Nacida al calor del punk, dictaduras militares, el fervor alfonsinista y estrellada por la crudeza del grunge de Nirvana, una generación que se creyó la más “outsider” de todas hoy sostiene familias, empuja la economía y sabe que pronto va a envejecer. Sabe además que vivirá mucho más que sus padres, a quienes les toca cuidar y también les enseña a no caer en estafas virtuales. Esa generación de quienes hoy tienen entre 40 y 55 años fue bautizada como Generación X a principios de los noventa y hoy, curiosamente puede ser un factor de cambio en diferentes aspectos de nuestra cultura.
Esta es una de las principales hipótesis que Tomás Balmaceda y Miriam De Paoli esbozan en su libro, “Generación invisible. Ni jóvenes ni viejos: cómo y cuándo perdimos el liderazgo”, un trabajo publicado en 2022 pero que arroja algunas conclusiones muy interesantes para pensar no solo los rasgos generacionales sino también algunos aspectos sobre la tecnología y la posibilidad de comenzar a tender puentes en momentos de tanta crispación presente en las redes sociales.
Según Balmaceda y De Paoli, esta generación intermedia entre millennials y baby boomers es “la generación que menos interés despierta”, tanto para el mercado, como para la academia. Es una población “sandwich” que ha quedado entre el entusiasmo de los nacidos en la posguerra y aquellos que llegaron en un mundo ya digitalizado. Dos grupos con características muy marcadas por sus vínculos con el dinero, el sexo, las relaciones interpersonales y su futuro. Dos generaciones que parecen ser antagonistas y que hoy son abuelos y nietos de nuestro tiempo. Los que están en el medio, en cambio, han sido invisibilizados, como franja etaria de transición que, sin embargo, fueron los protagonistas de grandes cambios culturales, veloces e impredecibles.
La generación invisible, según los autores, nacieron escuchando música con cassettes, compraron revistas, alquilaron películas en videoclubs y pasaron horas frente a la televisión por cable. Pero al mismo tiempo fueron los primeros que se digitalizaron, entendieron rápidamente las reglas de un mundo que cambiaría para siempre y se adaptaron en muy poco tiempo. Cambiaron su manera de trabajar, de estudiar, de relacionarse con sus pares. Son, como apuntan Balmaceda y De Paoli, seres “anfibios”, capaces de vivir entre el agua y la tierra firme, con destrezas que ni ellos saben que desarrollaron con pensamiento crítico y flexibilidad, entre el mundo material y el digital.
En ellos reside un valor capaz de enseñar cómo relacionarnos de otra manera con la tecnologia y con nuestros pares, apuntan los especialistas, que para su trabajo emprendieron un estudio sociológico entrevistando a 20.000 latinoamericanos arriba de 45 años y especialistas en Argentina, Chile, Colombia, México, Perú, Uruguay y Brasil para entender desafíos y sueños de las generaciones del futuro. “Somos la generación que está pidiendo repensar nuestro vínculo con la tecnología, incluyendo volvernos menos agresivos o reduccionistas con lo que contamos en redes sociales, comenzar a seguir a personas que no piensan como nosotros y darle una chance a que otros nos puedan descubrir”, apuntan en un capítulo de su libro.
“No hay futuro”, fue una de las consignas que enarbolaron estos jóvenes en los noventa y también escucharon que con la caída del Muro de Berlín se acababa la historia. Lejos de esas sentencias, la historia sigue y según los especialistas quizás sea el mejor momento para que la generación invisible despierte y sea protagonista. Puede ser el nexo entre adultos mayores que también son sesgados por el mercado y jóvenes que están saliendo al mercado laboral con índices de rotación altísimos y una incertidumbre económica inédita.
La propuesta de visibilizar a una generación a través de una arqueología de consumos culturales y la relación con la tecnología puede ser no solo provechosa en términos analíticos, sino también como una propuesta de valor para pensar dichas relaciones mucho más allá de los conflictos. Lo superador sea quizás partir de dichas tensiones para encontrar puntos de encuentro, necesarios en redes con tantos signos de segregación, problemas de salud mental, acoso o invasión de privacidad. Es urgente además superar prejuicios de viejas generaciones como así también cancelaciones contra cualquier disidencia. La generación invisible quizás tenga mucho más para decir y es necesario que sea consciente de ello.