Los papeles de Perón: del miedo al comunismo a los guiños con Mao

Documentos de su archivo personal demuestran que en 1965 lo alarmaba la penetración marxista en la universidad. Las líneas para Mao y Allende. La carta de Perón a los sacerdotes tercermundistas adquiere una actualidad inesperada.

Los papeles de Perón: del miedo al comunismo a los guiños con Mao
28 Enero 2024

Por José Claudio Escribano para LA GACETA

Un memorando de Juan Perón, fechado en Madrid, en octubre de 1965, no fue escrito para aligerar la digestión de quienes, después del naufragio de la Unión Soviética y de sus satélites europeos, emigraron al peronismo como restos al garete del Partido Comunista, la Federación Juvenil Comunista y organizaciones colaterales en la Argentina. Algunos han llegado a ser ministros de la Nación.

Dice Perón que entre los males que azotaron la Argentina en los diez años posteriores a su derrocamiento, “se suma hoy uno no menos peligroso: el comunismo”. En el primer congreso del PC argentino, después de la derrota de la Unión Democrática, Rodolfo Puiggrós, uno de los intelectuales de mayor relevancia del partido, denuncia las incongruencias de haber participado de aquella convergencia política, y es expulsado en 1947.

Puiggrós se acercó al peronismo; otros, como Juan José Real, propiciaron en 1952 un giro parecido del PC. Lo echaron de importantes cargos partidarios por considerar que lo había atacado un “brote de nacionalismo burgués”, y quedó afuera. El fenómeno se repitió un par de veces en las relaciones erráticas entre el peronismo y el PC, pero nunca arrastrando hacia aquel a tantas figuras secundarias de la Federación Juvenil Comunista, o del partido mismo y sus entidades de fachada como ocurrió entre la implosión soviética de 1989/91 y el comienzo de la era kirchnerista.

Movimientos universitarios

En uno de los documentos secuestrados en el allanamiento de la residencia 17 de Octubre, en Puerta de Hierro, Madrid, dispuesto por el juez federal Rafael Sarmiento con el consentimiento de la justicia española, Perón se queja de que después de su derrocamiento, en 1955, se facilitó el libre acceso a las funciones públicas de “los verdaderos dirigentes embozados del comunismo”.

“Al combatir la doctrina peronista –dice– se ha dado un impulso inusitado al comunismo en el país”. Hace hincapié especial en lo que ocurría en las universidades nacionales.

La situación había cambiado por completo en diez años, sobre todo por los resultados de la normalización de la Universidad de Buenos Aires hecha por el gran historiador José Luis Romero en su año de actuación como rector interventor. Al momento de producirse en septiembre de 1955 la Revolución Libertadora los claustros de profesores sufrían la merma de oleadas de catedráticos calificados que habían emigrado con otros destinos a partir de choques con los jefes militares de la revolución de 1943.

En su memorando de octubre de 1965 Perón se queja airadamente de la prevalencia que los comunistas habían logrado en la universidad a lo largo de diez años. Lo hacía con el argumento de los militares al derrocar al doctor Arturo Illia en 1966 y de cuantos se habían opuesto a los rectorados de Risieri Frondizi (1958-1963), hermano de Arturo Frondizi, y de sus sucesores patrocinados por el Humanismo, que actuarían como una expresión social cristiana: Julio Olivera e Hilario Fernández Long. Ese ciclo acabó en la triste Noche de los Bastones Largos.

Inexactitudes

En 1965 Perón cree ver una presencia comunista de inusitado tamaño en la Argentina: “Para evidenciarlo –dice– basta mencionar que en las elecciones de 1953, dentro de la Ley, solo votaron 30.000 comunistas y durante el gobierno de Frondizi en las elecciones de 1957, esa cifra se elevó a 250.000″.

Perón cometía en un párrafo dos gaffes: en 1953 no hubo elecciones y las elecciones de 1957 se realizaron durante el gobierno de facto del general Pedro E. Aramburu, no en el de Frondizi. Vuelve a equivocarse en otro punto cuando dice: “Si se tiene en cuenta que los socialistas son también marxistas, con poco que hayan progresado fuera de la Ley, sus actuales adherentes no bajarán del medio millón”.

