituradora mientras preparan las botellas con laurel y albahaca. Es un día caluroso de verano, tal como en los recuerdos de Claudia.

“Esto es mantener vivas nuestras raíces. Las tradiciones de nuestros viejos. Es honrar a los que vinieron aquí buscando sobrevivir”, subraya la mujer, que además de organizar el encuentro es la presidenta de la Asociación.

Finalmente, cuando todos los envases están llenos, los rodean con trapos y los colocan a hervir en un gran caldero de hierro mientras bailan alrededor entre exclamaciones: “¡Viva Italia! ¡Viva Sicilia! ¡Viva Floridia!”. Las familias presentes aseguran que el ritual de la salsa es algo que esperan durante todo el año y lo consideran un momento único de encuentro entre las familias.

“Significa muchísimo -repite Claudia-, es volver a la infancia, a la adolescencia; recordar y sentir cerca a los bisabuelos, a los abuelos y a los padres: transportarse atrás hacia las quintas de otros años y a la vieja Italia”. Claudia sonríe cruzando el océano, aterrizando con la imaginación en la isla de sus antepasados rodeada por el mar Mediterráneo, el Jónico y el Tirreno: la Sicilia resplandeciente de sol entre los campos de olivos y tomates.

FOTO GRUPAL. Estuvieron presentes además, Ricardo Schkolnik, Unión de Inmigrantes y Descendientes de Tucumán y  Sergio Ricciuti, cónsul honorario de Italia y presidente de la Sociedad Italiana de Tucumán FOTO GRUPAL. Estuvieron presentes además, Ricardo Schkolnik, Unión de Inmigrantes y Descendientes de Tucumán y Sergio Ricciuti, cónsul honorario de Italia y presidente de la Sociedad Italiana de Tucumán LA GACETA / FOTO DE ÁLVARO MEDINA

La sangre migrante

Hoy, a más de un siglo de la llegada de los primeros italianos a Lules, la historia parece invertirse. Desde hace varios años, los jóvenes de estas familias emigran buscando otros horizontes ante la aguda crisis del país, muchos de ellos aprovechando la posibilidad de obtener la ciudadanía italiana.

“El primero de mis hijos se fue a los 22 años, el segundo a los 25 y el año pasado se fue mi hija, con 24 años”, cuenta Mónica Gatti enumerando las edades de su familia migrante.

“Ellos allá están bien, gracias a Dios, y no quieren volver. Pero antes tuvieron que pelear mucho para poder acomodarse. Supongo que de manera similar les pasó a mis abuelos aquí, que llegaron a otro país para empezar desde cero”.

Son varios los que cuentan también sobre la partida de sus hijos a la Italia de los abuelos, pero además nombran otros destinos como Palma de Mallorca, Europa del este, Australia, Estados Unidos.

“Siempre decimos que lo de ser migrante se lleva en la sangre”, agrega Mónica. “Es increíble que ellos hayan tenido que vivir y sentir algo similar a lo que sintieron mis abuelos; aunque ahora, por lo menos, nos podemos ver las caras a través de un teléfono”.

Entre las quintas el fuego arde bajo el caldero de hierro. Con este ritual, los descendientes de italianos de Lules conservan no solo la salsa que utilizarán todo el año, sino también sus tradiciones e identidad.

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