Una victoria que marcó el rumbo del continente

A 207 años de la Batalla de Chacabuco, José de San Martín consiguió una victoria transcendental para la independencia chilena. Sin embargo, ¿se podrá hacer un relato deportivo del hito histórico?

San Martín fue el artífice de la táctica ganadora en Chacabuco. San Martín fue el artífice de la táctica ganadora en Chacabuco. LA GACETA/Alejandra Casas Cau

Sin dudas, desde siempre, José Francisco de San Martín fue una figura que impactó dentro del mundo deportivo. Valentía, fiereza, lucidez y brillantez son algunos de los adjetivos del “Libertador de América” que inspiró a más de 125 clubes del fútbol argentino a portar su nombre como bandera; un símbolo invaluable en todas las líneas. Su gesta en Argentina, Chile y Perú lo posicionaron como una personalidad indefectiblemente admirable; un genio de su época. En días como hoy, recordarlo no es poca cosa. La victoria en la batalla de Chacabuco no fue un simple triunfo que aportó a la liberación del país trasandino, sino que fue parte del gran plan al que se conoció como La Patria Grande; una utopía que nunca llegó a concretarse pero por la que gran parte de su vida luchó. Pero… ¿Se podrá hacer relato deportivo de un hito histórico? Intentemos.

Alcanzar la gloria eterna nunca fue una tarea fácil y mucho menos cuando se trata de torcer la historia a tu favor. Luego de que los realistas al mando de Mariano Osorio le dieran un duro “revés” en el desastre de Rancagua y marcarán el fin de la llamada Patria Vieja, Bernardo O’Higgins y sus dirigidos no se quedaron con los “brazos en jarra”. Aquella derrota no fue el fin de la gran “obsesión” que arrastraba hace años: la independencia chilena;  un sueño que parecía lejano por la cantidad de fracasos, pero por el que no iban a darse por vencidos.

El cambio de proyecto y la inclusión de nuevas cabezas para la consecución de la gran meta eran las principales necesidades para conquistar aquel ansiado trofeo al que denominaremos como “Copa Independencia”. Así, decidieron trasladarse a la nación vecina para recurrir a un experto en la materia: San Martín.

El correntino, que ocupaba el cargo de gobernador de Cuyo, fue uno de los principales artífices de la prematura Independencia de la Provincias Unidas del Río de La Plata. Apasionado por el proyecto, decidió agarrar el “fierro caliente” y erigirse como el “DT” de lo que a posteriori se conocería como el “Ejercito de los Andes”. Con ese objetivo en mente, empezó el armado del plantel uniendo a las fuerzas de cuyo, los patriotas chilenos y liberando a los negros con la condición de que se sumen a este apasionante proyecto que debería cruzar nuevamente el gran accidente geográfico.

Astuto y perspicaz, el “pibe” de Yapeyú, que dio sus primeros pasos en el Regimiento de Murcia y logró ser capitán del Regimiento de Borbón, empezó a diagramar el plan necesario para dar el golpe sobre la mesa. Con conocimiento sobre el rival, era consciente que aquellos poderosos no eran tan infranqueables como parecían. Es más, ya sabía lo que era vencerlos. Cuatro años atrás, había logrado hacerlo en aquella recordada victoria en San Lorenzo, la primera gran hazaña de su extenso palmarés.

Apasionado al ajedrez y minucioso como pocos, planteó un dibujo táctico a la perfección apelando al arte del engaño con una jugada similar a la que Lionel Scaloni utilizó al implementar a Ángel Di María en la final del Mundial de Qatar 2022. Con conexiones y comunicación gracias al inagotable sacrificio de quienes oficiaban en la posición de chasquis, el equipo titular iba a estar dividido en dos partes. Una columna compuesta por 1.500 combatientes que iban a responder a las órdenes del Brigadier O’Higgins que aparecería por la Cuesta Vieja. En tanto, la sorpresa iba llegar por la banda derecha donde iba a ubicar a Miguel Estanislao Soler, quien iba a ser el encargado de dar la puntada final.

A priori, la idea era que O’Higgins aparezca con un juego directo y sea el primero en golpearse con las fuerzas rivales; Sin embargo, la ventaja se iba a conseguir una vez que Soler sorprenda atacando por la retaguardia de los realistas produciendo una maniobra envolvente.

Un movimiento complicado de coordinar a la perfección por la escasa comunicación, pero que en caso de conseguirlo garantizaba romper por completo con el catenaccio defensivo del jefe realista Carlos Maroto, quien solamente se iba a limitar a replegar defensivamente a sus fuerzas para aguantar lo máximo posible el resultado.

Al igual que en el juego, los imprevistos no faltaron y el campo de juego se convirtió en un rival que no se tuvo en cuenta a la hora de la planificación. Si bien Soler no tuvo inconvenientes para rodear sigilosamente la zona, la posición frontal de O’Higgins lo obligó a entrar en batalla de manera prematura. Los resultados tempraneros eran sorprendentes porque las fuerzas del chileno habían logrado desplazar a los realistas. Pero, como nunca hay que cantar victoria antes del pitazo final, las fuerzas de la realeza se recompusieron y recuperaron terreno.

Tan dramático se volvió el momento que en la cancha se vivió una escena digna de aquella época amateur. San Martín dejó de lado su rol de DT, se colocó los botines y al galope de su caballo se puso cabeza a cabeza para respaldar la situación hasta la llegada de la “sorpresa”. Para su fortuna, Soler no iba a tardar en descender por la Cuesta Nueva y la victoria terminó siendo un hecho.

La noticia tuvo distintas acepciones en distintas partes del mundo. Mientras Simón Bolívar, el otro gran libertador de estas latitudes, celebraba la gesta, la prensa europea avizoraba un cambio en el tablero geopolítico de América, sitio en el que aquel “Ejercito de los Andes” había vencido. Más allá de ello, San Martín sabía que había dado su primer paso hacia la independencia de Chile.

Así, esta victoria fue una de las tantas batallas, que daría inicio a la América moderna. Sin ella, quizás la Copa América o la mismísima Copa Libertadores (que lleva este nombre como un pequeño homenaje a lo realizado por Bolívar y San Martín) no existirían. Para fortuna nuestra, la historia está escrita y, aunque la pelota no rodó en esta cancha, la victoria marcó el punto de partida de la proeza sanmartiniana.

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