Opciones de la Guerra Fría

No pocos partidos socialistas habían renunciado explícitamente, o por formas más sutiles, al marxismo aun antes de 1959, en que el Partido Socialdemócrata alemán, bajo la conducción de Willy Brandt, cambió de rumbo, y se orientó, a partir del histórico congreso de Bad Godesberg, hacia una sociedad francamente capitalista. Desde la caída del telón de acero que separaría al fin de la Segunda Guerra Mundial a los antiguos aliados en dos mundos irreconciliables, no había lugar para medias tintas. Por ley inflexible de la Guerra Fría se estaba, por lo menos en Europa, con los principios de libertad o con la tiranía de Stalin y sus continuadores, algo menos brutales, en el régimen que controlaba con mano dura desde Moscú el este europeo.

Otros, como Nehru, Nasser, Sukarno y Tito, fundaron en Bandung, Indonesia, en 1955, el Movimiento de Países No Alineados, que estaría en su máximo esplendor cuando Perón volvió al país en 1973 y la Argentina ingresó en la organización. Se mantendría en ella en los siete años del último gobierno militar con la excusa de que “los debates deben darse desde adentro”. La Argentina dejó en 1991, con Menem, de pertenecer al Movimiento de Países No Alineados, y volvió como observadora en 2009, durante la primera presidencia de Cristina Kirchner.

Después de adherir a la economía social de mercado, el Partido Socialdemócrata alemán dejó confinado el marxismo a un método de lectura e interpretación de la historia. En la Argentina, entre la docena de convencionales que participaron de la convención constituyente de 1957 a la que Perón refiere en su carta, y que tuvieron por adalid a un antiperonista acérrimo como Américo Ghioldi, estaba fuera de discusión que integraban un bloque social demócrata y, es más, liberal en innúmeros asuntos. Rancho aparte del bloque socialista formó Alfredo L. Palacios, un solitario quijotesco que en 1960 viajaría a Cuba por invitación del flamante gobierno castrista.

Carta a Mao

No conforme con haber criticado la penetración marxista que observa en las universidades, Perón avanza un paso más y denuncia, en su memorando de octubre de 1965, la influencia lograda en la Argentina por el “comunismo ortodoxo”, al que llama “leninista”. Dice sobre él que “se ve reforzado por muchas otras tendencias marxistas (castristas, trotskistas, chinoistas, de liberación, etc.)”.

Cuando escribe esto han transcurrido apenas cuatro meses de la carta que había enviado, con fecha 15 de julio de 1965, “Al Sr. Presidente Mao Tse Tung. Presidente de la República Popular China”.

El tono de la carta a quien hoy el mundo conoce como Mao Zedong sugiere la mano de otro hombre, no la de quien había firmado, según se ha visto, una firme denuncia contra la creciente gravitación comunista en la Argentina. “Desde este difícil exilio –dice Perón a Mao, en copia de páginas halladas también en su residencia madrileña–, aprovecho la magnífica oportunidad que brinda el viaje de los jóvenes dirigentes del MRP, gentilmente invitados por Uds. para hacerle llegar junto con mi saludo más fraternal y amistoso, las expresiones de nuestra admiración hacia Ud., su Gobierno y su Partido, que han sabido llevar a la Nación China al logro de tantas e importantes victorias, que ya el mundo capitalista ha comenzado por reconocer y aceptar”.

Restaba por entonces solo un año para que se inaugurara en la China de Mao uno de los capítulos más siniestros e incomprensibles del siglo XX: el de la Revolución Cultural. Diez años, hasta la muerte de Mao por causas naturales, de prisiones, muertes por doquier con la excusa de que debían eliminarse los elementos burgueses que se habían infiltrado en el gobierno y el partido, y de purgas que marginaron por una década, entre otros, a Deng Xiaoping. La Revolución Cultural castigó nada menos que a quien fue el padre, desde fines de los setenta, de la modernización definitiva china y de su papel descollante en la apertura de una era de globalización sobre la que hoy se discute si ha entrado o no en la etapa del agotamiento.

Sin imaginar, tal vez, lo que sobrevendría en menos de un año (1966), Perón escribe al “querido Presidente y amigo” un texto que viene de perillas a Cristina y Máximo Kirchner, siempre atentos a forzar comparaciones entre Perón y Mao: “El ejemplo de China Popular, hoy base inconmovible de la Revolución Mundial, permite a los hombres de las nuevas generaciones prepararse para la larga lucha con más claridad y firme determinación”.

Y enfatiza: “La acción nefasta del Imperialismo, con la complicidad de las clases traidoras, han impedido en 1955 que nosotros cumpliéramos la etapa de la Revolución Democrática a fin de preparar a la clase trabajadora para la plena y posterior realización de la Revolución Socialista”.
Aquel 15 de julio de 1965 fue una jornada de importante labor epistolar para el exiliado argentino a quien el anfitrión, el generalísimo Francisco Franco, tenía a raya desde que en 1964 había intentado ingresar en la Argentina. En esa fecha 

Perón escribe “Al Compañero Dr. Nguyen Hun Tho, Presidente del Frente de Liberación de Viet-Nam del Sur”: “Las páginas de los diarios de todo el mundo hablan del gesto extraordinario de su pueblo, que se bate palmo a palmo en una justa lucha por la Patria Vietnamita, por su libertad y su dignidad frente al bárbaro invasor yanqui y títeres del imperialismo”. Dice al final de la carta: “La historia muestra que habrá que combatir hasta que muerdan (los imperialistas) el polvo de la derrota como lo mordieron en Corea y en Cuba. El imperialismo no triunfará jamás sobre la justa causa de los pueblos y para ello basta comprobar el resultado de la estúpida agresión contra el pueblo dominicano”.

De Trujillo a Allende

Al final de la carta, Perón habla de un asunto de alta sensibilidad en América en esos momentos. Después del asesinato en mayo de 1961 en una emboscada del generalísimo Rafael Trujillo, otro de los dictadores que cobijaron a Perón en el exilio, la República Dominicana había entrado en un período de continuas turbulencias políticas. Estas derivaron en 1965 en una revolución y la elección como presidente del coronel Francisco Caamaño. Lo ungió el Congreso a propuesta del escritor y expresidente derrocado en 1963 Juan Bosch, figura descollante de la intelectualidad dominicana y perseguido largo tiempo por Trujillo.

Caamaño era hijo de un general que había sido por tres años ministro de Defensa de Trujillo. Encarnaba con sus 32 años, a contramano de las ideas de su padre, tendencias de izquierda que habían sido debidamente registradas por la inteligencia norteamericana, pero que resultaban por entonces más ambiguas para el periodismo continental.

Se creyó, en principio, que el papel político de Caamaño era un asunto concluido cuando renunció por presiones irresistibles a la presidencia al cabo de unos pocos meses de gobierno y se dirigió a Londres. Frente a una virtual guerra civil entre Caamaño y las fuerzas que se le oponían, Washington se había interesado por una intervención militar de la OEA en la República Dominicana y logró la formación de la unidad a cuyo frente estuvo un general brasileño.

La crisis dominicana concluyó con la elección -una, entre las seis que ganó en su inacabable carrera política- de Joaquín Balaguer en marzo de 1966. Al cabo de un tiempo, Caamaño reapareció, en Cuba. Allí se entrenó con reclutas que Castro adiestraba para lanzar guerrillas sobre partes diversas de América Latina e, incluso, África, y encontró la muerte en 1973 en su propio país, tras desembarcar con otros dominicanos, en tren de combate, en Playa Caracoles.
Junto con aquellas dos cartas a Mao Zedong y a Nguyen Hun Tho, figuraba en el archivo de Perón una tercera, dirigida a Salvador Allende el l° de septiembre de 1970. Lo felicita por su elección como presidente de Chile y evita encomiarlo por la perseverancia en alcanzar la victoria. 

Allende había fracasado en tres intentos previos: en 1952, frente al general Carlos Ibáñez del Campo; en 1958, en disputa con el liberal Jorge Alessandri, y en 1964, con Eduardo Frei (padre), demócrata cristiano. La introducción de la carta es más modesta que en las otras: “Mi estimado amigo”.

Perón advierte al doctor Allende “que enfrentará usted una lucha tenaz con el imperialismo y la reacción por la liberación de la Patria”. Recuerda que en 1949, en Santiago de Chile, se había suscrito un Tratado de Complementación Económica, al que adhirieron casi todos los países latinoamericanos, y espera que algún día no lejano se pueda hacer efectivo y realizarlo.

Al contestar, Allende dice que también él espera la reactualización de iniciativas “emancipadoras” como aquel tratado y califica de “acertado” el juicio de Perón respecto “a la resistencia tanto nacional como internacional que encontraremos en la realización de nuestra tarea democrática, revolucionaria y antiimperalista”.
Tercera Posición

Según las circunstancias, Perón se hamaca hacia aquí o hacia allí en cuestiones de política internacional, pero se atiene en lo esencial a un eje, que es el de la Tercera Posición con la cual una y otra vez ha procurado mantener un difícil equilibrio “a fin de no entrar en el juego al que quieran llevarlo (al mundo) los actuales imperialismos”. Así se granjea la desconfianza de casi todos, aunque Stalin nunca olvidaría que una de las primeras medidas de Perón al asumir la Presidencia en 1946 fue anunciar que restablecería las relaciones diplomáticas con Moscú, congeladas por Hipólito Yrigoyen al producirse la revolución de 1917.

Perón conserva en su archivo la copia de una nota fechada el 30 de abril de 1966 que ha enviado a la revista Siempre -acaso la revista homónima mexicana-, en la que dice: “…hoy se lucha por la liberación tanto al Este como al Oeste de la famosa cortina y todos los que se empeñan en esa liberación se sienten compañeros de lucha. Poco importan las ideologías que los distinguen porque el tiempo y los sucesos van superando todas las ideologías: ¿acaso los Estados Unidos y la U.R.S.S hicieron cuestión ideológica cuando se coaligaron en 1938 para aniquilar a Alemania e Italia o cuando en Yalta se repartieron el dominio y la explotación del mundo?”. No fue en 1938; fue tres años después.
Curas tercermundistas

En 1970 escribe una carta “aprovechando el paso del compañero portador de la presente cinta”. No sabemos quién era ese “compañero” de la cinta, pero leemos que Perón desea que su carta llegue “a los sacerdotes del Tercer Mundo, junto con mi saludo más afectuoso, mi palabra de aliento y encomio en las tareas que cumplen en beneficio de todos”.
Todavía en 1970, y a pesar del levantamiento, seis o siete años atrás, de la excomunión de la que había sido objeto, Perón tenía atragantadas aún cuestiones que lo habían enfrentado con la Iglesia. Se queja de que en 1955 la Iglesia se hubiera aunado “a las fuerzas de la sinarquía internacional antiargentina” y de que los sacerdotes hubieran “predicado contra nosotros desde púlpitos argentinos”. Nada comenta sobre la quema de los templos, como tampoco la Iglesia se explayó nunca en demasía sobre ese tema.

Perón observa que la aparición del movimiento de sacerdotes del Tercer Mundo constituye una reacción que “es volver por los fueros de una Iglesia realmente cristiana, que siempre estará adecuadamente más cerca de las villas miserias que de los palacios de los poderosos”. Y encuadra la novedad en “los grandes lineamientos posconciliares” que abren al futuro, dice, “una esperanza de grandeza con la que debemos soñar todos los cristianos”.

Esta última carta es de una actualidad inesperada. Lo es para la feligresía católica.

Lo es, si no la conocía, para Bergoglio, que por determinación de la superioridad jesuítica debió mediar en la Universidad del Salvador en los setenta entre los desvíos académicos y de evangelización por parte de elementos de la corriente tercermundista entonces en su apogeo y la poderosa influencia allí de Guardia de Hierro, en cuyo nombre se condensaba una definición política: lo hizo, a su manera, y en medio de aquellas luchas se alejaron prestigiosos profesores del ala más liberal para los estándares de esa universidad: Carlos Floria, Natalio Botana, Ezequiel Gallo, el padre Rafael Braun, Mariano Grondona, Marcelo Monserrat.

Lo es también, por qué no, para el arzobispo de Buenos Aires, envuelto en una temprana controversia en la que tanto gravita el pasado que nos abrasa, incluso por la desdichada y nueva consigna de la señora Cristina Kirchner de que ahora viene la hora de “la generación diezmada”. Cuando Perón escribía en 1970 la carta mencionada a los sacerdotes del Tercer Mundo, monseñor Jorge García Cuerva gateaba. Tenía dos años.
© La Nación

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